Por Moises Saab
El Cairo.- Hace casi cuatro años las potencias occidentales dieron un golpe maestro en el Consejo de Seguridad de la ONU al aprobar un texto sobre la crisis en Libia por manifestaciones antigubernamentales.
El texto expresaba preocupación por los derechos humanos en ese país, liderado por Muamar Gadafi, el cual tenía el índice de desarrollo humano más alto de Africa y vivía en calma, a juzgar por la falta de noticias que generaba y el palpable acercamiento a países de Europa.
Un levantamiento armado, ya en estado terminal en la turbulenta ciudad de Bengasi, fue el pretexto para el inicio de los bombardeos de la OTAN que derrocaron a las autoridades legales y reconocidas por la comunidad internacional.
Y también constituyó el primer paso de un corto viaje que ha desembocado en la implantación en ese rico país norteafricano del Estado Islámico (EI), el movimiento que ocupa zonas en Iraq y Siria y está también en Argelia, Túnez, Yemen, Egipto y estados del Sahel.
Eran los tiempos felices de lo que dio en llamarse la Primavera Arabe, iniciada en Túnez contra los desmanes del fugitivo presidente Zine El Abidine Ben Alí, un río de poco agua.
Sin embargo, los asuntos comenzaron a tomar un sesgo complicado con el surgimiento de un fuerte movimiento contestatario en Bahrein, asiento de una base vital para la V Flota estadounidense, y en Yemen, la llave del estrecho de Bab El Mandeb, a través del cual pasan los barcos hacia y desde el canal de Suez.
Pero sobre todo con la revuelta popular en Egipto que dio al traste con el régimen de Hosni Mubarak, el mejor muro de contención estadounidense en el Levante y el norte de Africa, dejado a su suerte a pesar de un largo telefonema de su homólogo estadounidense.
En lo que todas luces fue una operación de control de daños, las potencias occidentales jugaron la carta de alentar un levantamiento armado en Siria, protagonizado por milicias que reclutaron a quienes estuvieran deseoso de ganar algo de dinero en una campaña que parecía una merienda dominical en el campo, al mediodía, y sin indicios de lluvia.
Como idea general estaba bien fundamentada: en Iraq campeaban por sus respetos las tropas ocupantes de Estados Unidos y sus asociados de la coalición anti Saddam Hussein y el derrocamiento del presidente sirio Bashar Al Assad disminuiría el frente de países reacios a aceptar la expansión israelí como hecho consumado e inevitable.
Sin contar que la imposición de gobiernos prooccidentales en esa zona cerraba el cerco sobre Irán y proyectaba sombra sobre los intereses geoestratégicos rusos, una posibilidad siempre bienvenida incluso en aquellos tiempos, cuando la creación de una Ucrania adscrita a la OTAN aún estaba en proyección.
Mientras, en Iraq, surgía un movimiento que propugnaba la creación de un califato, al que no se le prestó mucha atención porque se ajustaba a la intención de fragmentar a ese país para debilitarlo y, al mismo tiempo, construía un valladar al entendimiento con Irán.
Fue un error de magnitud catastrófica: el propuesto califato ha devenido una realidad creciente e inmune a las oleadas de bombardeos tanto en Siria como en Iraq y crece de manera sostenida sin que aparezca un antídoto para mantenerlo sólo como fuerza de reserva cada vez que sea necesario.
Semanas atrás, y después de la horrible muerte quemado vivo de uno de sus pilotos, el reino de Jordania dijo haber destruido en sólo un día 56 bases de EI, lo que indica que hasta entonces estaba al tanto de su existencia, pero había hecho la vista gorda.
El foco más pequeño de EI estaba en Libia, en una remota ciudad del oriente del país, pero el fin de semana pasado, sus miembros trascendieron los límites permisibles cuando decapitaron a 21 cristianos coptos egipcios.
La respuesta no se hizo esperar y horas después de la difusión de las imágenes del hecho, con el tinte horripilante que caracteriza a EI, El Cairo lanzó sus cazas contra bases de los islamistas en la ciudad de Derna, en lo que tiene todos los ribetes de un anuncio de lo que está por venir.
A estas alturas resulta obvio que el EI no puede ser destruido desde el aire, una realidad táctica que puede imponer la intervención de tropas terrestres: la gran pregunta es quién va a arriesgar adentrarse en semejante pantano, donde el tránsito puede ser largo y peligroso.
(*) Corresponsal jefe en Egipto