Tiene solo seis meses, mira sin miedo a la cámara y lleva sobre su cabeza un casco de electrodos que mide su actividad cerebral. Esta imagen de Science photo library es la que ilustra el artículo de Javier Sampedro. Los electrodos que plagan la cabeza de este bebé pueden prever el rendimiento educativo, las futuras adicciones y problemas como la dislexia. Este sistema llega a áreas del cerebro que controlan el comportamiento social y la toma de decisiones. Es la forma más cercana y fiable que tenemos de conocer nuestro futuro.
Sampedro parte de los experimentos de John Gabrieli y sus colegas del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, en Boston). Sus estudios se centran en el uso de neuromarcadores para predecir el comportamiento futuro de las personas. Se pueden determinar los problemas de aprendizaje que pueden tener los niños y de esta manera desarrollar un plan de estudios adecuado a las necesidades que presentará el sujeto. Estos electrodos informan sobre adicciones y problemas psicológicos que pueden aparecer en el paciente; pero también presagian como les afectarán los distintos tratamientos psicológicos y clínicos.
Estos experimentos se basan en técnicas no invasivas de neuroimagen, es decir que no intervienen de forma directa en los procesos cerebrales. “Por ejemplo, un tipo de medida con un simple casco de electrodos realizada a las 36 horas del nacimiento del bebé es capaz de medir con un 81% de acierto qué niños desarrollaran dislexia a los 8 años” afirma Javier Sampedro en su artículo La neurociencia ya puede predecir el futuro, pero ¿debe?
José Cervera habla de un método muy similar que emplea los campos magnéticos de los imanes. Según el biólogo y periodista estos experimentos nos permiten “hackear” nuestro cerebro. El experimento del que habla en Orbita Laika, el programa de televisión en el que participa, se aprovecha de los campos magnéticos de los imanes para activar, a distancia, distintas áreas del cerebro. De forma muy parecida al casco de electrodos los impulsos eléctricos de los imanes nos permiten desarrollar nuevas habilidades, como completar a mayor velocidad puzles en tres dimensiones o realizar complicadas operaciones matemáticas. Este experimento, que incita a pensar en cientos de películas de ciencia ficción, no solo lo realizan grandes instituciones científicas. Muchos aficionados a la ciencia crean electrodos e imanes caseros con los que interfieren en su propio cerebro y durante unos minutos pueden completar el famoso cubo de Rubik que siempre se les resistió.
La forma más clásica de reajustar nuestro cerebro es a través de sustancias químicas. Estas sustancias suelen ser perjudiciales porque no solo afectan a la zona del cerebro que queremos tratar sino que tienen consecuencias negativas en otras áreas. Por ese motivo la industria farmacéutica estudia el desarrollo de fármacos con sustancias que no conlleven efectos secundarios, como el modafinil. Esta molécula afecta al sueño, elimina la necesidad de dormir. Se puede estar cuarenta horas despierto descansar ocho y seguir despierto otras cuarenta. Para algunos estudiantes supone una gran cantidad de horas de estudios sin interrupción. El modafinil representa para los jóvenes un nuevo tipo de anfetaminas pero sin consecuencias para su capacidad cognitiva.
A pesar de que estos experimentos no perjudican a los procesos químicos del cerebro pueden cambiar la forma en que hacemos uso de él. Al influir en el funcionamiento de nuestra actividad cerebral, aunque sea de forma positiva, nuestra mente se readapta de una manera impredecible. Puede suponer cambios en nuestra personalidad o en nuestra forma de relacionarnos en la sociedad. El sueño o las habilidades que poseemos cumplen una función en nuestro desarrollo social y personal. El ser humano lleva siglos intentando hacerse con el control de todo lo que le rodea y la ciencia puede permitirle llegar a controlar su mente de la misma manera en que maneja a un autómata. Pero el peligro está en convertirnos en marionetas programadas, en quitarle el misterio que representa el futuro a nuestras vidas.
Javier González Sánchez
Periodista