La brecha de género se ensancha entre los grupos de personas de mayor edad porque los hombres viven menos. Se convierten en una minoría que se encoje con cada década que pasa, los hombres representan 40 por ciento de las personas de entre 80 y 89 años.
Por Joseph Chamie
NACIONES UNIDAS, 21 nov 2014 (IPS) – Numerosas iniciativas, tanto a escala nacional como internacional, se han dedicado a la equidad de género y al empoderamiento de las mujeres. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), por ejemplo, convocó cuatro conferencias mundiales sobre la mujer: Beijing 1995, Nairobi 1985, Copenhague 1980 y México 1975.
Los estados miembro del foro mundial adoptaron también varios acuerdos internacionales como la Plataforma de Acción y la Declaración de Beijing, así como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw).
Pero para lograr una verdadera equidad de género es necesario resolver varias desigualdades, discriminaciones y barreras que encuentran tanto mujeres como hombres. Concentrar la atención, las políticas y los programas de desigualdad, prejuicios y obstáculos que afrontan las mujeres, mientras se ignora los que soportan los varones no es productivo y limita la estrategia para lograr una verdadera equidad de género.
Es importante reconocer desde el inicio que los derechos de las mujeres y los derechos de los hombres son derechos humanos.
De hecho, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
El empoderamiento de mujeres y hombres también es un instrumento indispensable para promover el desarrollo humano a escala nacional, reducir la pobreza y mejorar las perspectivas para las futuras generaciones.
Los hombres tienen una gran desventaja en comparación con las mujeres en lo que respecta, quizá, a una de las dimensiones más importantes, la esperanza de vida. Los hombres tienen una longevidad menor que las mujeres en casi todos los grupos etarios.
Los varones viven, en promedio, cuatro años menos que las mujeres. En Estados Unidos, son cinco años menos, sietemenos en Japón y 10 menos en Rusia.
La brecha de género se ensancha entre los grupos de personas de mayor edad porque los hombres viven menos. Se convierten en una minoría que se encoje con cada década que pasa (ver Figura 1). Por ejemplo, los hombres representan 40 por ciento de las personas de entre 80 y 89 años.
En algunos países, por ejemplo Austria, China, Gran Bretaña, Italia, Rusia y Suiza, la edad de jubilación de los hombres está por encima de la de las mujeres, pese a que tienen menos años probables de retiro. Además, cuando logran la misma participación, los hombres tienen similares beneficios de seguridad social, pese a que tienen menos años de jubilación.
En materia de educación, las niñas superan a los niños en la mayoría de los países ricos, obtienen mejores notas y evaluaciones de los maestros, además de tener menos tasas de deserción escolar que los varones. En la importantísima educación superior, las mujeres superan a los hombres en todo el mundo, tanto en asistencia como en egreso del nivel terciario.
Con respecto a la natalidad y la crianza de los hijos, los padres de los países más industrializados, por lo general, no tienen mucho derecho a opinar en relación con el embarazo, pese a que probablemente asuman responsabilidades y costos por su hijo o hija.
Las mujeres tienen derecho a elegir si se practican un aborto o llevan el embarazo a término, aunque el padre no esté de acuerdo. Además, las mujeres pueden optar por la inseminación artificial para tener hijos, pero los hombres, por lo general, quedan excluidos de la posibilidad de alquilar un útero.
Los hombres que se quedan en la casa y crían a sus hijos son mal vistos por no ayudar económicamente al hogar. Pero todavía es bastante aceptable que las mujeres no trabajen y se dediquen a criar a sus hijos.
A diferencia de las mujeres, todavía se espera que los hombres ingresen lo antes posible al mercado laboral, por lo que soportan la enorme presión de ser exitosos proveedores de las necesidades materiales de sus familias.
Además, en los países occidentales, en caso de divorcio y cuando entra en juego la custodia de los hijos, los tribunales suelen favorecer más a la madre que al padre. Y cuando este también tiene la custodia, es muy poco probable que reciba apoyo por el hijo en común que si la situación es al revés.
En lo que respecta a la estructura laboral en la mayoría de los países, los hombres deben hacer frente una barrera invisible que les impide realizar empleos tradicionalmente considerados femeninos, como ser maestros de preescolar y primaria, secretarios o administrativos, enfermeros y asistentes de médico o dentista.
Si se apunta a la equidad de género en los cargos más altos, también es necesaria en los niveles más bajos.
En sectores peligrosos como la minería, la industria maderera, la pesca y la metalurgia, los hombres constituyen la abrumadora mayoría. Por ello tienen más probabilidades de sufrir lesiones fatales o discapacidades por causas laborales. Además, la construcción, la manufactura y la producción disminuyen en los países más ricos, lo que reduce el número de empleos tradicionalmente masculinos.
En materia deportiva, se alienta mucho más a los niños y hombres a participar en actividades más físicas, como fútbol, hockey y boxeo, que a las niñas y las mujeres. Eso también aumenta el riesgo de que sufran lesiones o daños cerebrales prolongados o permanentes.
En los casos de conflicto armado interno o internacional, los varones tienen más probabilidades de entrar en combate que las mujeres. En consecuencia, sufren más traumas y discapacidad y también pierden más la vida.
Los hombres tienen más probabilidades de ser víctimas de homicidio. Entre las minorías étnicas, los homosexuales y los grupos marginados, los hombres también tienen más probabilidades de sufrir discriminación, hostilidad y violencia, en relación con las mujeres.
Además, los varones suelen caer presos más a menudo y cumplir condenas más prolongadas que las mujeres por el mismo delito. Ellas suelen logar la libertad condicional antes que los hombres.
Los hombres también tienen más probabilidades de perder su casa, por lo general tras perder el empleo, tener ingresos insuficientes, problemas psicológicos o de adicción. En general, el consumo de tabaco y alcohol es mayor entre ellos que entre las mujeres en todo el mundo. Ellos fuman cinco veces más que ellas; seis por ciento de las causas de muerte de los hombres se relacionan con el alcoholismo, mucho más que el uno por ciento, registrado en la población femenina.
Además, en la mayoría de los países, los hombres se suicidan más que las mujeres. Sin embargo, ellos tienen menos probabilidades de pedir ayuda y recibir tratamiento por alcoholismo, adicción, problemas psicológicos y de salud crónicos.
Debiera ser evidente que concentrar la atención, las políticas y los programas en las desigualdades y prejuicios que deben afrontar las mujeres, mientras se ignora las que deben soportar los hombres, obstruye y demora los esfuerzos en lograr la equidad de género.
Para lograr la verdadera equidad de género es necesario reconocer y resolver las desigualdades, la discriminación y las barreras que deben afrontar tanto mujeres como hombres.
Joseph Chamie fue director de la División de Población de las Naciones Unidas
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Verónica Firme