Fue casi imposible resistirme a esa peculiar oratoria de un joven cristiano que sin proponérselo motivó a que saliera de mi rutina nocturna entre televisión y cena, y fuera hasta la esquina donde predicaba para escucharle con atención y admiración. Se llama Melvin y tiene 36 años, aunque su vigor y actitudes le aparentan de 28 años o menos.
Siempre me he considerado una persona exégeta, un mortal que cree en la existencia de una energía transformadora a la que prefiero no ponerle seudónimo sino disfrutarla con sus creaciones. La noche de anoche fue una de esas donde un semejante me recuerda que esa energía está dentro de cada persona, no fuera.
Y Melvin, de camisa amarilla ajustada y remangada, pantalón jean negro y unas botas altas, cuestionó a todo el presente sobre la participación de cada uno de nosotros en mejorar la sociedad, o como se atrevió a definirla, “nuestra podrida nación”. Definió los que para él son problemas colectivos y cada planteamiento lo terminó preguntado ¿y qué hacemos para cambiar eso?
“Vemos al jovencito de 13, 14 y 15 años que ya anda atracando para comprarse un par de tenis y lucirle a otro menor que, al igual que él, está carente de personalidad porque lo hace para llamar la atención. Casi nunca van a la escuela y si van, es a ubicar a sus próximas víctimas. Nosotros como cristianos, ¿qué hacemos con ese adolescente? Lo juzgamos y señalamos como hijo del diablo; peor aún, no vemos que es víctima de una deformación familiar”.
Y prosiguió en sus preguntas.
“La muchachita que no bien se sabe bañar ya la ves mostrando lo que todavía ni bien formado tiene, porque esa es la moda y si no hago eso las otras amiguitas me van a rechazar. Y como mi autoestima es tan baja, necesito seguir la corriente para estar en la onda. Lo peor es que desde la propia iglesia la ignoramos y le decimos que está poseída por el demonio como si eso sirviera de algo. ¿Qué hacemos para cambiarle la realidad a ella?”
Al escuchar la autocrítica y el realista discurso de aquel joven alto y delgado, las personas, al igual que yo, comenzamos a aglutinarnos frente a él para no perdernos un ápice de tan suculenta alocución.
“Para poder encajar en la sociedad de hoy necesitas tener un diseño raro en la cabeza, unos pantalones por las rodillas, tatuajes y unos pedales –calzado- caros. Yo les digo a ustedes que eso no es verdad porque yo decido vestirme como me sienta bien y no me ofenda a mi mismo porque soy templo del espíritu santo. No necesito que nadie apruebe lo que me pongo porque no me visto por moda o para llamar la atención, sino por comodidad. Pero vemos que en la iglesia también hay prejuicios cuando criticamos a la hermana porque se pone un pantalón o aretes, sin embargo ese no es el problema…”
En este lapso los adolescentes comenzaron a llegar.
“Hay faldas que provocan más que cualquier pantalón, así que no me diga que para ser cristiana debe usar falda porque el problema no está en lo que uses, sino en la intención del uso. Si te pones el arete como simple adorno o para lucirle a otra mujer, si te pones el pantalón por comodidad o para que se te noten los atributos genitales, si usas una prenda porque te la regaló alguien entrañable o para lucirle al resto. Todo depende de la intención porque ser cristianos no se lleva en la ropa sino en el alma y el corazón”.
Obviamente, la multitud creciente aplaudió esas afirmaciones.
“Yo soy un joven con necesidades biológicas y hay muchas tentaciones de sexo en la calle, hasta en la propia iglesia, pero saben qué… Dios me dijo que sea feliz con una sola mujer y por eso me casé y trato cada día de ser feliz al lado de la mujer que elegí. La infidelidad puede ser placentera y hasta aceptable en un país machista, pero el día que la carne domine la mente hasta ese momento seremos hombres y volveremos a ser simples animales”.
Los aplausos de las féminas sin dudas que se hicieron sentir, además de dos o tres ¡aleluyas! que sus compañeras de culto vociferaron.
Pero uno de los momentos que más me cautivó fue cuando lanzó misiles a su propia iglesia. “Nosotros que decimos ser cristianos, qué hacemos para demostrarlo. Creemos que ser cristianos es reunirnos en un centro a cantar dos o tres coros viejos y llamarnos hermanos. No, eso no es ser cristianos. Jesús me llama a bajar del púlpito y salir en busca de acciones transformadoras. Es cierto que los políticos que tenemos están corrompidos, pero criticando sin hacer propuestas no ganamos nada”.
Y prosigue: “Ser cristiano no es decirte que el infierno será tu destino sino te conviertes y mencionar al diablo tres veces más que a Dios, eso es asustar a la gente y atemorizarle. Vivimos épocas distintas y si queremos que los jóvenes se acerquen a Cristo vamos a dejar que entren a la iglesia con aretes, que vayan con los pantalones por el suelo, que entren hasta sin camisa si quieren, porque les aseguro –y aquí suspiró- que el poder de Dios los transformará antes de lo esperado así como lo ha hecho con cada uno de los que hoy le adoramos”.
Al finalizar su discurso no me pude resistir, me dirigí hasta donde Melvin, lo abracé y le dije: “Felicidades, eres un ejemplo de juventud revolucionaria y cristianos como tú son inspiración a seguir. Me hiciste salir de mi casa a escucharte y no sigo ninguna doctrina religiosa, pero tu discurso me ha motivado a que cualquier día de estos visite tu iglesia”.
Con una sonrisa en el rostro y un aura inexplicable me respondió: Amén hermano, eres bienvenido cuando quieras. ¡Qué Dios te bendiga!