Entre los dioses griegos hay uno muy díscolo y cambiante: Eolo, que controla el viento. A veces se presenta como un niño burlón y otras como un endemoniado. A veces sopla suaves vientos alisios y en otras tormentas arrasadoras. A veces puede conducir hacia el mejor destino, como arrojarte hacia los acantilados. Por eso, es muy temerario que Leonel Fernández encomiende su suerte a un dios tan impredecible. Porque, ¿quién le iba a decir meses atrás que Eolo se iba a transmutar en Quirino Ernesto Paulino Castillo, cuyos violentos soplos, parece que alentados desde Washington, pueden arrojarlo a un precipicio?