Soy un periodista raro: Leo pocos periódicos, veo poca televisión criolla y casi no escucho radio. No me detengo en programas de panel o comentarios porque muchas “entrevistas” y “comentarios” se comercializan, es decir, se venden al “mejor” y al “peor” postor.
(Prefiero los deportes, las artes y la música. Me considero melómano, de ahí “Las Favoritas de Juan T H” que por más de 20 años he producido y conducido en diferentes estaciones de radio).
No leo columnistas a menos que me merezcan algún crédito y respeto, porque escriben bien, por su honestidad consigo mismo y dicen lo que piensan, no porque les paguen o les ordenen. Los pocos que leo no lo hago por coincidencia política o ideológica, sino por gusto. Porque aportan conocimientos o no pasan el sombrero después de escribir o hablar. Tal es el caso de Andrés L. Mateo, Juan José Ayuso Miguel Guerrero, Huchi Lora, Juan Bolívar Díaz, Radhamés Gómez Pepín, Andrés Oppenheimer, Fidel Castro, Colombo, Eduardo Galeano, K-bito Gautreaux, Jesús Ferris Iglesia, Quico Tabar, Sara Pérez, Ivelisse Prats, José Luís Taveras, Eduardo Jorge Prats, Rafael Peralta Romero, Cosette Álvarez,Eulalio Almonte Rubiera, entre otros. (Una parte de ellos ya no escriben con regularidad).
No leo los comentarios que escribe la gente debajo de mis artículos. No me interesan. Simplemente escribo lo que me sale del forro. Nadie me manda, nadie me paga. Soy libre más que el viento. (Como me dice mi amigo Hipólito Mejía: “un libre pensador”)Los “demás” que piensen lo que quieran y que escriban sobre mi lo que les dé la gana. Me da par de dos. No busco aplausos ni recompensas. No soy medallita de oro ni barril de petróleo para gustarles a todos. (Ni mujer bonita).
No leo pasquines. Los que se dedican a esa práctica merecen el más encarnizado repudio. El que escribe un pasquín es canalla, ruin y cobarde.
No me gusta responderle a nadie sus críticas o comentarios a mi trabajo. Es perder el tiempo. Hacerles el juego a los pordioseros del mercado de las purgas de la prensa, que son muchos.
No soy petulante, pero si me dedicara a responderle a todos los pelafustanes que me provocan a diario maldiciéndome, criticándome, acusándome de esto y de lo otro, y haciéndome “aclaraciones” que no les he pedido, no haría otra cosa. El tiempo no me alcanzaría. Y, como dijera mi colega Andrés L. Mateo (ambos sometidos a la justicia por el prócer Félix Bautista por supuesta difamación e injuria), si me dedicara acontestarle a determinados personeros de los medios de comunicación orgánicos, inorgánicos, analfabetos y analfabestias, “mi vida fuera un asco”.
Como un asco es gran parte de la prensa de estos tiempos debido a la corrupción que aniquila la ética y la moral de muchos que se han convertidos en mercaderes de la palabra social.
Uno de los sectores más corrompidos hoy día, tanto o más que los políticos y los abogados, es la comunicación.
Suelo nadar a contracorriente, porque, como decía el escritor Jean Cacteau, “no se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”.