Sí, se fue sin querer queriendo. Quizá porque (¡eso…eso…eso!), a pesar de su constante llamado a que le siguiéramos los buenos, no le tuvimos suficiente paciencia ni contamos con su astucia para acabar con los malos (detectándolos con sus antenitas de vinil), dándoles con el chipote chillón, aunque se nos oculten con pildoras de chiquitolina. Ayer, así de pronto, nuestro héroe invencible (más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga, con un corazón como escudo) nos dejó huérfanos y tristes, como unos pobres pendejos. (¿Y ahora, quién podrá defendernos?).