Por Luis R. Decamps R. (*)
En la noche del 4 de noviembre de 1995, minutos después de hablar en una manifestación de apoyo a los “Acuerdos de Oslo” efectuada en la entonces “Plaza Reyes de Israel” en Tel Aviv, Isaac Rabin, primer ministro y destacado líder del ala pacifista del laborismo israelí, aguardaba por su vehículo en el estacionamiento adyacente a la explanada.
(Los “Acuerdos de Oslo”, patrocinados por el gobierno estadounidense de Bill Clinton, buscaban la paz en el Medio Oriente. El inicial se adoptó en Oslo, Noruega, en 1993, y fue el primer convenio directo entre el Estado de Israel y la Organizaciòn para la Liberaciòn de Palestina, OLP.
Complementados y sancionados en Washington el 13 de septiembre del citado año con la presencia de Rabin y Yasser Arafat, echaron las bases para el reconocimiento por parte de los israelìes de un territorio palestino independiente con autonomìa relativa, y de la existencia condicional de Israel por parte de los palestinos).
El mitin se realizaba con el propósito de reforzar a los partidarios del proceso de paz bajo la consigna de “Sí a la paz, no a la violencia”, y en él participaban numerosos políticos y artistas (de derecha moderada, centroizquierda e izquierda) encabezados por el primer ministro. En el discurso que pronunció para la ocasión, éste había dicho:
“Fui militar durante 27 años. Luché cuando la paz no tenía posibilidades. Creo que ahora las tiene, y muchas. Debemos aprovechar esto en nombre de todos los que están aquí presentes y en nombre de los que no están aquí, que son muchos. Siempre creí que la mayoría de la gente quiere la paz y está dispuesta a asumir riesgos por ella. Con su presencia han demostrado, junto con muchos otros que no vinieron, que el pueblo realmente desea la paz y se opone a la violencia”.
De halcón a paloma.
Rabin se había identificado con el ideal sionista desde sus años de juventud, y durante gran parte de su vida estuvo involucrado en actividades militares, primero como integrante del ejército clandestino hebreo (la Haganá o la Defensa) que luchaba por el establecimiento del Estado de Israel y, después, como miembro de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Su carrera castrense fue deslumbrante: miembro del cuerpo èlite de la Haganà (1941-1948), oficial de operaciones (1949-1951), general a los 31 años de edad, subcomandante en jefe del ejército (1961), jefe del estado mayor (1964) y héroe de la Guerra de los Seis Días (1967).
Luego de 27 años de servicio militar se retiró, y en 1968 fue designado embajador de Israel en los Estados Unidos. En esta funciòn dejaría huellas: como carecía de formación al tenor, estaba ajeno a los usos protocolares y las sutilezas del lenguaje diplomático, e hizo fama por preferir el contacto personal antes que la nota de embajada. Su estilo abierto y sincero causó asombro en Washington, pero mejoró la imagen de Israel. En 1973 cesó en su cargo de embajador.
Al retornar a Israel se integró al Partido Laborista, y en las elecciones de diciembre de 1973 resultó electo al Parlamento, de donde pasaría al gobierno de la primera ministra Golda Meir como encargado de la cartera de Trabajo.
En 1974 las conclusiones de la comisión investigadora de la Guerra de Yom Kipur (del 6 al 26 de octubre de 1973) provocarían una serie de protestas populares, y Meir y su gobierno se verían obligados a renunciar (11 de abril de 1974). Rabin, uno de los pocos políticos que la investigación no enlodó, es entonces seleccionado como líder del Partido Laborista. Posteriormente resultaría elegido primer ministro.
En 1975 se firmó un acuerdo en virtud del cual el ejército israelí se retiraba de un sector del Sinaí y de los territorios sirios conquistados en la Guerra de Yom Kipur.
Estos fueron los primeros gestos de paz del gobierno hebreo hacia sus vecinos árabes. Al mismo tiempo, Rabin enfrentó a los grupos radicales árabes que usaban el terror como arma política. En junio de 1976 se produjo el famoso secuestro del avión de Air France que se dirigía de Israel -con tránsito en Atenas- a París con 244 pasajeros y 12 tripulantes (obra del extremista “Frente Popular de Liberación de Palestina”).
El gobierno planificó y ejecutó -bajo órdenes Rabin y del ministro de Defensa, Shimon Peres- la “Operación Trueno”, que liberó a los rehenes. Aunque hubo varias víctimas -entre ellas el jefe de la operación-, la acción se constituyó en un resonante triunfo político para Rabin.
