Por Teodoro Reyes Torres
Los principios morales son un amplio conjunto de conceptos profundos que concurren espontáneamente para estructurar en el universo un sistema de postulados conocido como Ley Natural. Por lo general, las normas morales no suelen escribirse, puesto que ya están codificadas en la propia naturaleza y solo la inteligencia del hombre puede interpretarlas.
Denominadas también nombradas como Derecho Natural, la Ley Natural tiene la función primordial de regular la convivencia armoniosa en nuestro planeta, incidiendo directamente en los procesos dinámicos de las interrelaciones entre todos los seres vivos, y de éstos con la naturaleza. La Ley Natural se caracteriza por su universalidad e invariabilidad; sin embargo, el rasgo que mayor trascendencia tiene en ELLA, es que en su contenido recoge los principios de Deberes y Derechos de los individuos, aplicables al medio natural donde habiten.
No se trata de una novedad, el tema en cuestión hace siglos fue abordado por un grupo de afamados filósofos religiosos, entre los que destacó Santo Tomás de Aquino. Dedicaron gran parte de sus vidas al trabajo y estudio de los fenómenos naturales, y en especial promovieron la Ley Natural como un don legado por Dios para beneficio del hombre. De hecho, la Santa Biblia encuentra en dicha ley el material divino ideal para enriquecer el dogma cristiano; puesto que ELLA encarna la conciencia y verdad, la justicia, la lógica y la razón de la existencia humana.
Es tan inmensa la estatura de la Ley Natural en el universo que su estudio y conocimiento abrió paso a las ciencias. Pero además, su fundamento sirve de base a las leyes humanas, sean Estatutos, Reglamentos, Constituciones, o Códigos Civiles. De ello se deriva que las leyes terrenales estén constituidas en más de un 80 % por componente moral, y menos de un 20 % por un elemento social. Por consiguiente, la administración de leyes promulgadas con defectos en cualquiera de sus facetas morales, generará más perturbaciones comunitarias que los objetivos que pretende normalizar.
No obstante, de las leyes es conveniente señalar su carácter de inviolabilidad, acatar su mandato es inapelable. De manera que por insignificante que parezca, el hecho de infringir una regla en cualquiera de sus aspectos, conllevaría serias dificultades para los individuos, lo mismo que para el entorno familiar o colectivo. Muy bien lo expresa el dicho popular: “Tarde o temprano, el que la hace la paga”.
En teoría, todos los seres vivos tienen el mismo derecho a existir en el medio natural. Así, al ritmo que la naturaleza marca las pautas, los individuos desarrollan y perfeccionan los mecanismos de sobrevivencia. En el contexto de independencia individual, de conciencia o no a las libres violaciones de las reglas del juego; la misma razón de la existencia impulsa al hombre a diseñar el destino que determinará la categoría y calidad de su propia vida.
Por el contrario, en el plano colectivo las circunstancias se tornan completamente diferentes. Se precisa la observación a diversos procedimientos, lo mismo que el respeto cuidadoso a las normas de convivencia. En un escenario plural, los desequilibrios y los conflictos sociales pueden evitarse si los individuos jamás actúan en función de sueños e intereses particulares, y sensatamente compatibilizan sus metas con la aspiración de todos los elementos que conforman la entidad colectiva.
Afortunadamente, el ser humano tiene la facultad de heredar la conciencia desde los mismos inicios de la vida. El mundo fuera de otro color, de no ser porque en la mayor parte de nuestra existencia prevalecen las acciones absurdas de la nuestra conciencia egoísta. Ocurre que nuestro efímero e imperfecto cuerpo emplea todo su vigor, a la vez que se vale de los sentidos para ofuscar nuestro entendimiento y así someter permanentemente nuestra mente y voluntad, a sus deseos y bajos instintos.
