Por lo menos tres voces respetables de la Iglesia Evangélica Dominicana se han levantado para marcar una diferencia con las posiciones tremendistas de algunos grupos de esa denominación, junto a la jerarquía de la Iglesia Católica, contra la posibilidad de que se establezca por ley el derecho de la mujer a interrumpir el embarazo en circunstancias excepcionales.
El periodista Bienvenido Álvarez Vega, director del periódico Hoy y reconocido practicante de la doctrina evangélica; el pastor Ezequiel Molina, presidente del Ministerio la Batalla de la fe; y el pastor Mario Román, de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, han coincidido en reconocer el derecho de la mujer a considerar la alternativa del aborto cuando su vida esté en peligro, y en otros casos cuando haya sido víctima de una violación o el feto presente malformaciones congénitas
Álvarez Vega entiende que la observación presidencial al Código Penal no pone en juego la vida, y admite sentirse sorprendido de que en nombre del protestantismo se reniegue del aborto terapéutico, “porque desde hace muchos años los cristianos adscritos a este credo lo han aceptado y miles de sus feligreses lo han practicado cuando ha sido necesario”.
Por su parte, el reverendo Ezequiel Molina reflexiona sobre el tema con un consecuente sentido de racionalidad y compasión cristiana: “Con respeto al aborto, la mujer tiene la primera palabra, luego debe hablar el médico y por último le toca la palabra al hombre, porque ninguna mujer en su sano juicio quiere abortar, y ningún médico como profesional quiere aplicar un aborto a una mujer que no lo necesite”.
La opinión de la Iglesia Evangélica del Séptimo Día, expresada por el pastor Mario Román, no es menos responsable al recordar a sus feligreses que “reconoce el derecho de la mujer a interrumpir un embarazo cuando peligre su vida, cuando el feto presente malformaciones congénitas o cuando sea el resultado de una violación o incesto”.
Estas opiniones coinciden con la del sacerdote jesuita Mario Serrano, quien invitó a la comunidad cristiana a tener cuidado con las penalizaciones que “olvidan la misericordia divina y terminan fomentando más dolor y muerte”. A diferencia de la posición de la jerarquía católica, Serrano apoya que se establezcan excepciones a la penalización del aborto, reconociendo la necesidad de políticas públicas para acompañar estas situaciones dramáticas y animando a “manejar el tema con mucho diálogo, respeto y misericordia para ambas vidas en juego”.
Igualmente significativo resulta el punto de vista del nuevo rector de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCAIMMA), sacerdote Ramón Alfredo de la Cruz Baldera, al estimar que en el tratamiento del tema “está saliendo mucho fundamentalismo”, y que “éste no conduce a nada, ni el político, ni el económico ni el religioso”.
En una sutil pero clara diferencia con el tono intolerante de la jerarquía católica del país, el padre De La Cruz Baldera dijo que ese fundamentalismo surge “cuando el papa Francisco está diciendo todo lo contrario”. “Ayudemos al papa a abrirnos como una iglesia renovada, que sea motivo y motor de conducción hacia una sociedad nueva”, apuntó el religioso.
No es la primera vez que el liderazgo cristiano, evangélico o católico, define una posición diferente a los criterios fundamentalistas que durante mucho tiempo ha mantenido el sector más conservador de la Iglesia Cristiana sobre este controversial tema.
Durante un debate parecido registrado en Colombia a propósito de una decisión de la Suprema Corte de Justicia a favor del aborto terapeútico, el influyente sacerdote Carlos Novoa, enfrentó la posición del alto clero católico de su país al reconocer la pertinencia de este procedimiento en circunstancias excepcionales.
En una entrevista concedida a la periodista Cecilia Orosco, el padre Noboa dijo lo siguiente: “No conozco a la primera mujer a la que le encante abortar. Creo que todos estamos de acuerdo en que el aborto no es ideal. Pero hay que comprender humanamente “las situaciones difíciles o incluso dramáticas y de profundo sufrimiento” que enfrenta una mujer angustiada y sola”.
Y fundamentó su punto de vista con una observación simplemente racional: “Porque el problema del aborto no se soluciona con la prohibición ni encarcelando a nadie. No podemos manejar de cualquier manera lo que implica ese drama, ni podemos asimilarlo a un homicidio que se comete con premeditación y alevosía. Ese planteamiento no tiene presentación desde la óptica de la ética teológica, de la ética filosófica o de la jurisprudencia, porque en la mayoría absoluta de los casos el aborto es un drama que se presenta cuando las mujeres se quedan sin otra alternativa”.
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