Por Eduardo Sanz Lovatón
En los últimos días, tanto mi familia, como mis allegados más cercanos, me han cuestionado si realmente vale la pena dedicar tiempo, esfuerzo y recursos a la política. Me han encarado, y con razón, para preguntarme si realmente el sacrificio, el exponer a mis seres queridos a tantas cosas negativas, es algo que debo hacer en este momento. Es la razón que me ha motivado a escribir estas líneas. No son una declaración política de intenciones. Son más bien un ejercicio de diálogo conmigo mismo y con ellos, que quise externar, por considerar importante para el camino que he decidido recorrer.
Podría afirmar, incluso, que la política es un mal negocio. Lo es, porque para quienes creemos en el trabajo y nos levantamos todos los días a buscar el pan de manera honrada, nos resulta un gasto y sacrificio. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué perder tiempo, energía, recursos, en algo que a todas luces puede resultar un problema? Hace quince años que estoy en política activa. He visto la realidad de República Dominicana y he visto cómo muchas personas se han burlado de ella. He compartido con la gente de los barrios del Distrito Nacional y de todo el país. He visto como viven, cómo sufren la pobreza y la indigencia, cómo el Estado le niega el derecho a la ilusión, a la esperanza. He sacrificado mucho de mi trabajo profesional, de mis recursos materiales, del afecto y tiempo que requiere mi familia en el camino recorrido. Y aunque parece descabellado, pretendo continuar en esa ruta porque creo que es posible construir algo distinto.
Pero, ¿de dónde surge ese impulso de querer hacer cosas por mi país? ¿Por qué insisto en la necesidad de no quedarme a un lado, mirando, y participo en política? Podría ilustrarlo a través de algunas pequeñas historias: un joven estudiante en París, oriundo de un país pobre y sin estatus migratorio definido se rompe una pierna. Es llevado de emergencia a un hospital público. Lo atienden especialistas, lo internan durante días hasta que finalmente es operado. Al recibir el alta pregunta qué debe pagar: nada. Usted es estudiante, tiene seguro médico cubierto. Otro joven lee en el bachillerato el discurso de Martin Luther King. Se le queda la frase “Sueño con que mis hijos y sus hijos sean evaluados por el contenido de su carácter y no por el color de su piel”. Otro joven estudia y crece en un país donde las riquezas más opulentas conviven con las miserias más crueles. Otro joven piensa en sus hijos, en sus familiares y le molesta el país en el que vive. Le molesta cómo es dirigido, sin valores éticos, sin consecuencias aparentes y donde cada vez más la participación política está en una sola parcela política. Soy todos esos jóvenes y seguramente quien me lee también lo es o lo ha sido de algún modo.
No podemos vencernos. No es posible quedarnos de brazos cruzados ante la realidad de que nos están drenando. La publicidad, la obra de teatro del oficialismo, quiere disimular lo que vivimos. Este es un país que está patas arriba. Entre encuestas fabricadas, contratas y falsos profetas vivimos en un estado de cosas que nos deja sin oxígeno. Un país donde un tribunal sin legitimidad nos dice quién dirige un partido con 70 años de historia que costó muchísima sangre a los dominicanos y dominicanas. Un regidor gana 20 veces lo que un médico. Una banca de apuestas paga menos impuestos que una industria. Un partido político nos indica cómo vivir, qué hacer, con una mayoría comprada en el Congreso. La política del dado, del dinero fácil, cierra el camino de los dominicanos de buena voluntad. Las estructuras partidarias mentirosas, desconectadas de la sociedad, nos imponen un modelo de hacer las cosas basado en la mediocridad y el cohecho. Hospitales que matan niños, escuelas que transmiten deficiencias, consumidores que no tienen quien los ampare ante las fallas del mercado, políticos que no creen en la democracia, en la sociedad, sino en la ventaja pecuniaria, en el abuso y la indolencia.
República Dominicana necesita voces que se levanten y construyan fuerza desde la adversidad. Voces que, lejos de ser una apuesta individual, sea el resultado de un esfuerzo colectivo. Muchas voces, que mano con mano llevemos a la agenda los problemas que nos duelen, que nos quitan la sonrisa. Construyamos esa apuesta opositora. Venzamos el miedo y la indiferencia. Es necesario volver a creer. Entender que es imposible seguir dando la espalda a la política para que algunos pocos nos timen y se burlen de nuestra inteligencia. He elegido la posición de Senador por considerarla un espacio con suficiente incidencia y capacidad para elevar una voz, para influir en el destino del país. La voz de aquellos que quieren algo distinto. La voz de quienes creen que es posible superar la dolorosa realidad de que somos víctima los dominicanos. Es necesario actuar, antes de que sea demasiado tarde.
Sin malicia contra nadie y sin prisa, vamos por un lugar en la mesa, para debatir el país que queremos poder tener y no nos dejan. Para señalar lo que está mal hecho y cerrar el paso a los intereses que no quieren a nuestro país. Quiero ser la voz del Distrito Nacional, para empujar el cambio que hará el país que merecen mis hijos, nuestros hijos.
Comienza el futuro. Comienza el camino que nos unirá en las ganas y el trabajo para construir un país distinto. Empieza una nueva etapa donde tendremos que elegir el cambio, al que me comprometo de manera firme. Estoy decidido a trabajar por recuperar el diálogo con la sociedad. Estoy dispuesto a que hagamos las cosas como el país merece. El Distrito Nacional es el centro político y económico de nuestro país. No cuenta con una voz que le represente, que sea su interlocutor, que hable su idioma y escuche sus quejas y búsquedas. Construir el sueño vale la pena. Pongámonos de pie y hagamos lo que hace falta para el futuro que comienza. Recobremos la ilusión. Volvamos a creer, volvamos a sonreír. Si miramos dentro de nosotros encontraremos razones suficientes para creer que es posible tener esperanza de nuevo. Solo tenemos que hacerlo, juntos.