Lo mereces. Que no tengas un instante de sosiego ni en tu casa, ni en la calle, ni en ningún lugar que acoja tu presencia. Que te pesen los días, como nos pesa que hayas renegado de los principios que te obligan a ser justo. Lo mereces de sobra. Que la palabra “decoro” se te niegue en los labios, y lo mismo suceda con esa otra palabra: “honor”. Que tus culpas íntimas, ineludible castigo a lo que te queda de conciencia, te condenen por siempre a la soledad social. Porque no tienes remedio: tu prosternación ante el poder caudillesco te asigna la condición de juez de Baja Corte…Mejor dicho: Alto Juez del bajo mundo.