La antología universal conoce el apellido Montesquieu por el Barón que en la época ilustrada planteó revolucionarias teorías políticas sobre la separación de poderes, constituyendo una mente crítica en una sociedad francesa repleta de conservadurismo y tendencias aristocráticas.
Pero la intención de quien suscribe no es analizar el Montesquieu europeo de hace tres siglos, sino su homónimo dominicano que se ha convertido en un ídolo binario y sus “reflexiones” son seguidas por cientos de miles de personas en las redes sociales, especialmente Youtube, que es la sinagoga del actual pensador.
La diferencia entre el Montesquieu de la Ilustración y el del siglo XXI es que el primero es un referente en la ideología política equitativa mientras el segundo es referente de una ideología políticamente incorrecta, socialmente anarquista y psicológicamente jodida.
Carlos, nombre de pila del pensador cibernético, es un youtuber que tiene desde el 2007 colgando videos en la Web, pero en el último binomio es que sus publicaciones han tenido repunte. Hasta la fecha tiene más de 183 mil suscriptores, con más de 20.4 millones de visualizaciones. La media de reproducciones por video es de 400 mil, lo que lo convierte en un verdadero fenómeno del ciberespacio.
Sin embargo, su popularidad no se debe a que el Montesquieu 2.0 es un exégeta fino de la teología, un analista financiero del capitalismo moderno o un creador de tutoriales de práctica docente eficiente, de hecho, está muy lejos de cualquiera de las anteriores. Su fama se debe a que es un fino elocuente del morbo y las palabras ofensivas, no cuela sus ademanes agresivos y mucho menos depura sus movimientos sexualmente vulgares.
“Y el punto que todos quieren saber…”, citando al youtuber, es ¿cómo una persona cuyos videos son ofensivos, en contra de cualquier deontología cívica y estímulos de prácticas agresivas, ha logrado tanta popularidad, incluso hasta ser invitado a programas televisivos y grabar canciones con exponentes urbanos?
Sería simple limitarme a decir que es el “morbo”, pero ciertamente creo que va más allá de la invocación al lado salvaje de nuestra psiquis. Carlos, fuera de sus comentarios ofensivos, presenta la cotidianidad y se burla de ella, sobre todo la cristiana. Hace uso del sarcasmo y el cinismo para describir los sucesos conyugales de una sociedad en pleno declive. Expresa lo que siente y siente lo que expresa, las personas se identifican con la autenticidad de sus personajes por la carencia de sinceridad en el mundo real. Incluso en uno de sus videos –tuve que ver la mayoría para poder escribir estas líneas- reconoce que su popularidad ha crecido mucho y que las personas le siguen como si involucionáramos otra vez a sociedades politeístas. Más que eso, por cada mil veces que un video suyo es visto Google le pagaría 2 dólares, o sea que si calculamos con una media de 400,000 vistas semanales, Carlos se ganaría más de 3 mil dólares al mes, mucho más que cualquier empleado público o privado.
Esta modalidad de youtuber se ha convertido en un modus vivendis de jóvenes en todo el mundo y el Montesquieu 2.0 es uno de ellos. Ciertamente hay que reconocer que es una persona creativa para grabar, editar y crear un guión, aunque el contenido no aporte nada positivo al colectivo, o por lo menos no desde el ángulo moral.
¿Es Montesquieu un reflejo de la sociedad? Diría que no de la sociedad en su conjunto, pero sí de una parte de ella, la misma que consume este tipo de creaciones y que su pasatiempo es hurgar en espacios tóxicos para el desarrollo intelectual, espiritual y emocional del individuo. Con esto no pretendo estimular el repudio a esta persona que también es víctima de una sociedad desequilibrada donde tres de cada 10 jóvenes no tienen empleo, no existe garantía de seguridad ciudadana y una persona con tatuajes es discriminada. Nadie le ha hecho más daño a este país que quienes le dirigen y no es un youtuber o artista urbano.
Y como estamos en un año preelectoral en donde se verán muchas cosas utópicas, espero que algún politiquero de los postulantes no se ingenie usar la popularidad de Montesquieu para subirlo en una tarima y ganar adeptos porque entonces esa acción podría invocar “El espíritu de las leyes” retorciendo los restosde quien dio fama al apellido en una era de Cartas Persas.