Admiro y le tengo pena a Francisco Domínguez Brito. Lo admito porque ha tomado por los cuernos al toro de lidia que más corridas millonarias ha jugado en plazas del Caribe, Centro y Suramérica, luego de que Hipólito Mejía le clavara un par de banderillas. Ciertamente es admirable que Francisco haya capoteado en el redondel a uno de los mejores ejemplares de las crianzas de Leonel Fernández. Pero le tengo pena (¡cuanta pena!) porque, según las evidencias en los casos DICAN y la chica narco, parece que la corrupción en su cuadrilla solo se detiene en la puerta de su despacho. Y ahí está él, vuelto loco y sin idea.
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