Ahora bien, debemos tener muy en cuenta que todo hombre es consciente de sus buenos o malos actos, lo mismo que intuye la bondad o maldad en los hechos del prójimo. El cinismo humano nos permite censurar y reprobar en los demás, las conductas irrazonables que en nuestro caso justificamos por supuestos desconocimientos. Y cuidado, siempre estaremos prestos para erigirnos en los jueces que impartirán a otros, la condena que no deseamos para nosotros.
A partir de este punto, con la referencia de los argumentos anteriores, concluiremos esta sugestiva exposición. Cambiaremos de asunto insertando un breve comentario relativo a la difícil situación que actualmente tensiona las relaciones internas en nuestro Partido de la Liberación Dominicana, particularmente en la región europea.
Si realmente nos preocupáramos por los comportamientos ilógicos. Si criticáramos las prematuras aspiraciones políticas de ciertos compañeros. Si a nuestros dirigentes pidiéramos explicaciones por las recientes formaciones de movimientos políticos a lo interno de nuestra organización. Sería muy probable que los sofistas modernos del Partido respondan diciendo: “Que las competencias y pretensiones son necesarias y legítimas. Que la política es un campo que ofrece un ancho abanico de oportunidades, y que los compañeros tienen el derecho a buscarlas”.
Siempre que surja una afirmación de tal calaña pondrá a la política y a los políticos en el centro de la censura y el rechazo de sus sociedades. Deshonesto sería negar que la Función Pública abre un campo de oportunidades para los empleados estatales. No obstante, el verdadero sentido de la política exige a los servidores públicos su participación activa en los cambios y transformaciones que la administración oficial amerite para alcanzar el bien común.
Como normal podemos admitir que tantos años de equivocaciones orgánicas en el PLD se reflejen hoy día en un estado generalizado de indisciplina, de resentimientos y estancamiento institucional. El resultado de ello es que la autoridad partidaria se haya dispersa en cada uno de nuestros miembros. Actualmente los compañeros gozan de amplias libertades individuales, al extremo que pueden aferrarse y tirar de la franja partidaria que mejor les plazca. Según parece, a muchos no les alarma que el Partido se rompa en mil pedazos.
Sin lugar a duda, la apertura del Partido fue un proceso inquietante que nos ha reportado cinco triunfos muy importantes. Pero, sus consecuencias degradantes ahora le convierten en un ciclo agotado que merece ser serrado cuanto antes. Los peledeistas no debemos desesperarnos, puesto que nuestro Comité Político conoce cabalmente la situación general del Partido. Confiemos en que una vez llegado el momento propicio, el mencionado órgano de dirección hará todo lo que esté a su alcance para que el Partido continúe gobernando el país.
Nuestros dirigentes entienden que trabajar por la unidad efectiva significa sacrificios personales y el abandono de posicionamientos grupales para fortalecer la institucionalidad del Partido. Mientas tanto se definen los acontecimientos políticos, sugerimos ganar tiempo restableciendo en todos los niveles de presidencia, la autoridad y el respecto perdidos. Solo en los presidentes radica la facultad para corregir la presente coyuntura de desorden y desobediencia que predomina en nuestras filas.
A pesar de todas las oposiciones, el PLD no está acabado. Por las venas de muchos hombres y mujeres nuestros continúa corriendo la sabia moral boschista, cuya esencia garantiza nuestros objetivos de seguir siendo hoy la mejor opción de poder y la más clara esperanza de futuro para millones de dominicanos. Los peledeistas estamos dotados con el sentido común y la voluntad política indispensables para adoptar las decisiones partidarias que precisemos.
Tres periodos consecutivos de gobiernos pesan demasiado sobre las espaldas de nuestros dirigentes. Conformarnos con que sea el paso del tiempo el que cure nuestros errores, para nosotros sería una amarga frustración. Solo el despliegue oportuno de nuestras virtudes políticas, en gran medida, podrá contrarrestar los inconvenientes que el FACTOR HUMANO pueda ocasionarnos para el 2016.