En los meses siguientes, sin embargo, el gobierno israel fue sacudido por una grave crisis económica y política, y Rabin se vio obligado a convocar a elecciones anticipadas para el 17 de mayo de 1977. En el ínterín hubo de resignar su candidatura (por el escándalo a propósito de una cuenta en dólares a nombre de su esposa que fue no clausurada cuando dejò de ser embajador en los Estados Unidos), y esto posibilitó que Peres asumiera el liderazgo máximo del laborismo. No obstante, el partido Likud, de orientación conservadora, saldría victorioso en las elecciones.
Entre 1977 y 1984 tendría serias confrontaciones con Peres. En esta época escribió su autobiografía (“Foja de servicio”), en la que criticaba a éste y lo calificaba de “incansable intrigante”. Entre 1984 y 1990 fue ministro de Defensa de dos gobiernos de coalición, presididos alternativamente por Peres y Yitzjak Shamir. En esta condición, ordenó la retirada casi completa del ejército israelí del Líbano (1985), lo que no impidió que el 9 de diciembre de 1987 estallara la primera Intifada palestina. En 1990 Rabin volvería al parlamento como diputado de la oposición.
En 1992, enfretándose con Peres, Rabin fue electo candidato del Partido Laborista a primer ministro, y obtuvo una resonante victoria (su partido tenía ya 18 años en la oposición, obviando los años de gobierno bipartidista) en las elecciones. El 13 de julio de ese año, con 70 años de edad, Rabin se juramentaría y retendría para sí el Ministerio de Defensa. En un gesto unitario, soslayó su dilatada rivalidad con Peres y lo designó ministro de Asuntos Exteriores.
En el ejercicio de sus funciones, Peres auspició las “Conversaciones de Madrid” (octubre de 1991), que en principio se llevaron a efecto entre intelectuales israelíes y miembros de la OLP, pero que luego incluyeron a representantes oficiales. En realidad, Peres, con el estímulo de los Estados Unidos, había logrado convencer a Rabin para que autorizara esas conversaciones (las reservas de èste sobre Arafat, a quien consideraba un “taimado terrorista”, eran conocidas). Las conversaciones dieron lugar a los ya mencionados “Acuerdo de Oslo”.
La voluntad política y los esfuerzos de Rabin en favor de la paz en el Medio Oriente fueron reconocidos por la comunidad internacional, hasta el punto de que, junto a Arafat y Peres, obtuvo el Premio Nobel de la Paz de 1994. En este mismo año también le fue otorgado el Premio Príncipe de Asturias de la Cooperaciòn Internacional (compartido con Arafat). Por otra parte, el proceso de paz también hizo posible la reconciliación entre Rabin y Peres, que desde entonces no sólo serían amigos sino también íntimos colaboradores.
El segundo mandato de Rabin mostró que éste había modificado sus ideas sobre el conflicto israelí-palestino: de tener una concepción militarista pasó a ser un promotor de las negociaciones en procura de la paz. Su nuevo enfoque estaba dirigido a “darle a Israel fronteras seguras, normalizar las relaciones con los vecinos y lograr la aceptación de la comunidad internacional” con base en la cesión a los árabes de una parte de las tierras ocupadas por los israelíes en las guerras contra ellos.
Naturalmente, los esfuerzos de paz en el Medio Oriente chocaban con la oposición de los grupos radicales de ambos bandos. Así, el camino abierto por los “Acuerdos de Oslo” a menudo se vio obstaculizado por las acciones vandálicas de estos últimos: en esta época se produjeron los primeros grandes atentados suicidas cometidos por fundamentalistas islámicos, como los actos terroristas en el autobús de línea 5 en Tel Aviv (19 de octubre de 1994, con un saldo de 22 muertos) y en Bet Lid (22 de enero de 1995, con reporte de 21 muertos).
Los ataques citados tenían como telón de fondo dos realidades: las diferencias entre israelíes y palestinos en asuntos vitales relativos a la implementación de los acuerdos, y el incremento en Israel de las manifestaciones de oposición a las concesiones territoriales. Era obvio que el gobierno de Rabin y el sector palestino moderado que preconizaba la paz libraban, cada quien por su lado, batallas políticas que los enfrentaban con sus propios hermanos.
