Llegando a la mitad de su segundo y último mandato presidencial, y aún aturdido por la derrota congresual de los demócratas, Barack Husein Obama, presidente número 44 de los Estados Unidos, ha pisado el acelerador para no pasar a la historia como incumplidor de sus promesas. Su elección como el primer presidente negro y con raíces vivas en África, era contentiva de un mensaje de transformación, que en seis años de ejercicio del poder no había sido correspondido.
A excepción de la reforma sanitaria conocida como “Obamacare”, se le endilgaba un rosario de incumplimientos que ha procurado dejar atrás, por eso emitió la orden ejecutiva para una amnistía migratoria de la que podrían beneficiarse cinco millones de ilegales, del total de once que pretendía regularizar con la empantanada reforma migratoria; y por los mismos motivos empezó a trasladar prisioneros de Guantánamo a otros destinos, que es la razón que también explica su entendimiento con el gobierno cubano para un acercamiento que lleve a la ruptura del bloqueo unilateral impuesto por los Estados Unidos desde el 1961.
El nuevo anuncio representa el principal acontecimiento noticioso del 2014, con una coordinación de espectáculo primero se dirigió a su país y al mundo el presidente Obama, desde Washington y después se pronunció desde la Habana, Raúl Castro, presidente de Cuba, y antes de los discursos, los sendos intercambios de prisioneros.
Se ha derribado el último muro de la Guerra Fría en un contexto en que Cuba carga con los mejores resultados a cambio de muy poco, por una combinación casi perfecta de factores atrayentes.
Por una parte, un presidente estadounidense que a partir del próximo 21 de enero, entra en el conteo regresivo y abona el terreno de su próximo oficio: conferencista global y autor de textos motivacionales, y de seguro, también inspirador de alguna historia para Hollywood.
Un fenómeno de taquillas por todas partes, porque no solo se trata de la experiencia del primer negro que gobierna Estados Unidos, sino el gran impulsor de cambios, generoso con los migrantes, defensor de los derechos humanos y el que puso fin al bloqueo contra Cuba.
Para la isla fascinante todo es misa de salud, enviudando por segunda vez y sin contar con quien le proporcione el sustento, casi a punto del asfixie recibe el balón de oxígeno.
Además del coraje, de la habilidad y la inteligencia de los Castros, Cuba había podido preservar una revolución socialista a 90 millas de los Estados Unidos, por el patrocinio que le suministró la Unión Soviética, pero luego que ese financiamiento dejó de fluir, cuando lo predecible era su liquidación, encontró en la Venezuela chavista un nuevo valedor.
Y llegado el momento en que Venezuela no puede ni con ella misma y que trata desesperadamente de dejar en manos del mejor postor la deuda de Petrocaribe, lo que le anuncia a Cuba mayor aprietes de cinturones, llega la bendición de Obama con el impulso de un acercamiento que de entrada multiplica el tope de las remesas y amplia el mercado turístico en el que más de la mitad de las habitaciones hoteleras permanecen vacías.
Obama no puede dar garantías de que sus medidas prosperen, pero el hecho de adoptarlas lo coloca a la ofensiva, todas requieren lo que él no tiene: mayoría congresional, pero independientemente de lo que decida el Congreso, podrá proclamar que ha cumplido, y los demócratas ampliarán ventaja entre beneficiarios de sus iniciativas.