Carta Abierta al Presidente Danilo Medina: Esto, señor Presidente, lo traigo a colación luego de escuchar atentamente su discurso pronunciado en la CELAC, y sobre el cual me permito expresarle, como ciudadano de éste país y en mi condición de profesor universitario dedicado por 25 años a la enseñanza a nivel superior, algunas inquietudes al respecto.
Santo Domingo, R. D.
3 de Febrero del 2015
Señor Presidente:
Aunque en el ámbito de la política, las propuestas y promesas ofertadas en un discurso de un ejecutivo, un funcionario o un líder, muchas veces no llegan a materializarse, quedando las palabras en el limbo de la retórica, por las circunstancias apremiantes en el ejercicio del poder, siempre existe la esperanza de que en algún momento se cumpla la máxima aplicada en el ámbito gerencial que nos enseña que se debe escribir lo que se dice y hacer lo que se escribe.
Esto, señor Presidente, lo traigo a colación luego de escuchar atentamente su discurso pronunciado en la CELAC, y sobre el cual me permito expresarle, como ciudadano de éste país y en mi condición de profesor universitario dedicado por 25 años a la enseñanza a nivel superior, algunas inquietudes al respecto.
En efecto, tal y como usted sostiene en su discurso, siempre ha destacado la imperante necesidad de comprometerse con la superación de la pobreza, la desigualdad y la exclusión social en nuestra región. Flagelos sociales que han convivido en el seno nuestras sociedades desde la fundación de los Estados Latinoamericanos y Caribeños. En muchos casos con logros sociales visibles, pero en lo que concierne a nuestro país, según la CEPAL y organismos internacionales, aún persisten altos niveles de pobreza y desigualdad, sin que los objetivos de la política social de los gobiernos hayan logrado resultados que reflejen una mejoría en el bienestar de la inmensa mayoría de la población dominicana.
Así, en lo que respecta al sistema educativo dominicano, no se llega a visualizar en qué momento se vincula la política gubernamental y las acciones de los órganos rectores de la educación superior con la necesidad de convertir el crecimiento económico en fuente de prosperidad, orientada a la reducción de la desigualdad económica y social y logro de mejores condiciones de vida de los dominicanos en situación de pobreza y una parte no menos apreciable en indigencia.
Cómo entender que nos acercamos más a las aspiraciones de lograr una mejor sociedad, cuando a la vista de todos, la UASD, la universidad histórica, la universidad del Estado dominicano, sucumbe en la posibilidad de dar mejores y mayores oportunidades a los jóvenes dominicanos, ante las limitaciones operacionales que le impone la restricción presupuestaria, impidiéndole ofrecer servicios educativos de manera adecuada y de calidad a más de 180,000 estudiantes.
Es plausible su inquietud y hasta de sensibilidad cuando sostiene que, “es un compromiso del Estado dominicano, del poder público, la responsabilidad de conducir los esfuerzos nacionales, mediante políticas públicas, para combatir a los grandes enemigos del desarrollo, que son la pobreza y la desigualdad”. Pero el combate a la pobreza y la desigualdad sólo es posible mediante un verdadero compromiso de mejorar las instituciones, de hacerlas eficientes en sus operaciones, destinando los recursos necesarios hacia los requerimientos presupuestarios de los órganos ejecutores del sector público.
No puede haber tal derrame de las riquezas, cuando el Estado de un país en una economía de mercado, no asume su rol redistributivo a través de la acción fiscal. Los estudios económicos revelan que si bien el gasto público mejora los niveles de desigualdad, no menos cierto es que por el bajo nivel y la insuficiencia del gasto social los servicios públicos son ineficientes, manteniéndose en el tiempo y espacio los males propios de la injusticia social de nuestro país.
Porque en realidad, no es como determinados intereses mediáticos pretenden hacerle ver a la sociedad de que la UASD es ineficiente por la “holgazanería de sus profesores”, o “la haraganería de sus empleados” o “la incompetencia de sus autoridades” o la “voracidad de ciertos depredadores”. Todo por el contrario, señor Presidente, los docentes y los servidores académicos hemos sabido asumir el compromiso de transferirle recursos, consistente en tiempo y trabajo no resarcidos, al proceso docente, al impartir docencia a secciones sobrepobladas con 80 estudiantes y más, muchas de las veces en condiciones infrahumanas, por las condiciones deplorables de las aulas y los espacios docentes, que evidentemente restan eficiencia al proceso enseñanza-aprendizaje.
Cómo mejorar la calidad docente, cuando se les niega a los jóvenes estudiantes disponer de laboratorios, computadoras, internet, que permitan crear las condiciones que contribuyan a disminuir las disparidades en el acceso y calidad de la enseñanza entre diferentes sectores sociales, y disminuyan las inequidades en el disfrute de la educación.
Claro, señor Presidente, China y otras naciones asiáticas han logrado avances notorios producto de la investigación y desarrollo. Sin embargo, nosotros como país subdesarrollado, si bien estamos lejos de invertir, siquiera en los niveles propios de nuestra pequeña economía, en I&D + i (Investigación, Desarrollo e Innovación) parte de nuestro PIB, bien debiera el Gobierno dominicano destinar los recursos necesarios en la formación del capital humano requerido por los sectores productivos y sociales que necesitan de mayores niveles de cualificación y preparación de sus recursos humanos. Lo que significa invertir lo necesario en el sistema de educación superior, por lo menos para lograr mejores resultados en la docencia, y a partir de la incorporación de la indagación, la innovación e investigación al proceso enseñanza-aprendizaje, elevar las habilidades y el conocimiento creativo e innovador de los recursos humanos del país.
Como es sabido, aunque los Estados Unidos y algunos países europeos, en años recientes, asumieron a ultranza los preceptos neoliberales de la privatización y la desregulación de los mercados, han comenzado a revalorizar el rol del Estado solidario y la trascendencia de la acción social en beneficio de la población más vulnerable y hasta de la clase media.
Ahora bien, un Estado de Bienestar no es sinónimo de asistencialismo y paternalismo, son cosas muy diferentes. Porque el primero, visualiza al ser humano no como objeto, sino como sujeto con derechos y deberes sociales, políticos y económicos. En tanto, el asistencialismo lo que busca es paliar, atenuar las incongruencias de las políticas sociales de los gobiernos que priorizan como objetivo perpetuarse en el poder, no precisamente para eliminar la pobreza y la desigualdad.
Es sensato cuestionarse cómo pensar en un Estado de Bienestar cuando las instituciones públicas destinadas a mejorar la calidad de vida, reducir la pobreza y la desigualdad mediante una mejor redistribución del ingreso a través de más y mejores servicios públicos, no pueden operar eficientemente por la falta de financiamiento adecuado y suficiente.
Concluyo ésta líneas, apelando a su sensibilidad y comprensión para que, de manera mancomunada con las autoridades universitarias, se definan acciones concretas orientadas a eliminar los déficits y las dificultades financieras que aquejan a la UASD, bajo el compromiso, ineludible, de la comunidad académica de fortalecer la institucionalidad y mejorar la calidad docente e investigativa en la Universidad.
Atentamente,
Bernardo Hirán Sánchez Melo, Ph.D.
Profesor de la UASD