En 1995, debido a la prédica de la derecha nacionalista y los fanáticos religiosos, había lugares de Israel en los que el ambiente político era explosivo: Rabin era acusado de traidor, y en cenáculos ultranacionalistas y ortodoxos había quienes apostaban por su muerte. Finalmente, el ambiente se enrareció más cuando ciertos rabinos insinuaron que la Ley Judía preceptuaba que la entrega de tierras a los palestinos “era una traición”, y ésta tenía que ser evitada “por cualquier medio”… Tal era la atmósfera prevaleciente aquel día del otoño de 1995.
El asesino de la tonsura
La actividad había concluido aproximadamente a las 9:40 de la noche después de cantar “La canción de la paz”, y Rabin se retiró de la misma descendiendo del estrado por unas escaleras laterales para encaminarse hacia el estacionamiento.
El primer ministro, rodeado de seguidores, saludaba y gesticulaba con evidente satisfacción cuando, de repente, momentos antes de subir a su automóvil oficial, tres disparos se escucharon a sus espaldas. Impactado por dos de los proyectiles, el dirigente israelí empezó a perder el equilibrio y a caer al suelo, mientras guardaespaldas y correligionarios, en medio de una histeria generalizada, se apresuraban a prestarle ayuda. El tercer disparo había herido a Amir Yoram Rubin, uno de los miembros de la seguridad de Rabin.
El líder israelí, gravemente herido, de inmediato fue llevado en automóvil al Hospital Íjilov, centro de salud ubicado en las proximidades. Una vez allí, los facultativos intentaron salvarle la vida, pero no pudieron: las heridas eran letales. Cuarenta minutos después de su ingreso al establecimiento hospitalario, fue declarado oficialmente muerto. Tenía 73 años de edad.
Mientras tanto, en el escenario del hecho criminal un joven tonsurado israelí de talante tranquilo pero mirada arrebatada, que portaba el arma con la que se habían realizado los disparos (una pistola Pietro Beretta semiautomática calibre 380), fue detenido en medio de la turbamulta. Se trataba de Yigal Amir, un fanático religioso ortodoxo y ultranacionalista, quien al ser interrogado por la policía se declaró culpable inmediatamente: dijo que estaba “satisfecho” con su acción y manifestó su convicción de que con ella estaba “salvando a Israel”. Con base en esa declaración de culpabilidad, fue sometido a juicio por el asesinato de Rabin desde el 23 de enero al 27 de marzo de 1996.
En las investigaciones posteriores se determinó que Hagai Amir, hermano del pistolero, y su amigo Dror Adani, tuvieron participación en la planificación del asesinato, por lo cual fueron también procesados judicialmente. En el juicio salió a relucir que Amir había proyectado infructuosamente matar a Rabin en dos ocasiones a lo largo de 1995.
Amir trató de justificar el magnicidio invocando razones de carácter religioso, pero ello no evitó que fuese declarado culpable de asesinato y condenado a cadena perpetua. Además, fue sentenciado a otros seis años de prisión por herir a Rubin. En juicio posterior sería condenado a una pena adicional de 5 años (y, después de una apelación del Estado, a 8 años) por conspiración para cometer el asesinato junto con su hermano Hagai Amir y su amigo Dror Adani.
Teorías alternativas sobre el crimen
Al margen de la versión oficial sobre la muerte de Isaac Rabin, que es la que se ha expuesto en las líneas que preceden, varias teorías se han urdido sobre el hecho, obviamente concebidas desde puntos de mira que no dejan de tener sustratos políticos determinados.
El hecho confirmado de que un miembro de los servicios de inteligencia israelíes (Avishai Raviv) estuviera al tanto de la decisión y los planes de Amir para atentar contra la vida de Rabin sin que sus superiores hicieran nada al respecto, ha dado pie a la conjetura de que en el magnicidio pudo haber participación de elementos radicales enquistados en los aludidos servicios secretos.
Otra teoría es la que responsabiliza del asesinato de Rabin a la derecha y la extrema derecha de Israel. Sin embargo, no hay hasta ahora evidencias de que el Likud, los colonos de Cisjordania, la comunidad ortodoxa judía, los ultranacionalistas o los llamados “halcones” militaristas, estuvieran involucrados en el hecho de sangre.
La verdad es que en el caso del asesinato de Rabin ha acontecido lo mismo que con otros de su naturaleza: a la larga se ha impuesto la teoría oficial, que reduce la conclusión de las investigaciones a la culpabilidad de un fanático que, aunque ayudado incidentalmente por otros individuos, asumió solo y personalmente la tarea de cometer el crimen.
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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