Un “anodino”, según el diccionario, es un “calmante, sedante, sedativo, insípido, insustancial, inocuo, insulso, soso, insignificante, ineficaz, incoloro y superficial”.
Un anodino no creo que pueda hacer mucho daño, pero cuando tiene seguidores, ya sea en una empresa, un partido político o una entidad profesional o sindical, entonces deja de ser “inocuo” para convertirse en socialmente maligno y perjudicial.
Los anodinos los podemos encontrar diseminados por todas partes. Van sigilosos, caminan entre la gente y no siempre son reconocidos a no ser por su falta de empoderamiento, de sagacidad, intrepidez y audacia. Carecen de originalidad. No tienen agallas para enfrentar los males que aquejan al conglomerado que representan o dicen representar. No dan el frente. Tienen miedo de afrontar las consecuencias de sus propias acciones. Por eso prefieren pasar desapercibidos, sin hacer mucho ruido. Esperan que los demás hablen y expongan sus ideas para luego hacerlo ellos. Son unos irresponsables. (No tienen cojones).
Al igual que los estúpidos, los anodinos, son oportunistas, coyunturales. La lealtad no es una de sus características. En la política son aliados. ¡Por eso los detesto!
Esto me recuerda el libro “Las leyes fundamentales de la estupidez humana” de Carlo M. Cipolla cuando afirma que “una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.
Cipolla dice que los humanos “están en cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos”. Advierte que algunos inteligentes pueden cometer, y de hecho lo hacen, actos estúpidos. Y viceversa.
Y añade: “Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esta absurda criatura hace lo que hace. En realidad no existe explicación –o mejor dicho- solo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida”.
El “malvado perfecto”, asegura, es aquel que con sus acciones causa a otros pérdidas equivalentes a sus ganancias. O sea, es un tipo consciente de lo que hace. Pero, lo dice de manera categórica, “el estúpido es más peligroso que el malvado”.
Viendo la televisión, escuchando la radio, leyendo algún diario o revisando la lista de los dirigentes de los partidos políticos (de todos, incluso de izquierda) me convenzo de la cantidad de personas sin talento, mediocres, fracasados, dedicados a la política como profesión. La política es su escalera económica y social. Si no fuera por la política no fueran nadie.
¿Cuántos ñames –sin ofender al tubérculo-, cuántas tayotas –sin ofender ese fruto- están en los partidos políticos o en el gobierno ocupando posiciones trascendentales? Saque usted la cuenta.
“…los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido. Una persona inteligente puede entender la lógica de un malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere.
A los estúpidos, anodinos o inocuos, agreguemos los que no tienen carácter ni para dirigir sus respectivos hogares, pero se creen líderes.Estos “líderes” tienen un perfil psicológico que los convierte en peligrosos si llegan a posiciones importantes o trascendentes en la sociedad. De ellos hay que cuidarse.
Un “líder” o “dirigente”, anodino, inocuo, inodoro, incoloro, ineficaz y superficial, con cara de pendejo bien administrada y un traje de estúpido que se nota a lo lejos, es muy dañino, sobre todo si logra su propósito de llegar al poder. (La fauna política nuestra está llena de estúpidos anodinos).