Parece que otro personaje fue víctima de la delincuencia y la prensa no lo ha difundido; hace mucho tiempo que no le veo, aunque ciertamente se deja sentir por algún mensaje atípico en las redes sociales. Estoy casi seguro –y mi intuición periodística así lo refiere- que alguien aniquiló el sentido común y las autoridades no han reportado el deseco a la justicia para que se investigue el caso y paguen los culpables.
Pese a que no tengo pruebas tangibles del asesinato contra este individuo, el olor a muerte circula en todas las esquinas de mi desamparada media isla cuando veo que las personas paran sus opulentos vehículos sobre la línea de cebra o paso peatonal e imposibilitan la libre circulación de quienes intentan llegar temprano a sus puestos de trabajo después de sustos multiplicados por la carrera entre guagüeros para llegar primero hasta el semáforo dañado.
Son indicios fúnebres los que se avistan al momento de que ese mismo peatón debe caminar por las calles sucias porque los mensajeros y repartidores pululan por las aceras sin el más mínimo cuidado. Incluso, ya los he visto chateando con una mano y tratando de maniobrar con la otra, mientras la poca neurona flotante que les queda la usan para evadir la multa anunciada.
Al sentido común lo desaparecieron y esa afirmación la pueden hacer sin tapujos las personas con discapacidad que no pueden desplazarse 100 metros sin encontrar un obstáculo, ya sea por un basurero improvisado o la apropiación del espacio público por parte de una empresa que levanta una edificación violando todos los permisos municipales.
No puedo pensar en otra cosa que no sea epitafio cuando veo a la madre con sus dos hijos pequeños en brazos, de pie en medio del autobús y nadie le brinda un asiento. De por sí es una odisea salir vivo después de tomar el transporte público sin ninguna reglamentación que se imponga al orden colectivo.
Presiento que la muerte del sentido común es un hecho cuando veo el precio de la gasolina reducirse en un 40% y los pasajes siguen sin variación. Pienso lo mismo cuando compruebo que la canasta básica de alimentación está cada vez más inasequible y los medicamentos ni siquiera al alcance de sus propios comerciantes.
Cuando veo que obligas a tus empleados a trabajar 10 horas seguidas y le condicionas a salir del puesto pasada las 10 de la noche sin opciones de transporte, pero eso no importa porque con el sudor de esos empleados pudiste cambiar el vehículo por uno del año y quizás cuando te aprestas a dormir esos dependientes ni siquiera han podido llegar a susmiserables casas para ver pocos minutos a sus hijos mientras duermen y tratar de descansar las cuatro horas que les quedan antes de volver al maldito puesto que abusivamente le ofertas.
Estoy convencido de que esta aniquilación no ha sido fortuita, sobre todo por la manipulación de la educación para formar multiplicadores de un sistema fallido en vez de productores de conocimiento y razón. No tiene sentido común una nación que premia a los pecadores y obliga a sus fieles al ayuno prolongado con la promesa de posible bienestar mañana, o pasado.
Ninguna autoridad se ha manifestado en torno a la desaparición del sentido común y eso es preocupante. A veces las iglesias intentan mencionarle, pero pierden la calidad para referirse al tema cuando sus acciones desequilibran la balanza moral con machismo rancio, abuso de poder, imposición religiosa y hasta desorden psicoemocional.
Entiendo que la evolución es parte de un colectivo social, pero cuando es primicia el bochinche entre dos “comunicadoras” en vez de la calidad mediática, cuando prima el debate politiquero en vez del análisis de la democracia en su conjunto, cuando la audiencia te sigue por la cantidad de ofensas que puedas decir en un minuto en vez de propiciar ecosistemas de igualdad, cuando se sigue al político que más reparte dinero en vez del que oferte más oportunidades, no logro pensar en otra cosa que no sea el ataúd del sentido común.
Alguien debió orquestar este linchamiento. No es posible que este acto, como otros tantos, quede impune. Exijo justicia por la muerte del sentido común y aunque sea el único que todavía se inmute ante las barbaries vistas a diarios por esta caricatura de país, buscaré las herramientas para llevar el reclamo hasta las últimas instancias porque…
¡Disculpen!, estaba divagando. El sentido común no ha muerto, lo abortaron cuando era un embrión y esterilizaron esos óvulos sociales para que los espermas de ideales liberales no fecunden las necesidades de cambio que tanto necesita esta suciedad, perdón, sociedad.