La nomenclatura que “involucra” Estado, gobierno y gobiernitos es esencial para el desarrollo de una nación donde el equilibrio sea el pan nuestro de cada día y el gozo equitativo un reflejo del compromiso que debe atar a todos por igual si se aspira a que se pase de una patria chica una grande en términos de realizaciones y competitividad.
¿Y es fácil? Si, lo es si estamos intrínsecamente convencidos de que la buena voluntad es el sello indeleble de quienes se trazan metas a contrapelo de todos los posibles contratiempos.
El gobierno es la principal columna del Estado que ejerce las distintas funciones inherentes al mismo. El gobierno pasa, cambia de figura. El Estado se mantiene.
Los gobiernitos lo integran cada célula familiar y las estructuras de diversas denominaciones y capital económico variado o “sin fines de lucro”, no estatal, que compiten de algún modo en un pulso desigual.
Lo que hace o deja de hacer cada actor en este entramado es determinante para afianzar el Estado o empañarlo. Casi seguro, la mayoría prefiere lo primero.
En cada caso, la pauta se inicia por quien tiene la sartén por el mango. Desarrolla su plan de trabajo, le pone fecha a cada acción, verifica la seguridad de los recursos para su realización y en quien va a delegar su ejecución.
A partir de ahí es que la puerca retuerce el rabo. En la más alta figura del gobierno recae la principal responsabilidad, piensan algunos desconocedores de que todos de algún modo estamos comprometidos. Si quien gobierna triunfa en sus ejecutorias, todos triunfamos, si falla, todos fallamos porque la patria es de todos y lo que se hace es con recursos de cada ciudadano.
De ahí que quien ostenta la figura presidencial debe estar bien cerciorado sobre la persona en quien delega una tarea. Y no creer a rajatabla que ese en quien delega es bueno porque vive rezando o cantando. Ambos recursos, rezar y cantar, son positivos pero pueden fallar.
Po ejemplo, supervise personalmente y disponga que otros hagan lo propio para verificar si todo marcha. Suponga que usted dispone que se haga una obra. Vaya sin avisar el día en que menos le esperen. No se limite a hablar solo con ingenieros, sino también con ese pueblo “inculto” que está en el entorno.
La seriedad se plasma en hechos, no en decires. Nadie es más sano que la gente de pueblo que trabaja de sol a sol en pequeños conucos o negocios para subsistir y saben lo que pasa en sus comunidades. Contrario a estos lugareños, puede ocurrir que quien parece el mejor amigo, el más dispuesto a todo, resulte un fiasco.
En los gobiernitos, una parte está rasgada por una especie de “bipolaridad” marcada por la depresión ante la impotencia de no ser y tener lo que se quiso, básicamente uniones disueltas, hijos sin “padres” y madres solteras en esa batahola de la vida. Aun así, una buena parte hace grandes esfuerzos en conducir a sus hijos por buen camino.
Lo anterior ha hecho a no pocas de esas madres duchas en el manejo de los precarios recursos, fruto de su trabajo, para el mantenimiento y la superación de sus hijos aunque en la actualidad con menos presión que antes. Esas madres saben perfectamente, como jefas de hogar, en que gastan cada centavo. Son, en definitiva, las mejores administradoras.
Esos gobiernitos solo necesitan más asesoramiento, seguimiento y confianza en que pueden hacerlo aún mejor si les toman más en cuenta y les inducen por el camino que lleva a la luz con entereza. En fin, Estado, gobierno y gobiernitos deben estar unidos en el sentir de que todavía se puede si la avaricia no rompe el saco.
23-02-2015