La temporada final del año puede tener todo el fervor de sentimentalismo que se quiera, su dosis de religión y tradición, pero también se encuentra el lado más amargo de la vida, que es cuando surgen las desavenencias sociales.
Por Manuel Hernández Villeta
En navidad y Año Nuevo se puede escuchar la prédica del buen vecino, de dar un pan al que más necesite, pero es fiesta de unas horas. Luego todo se olvida, y el mundo sigue rodando en su amargo devenir.
Los pobres y los más necesitados deben dar el salto adelante, para no quedarse sumergidos en la miseria. Los que más tienen, en poder económico, o en mandato público, son los obligados a dar auxilio.
Ya no se trata ni siquiera de la más justa distribución de las riquezas, sino de que a la mesa de todo dominicano pueda llegar el pan. Los políticos para esta fecha reparten canastas y juguetes, y logran la alegría de una noche, de un día.
Y se necesita un mayor esfuerzo de los que tienen y pueden para cambiar una correlación de fuerzas, que sumerge en la miseria absoluta a la mayor parte de la población. Los dominicanos, a golpe de crisis económica, se están convirtiendo en bagazos.
Para cambiar esta situación no solo basta con las buenas intenciones, y pensar que el pan se debe partir para que alcance a la mayor parte de la población, sino en crear programas permanentes, que puedan reducir la asistencia y los regalos.
Una de las metas del próximo año debe ser la creación firme y decidida de una política de pleno empleo. Crear áreas donde con salario mínimo una parte de manos ociosas pueda hacer algo productivo. El hombre que trabaja no piensa en delinquir.
La delincuencia es sinónimo de pobreza, y la mejor forma de derrotarla es con el progreso sobre bases reales, como es mejorando las condiciones de vida de la población.
Momento de reflexión, para tomar impulso y acabar con las desigualdades sociales.