En una democracia, un partido político es una organización de hombres y mujeres que tiene como objetivo alcanzar el poder con el voto de la población.
Un partido es organizado como el cuerpo humano: cabeza, tronco y extremidades. Es decir, organismos y órganos, dirección política y plataforma administrativa, dirección nacional, media y de base, además de cualquier otra forma que libremente sea escogida de vinculación o articulación con el territorio o grupos sectoriales.
Luego está el pensamiento, su composición ideológica. Su visión del país, del mundo, de las formas de vida del ciudadano en sociedad. Su visión del desarrollo, de la economía, de las formas sociales, de las relaciones de las personas en sociedad. Su visión filosófica, su apego y defensa a una ideología, además de sus normas y políticas. Y para determinar o medir la conducta de cada uno de sus afiliados, el estatuto.
Bien, de lo ideal a la realidad, ¿qué tenemos hoy como partidos políticos? Me atrevo a decir que nada. Hace mucho que mantengo el criterio de que los partidos políticos dejaron de existir en su modalidad convencional, tal como los conocíamos hasta final de los años ochenta del pasado siglo XX, para tratar de asemejarse a la naturaleza de los partidos desarrollados en los Estados Unidos.
Nuestros partidos fueron cerrando sus locales y fue perdiéndose o transformándose la mística de las reuniones de comités de base, de sus direcciones, de cualquier otra manifestación que los mantuviera vinculados entre sí y en torno a una disciplina/objetivos. Todo esto dejó de verse en el país para pasar a nuevas formas de trabajo o metodología, siempre inspirándose en los partidos estadounidenses. De ahí el tema de las primarias, de las pre-campañas abiertas al público y con mayor concentración en los recursos publicitarios y mercadológicos como herramientas promocionales y de contacto hasta con su propia militancia, si aún la hubiera.
¿Qué tenemos hoy? Una matrícula de ciudadanos o afiliados que figuran en un padrón legalizado por la Junta Central Electoral, que identifica a los nombres de las personas de lo que pudiera entenderse como el partido político. Porque lo que tenemos hoy es una marca política, una especie de franquicia, administrada por una dirección política o comité/comisión política nacional. El comité central o comité ejecutivo nacional, tal cual se conocieron hasta final de los años ochenta del siglo XX, es hoy una nómina o lista de personas que teóricamente pertenecen a la cúpula dirigencial pero nunca son convocados a nada. No tienen autoridad sobre ningún militante, organismo ni órgano.
El medio en el cual se desenvuelve el partido de hoy o lo que he dado en llamar franquicia o marca política (desde el punto de vista de las ideas del marketing) es el medio periodístico. Es a través de los medios periodísticos (radio, televisión, los impresos y la internet) que mantienen la franquicia o marca, y se convoca a la militancia, si es que podría hoy llamarse así, para mantenerla unificada en torno al debate o los temas del momento.
El otro medio, son las campañas electorales, que es el mayor logro de las franquicias o marcas políticas de concentración de sus masas votantes, y la masa votante es hoy precisamente la militancia que gira alrededor de una figura presidencial, y la figura presidencial, tal cual ha ocurrido en Estados Unidos, terminó convertida en el líder mediático transitorio, porque su peso político fluctúa en torno a su posibilidad de ganar la presidencia y/o de mantenerse en la presidencia. Y tal cual ha ocurrido en Estados Unidos, la pérdida de influencia de ese liderazgo presidencial terminará, irá agotándose, en la misma medida en que nunca más tenga posibilidad de volver a la presidencia, y mucho más en un país como el nuestro cuyo mayor empleador sigue siendo el Estado.
¿De qué nos sirve entonces una ley de partidos y organizaciones políticas?
En lo que debemos de trabajar, como sociedad, es en reorganizarnos como sociedad, reorganizarnos en torno a prácticas políticas éticamente reivindicables.
Quienes hemos vivido en casas techadas de zinc sabemos perfectamente que las goteras jamás se superan con parches, y la ley de partidos y organizaciones políticas es un parche en una casa cuyo techo no caben más remiendos.