Por Jose del Castillo
Formado en colegios católicos y en barrios que observaban las tradiciones, como San Carlos y Don Bosco, Semana Santa era ciclo para la reflexión contrita de la pasión y muerte de Jesús, marcada por misas, procesiones como las del Nazareno y el Santo Entierro -ésta sencillamente sobrecogedora con los centuriones romanos marchando a paso de redoblante, los caballeros cargando el pesado sarcófago seguidos por la Dolorosa. Visita el jueves a los Monumentos en los templos de la Zona Colonial, seguimiento del Sermón de las 7 Palabras a cargo de Fray Vicente Rubio. Misa del Domingo de Resurrección y quema del Judas en el Malecón. Infaltables en la radio, la TV y el cine, música sacra y filmes alusivos a la conmemoración de la Semana Mayor. Precedida por la recreación del Domingo de Ramos y los retiros espirituales de la Cuaresma. Ingesta de pescado y habichuela con dulce. En los 80, un manjar escuchar por televisión al carismático Emiliano Tardif a través de Lumen 2000.
A legua de un siglo, Tulio M. Cestero nos retrató con trazos magistrales en su novela La Sangre la celebración de esta tradición de la Cristiandad en la vieja urbe del Ozama: “La Semana Mayor era un acontecimiento público en Santo Domingo de Guzmán. Quince días antes del Domingo de Ramos, principiaba el ajetreo de las costureras y el movimiento en las tiendas. El espectáculo de la Pasión de Nuestro Señor exigía vestidos y sombreros bonitos y de moda. Hasta el preciso momento en que las carracas sonaban, se oía el ruido de las máquinas de coser; porque eso sí, tan pronto como encerraran el jueves en la Catedral ni circulaban vehículos, ni bestias, ni se barría con escobas, ni se daba un martillazo. Un silencio de dolor envolvía las cosas, maguer las gentes rieran y los amantes aprovecharan para sus citas las ceremonias litúrgicas y las procesiones”.
“El primer número del programa correspondía al Sermón de la Magdalena, el jueves del Concilio. Desde el púlpito de la Catedral, la elocuencia del Padre Meriño cerníase sobre las cabezas de los feligreses que invadían las tres naves. Alto, hermoso, nieve en la testa altiva, envuelto en la púrpura episcopal, el orador, con frase sobria y perspicua, convencía, conmovía, subyugaba, discurriendo en torno de la vida de aquella pecadora redimida por el amor que inspiró las sublimes palabras de la Cena en casa de Simón. El Viernes de Dolores, misa solemne, y horas cantadas, durante el día, y, en la noche, rosario y sermón en la Iglesia Mayor”.
“El Sábado, el paso de Jesús en el Huerto salía del Convento de Dominicos para recorrer las calles de Universidad, Comercio, Plateros, Mercedes, Nueva de las Mercedes y Universidad hasta la propia iglesia, itinerario común a todas las procesiones siguientes. El Domingo, en el interior de la Metropolitana, y en cada iglesia, celebrábase la fiesta de los Ramos, en conmemoración de la entrada de Jesús sobre la mansa borrica, a Jerusalén, repartiéndose a los fieles palmas bendecidas, propicias contra las tentaciones y los rayos. A los privilegiados se les obsequiaba con pencas de hojas entretejidas y adornadas con cintas, las cuales, colocadas en las ventanas, prevalecerían contra las obras del demonio”.
“En la noche, Jesús Cautivo salía de la iglesia de la Merced. El Lunes, de la Catedral, Jesús en la Columna, que en los tiempos coloniales, cargaba la Cofradía de los Sanjuaneros, presidida por el Meso Polanco. El Martes, Jesús en la Peña (Ecce Homo) o la Humildad y Paciencia, de Santa Bárbara. El Miércoles, era el día de la iglesita del Carmen: misas desde la madrugada hasta las doce del día, y la mayor, a las diez; horas cantadas después; a las cuatro de la tarde, sermón, encomendado siempre a un reputado predicador. Sonadas las cinco, procesión de Jesús Nazareno, la imagen más venerada y prestigiosa de todas, la mejor como talla, de humano parecido. Se cuenta que el imaginero oró varios días para que Dios le inspirase. Llevarlo en hombros, es señalado honor que se atribuyen y debaten los de la hermandad. A la ceremonia concurren el Gobernador de la Provincia y un batallón de infantería con bandera, pues las Ordenanzas reconocen al Nazareno el grado de Coronel”.
“El Jueves consagración de los óleos en la Catedral y procesión dentro de la iglesia para encerrar el Santísimo Sacramento. El Presidente de la República, embrazado el guión de plata, marcha con ritmo de cuadrilla delante del palio episcopal, y a las campanas ladinas suceden las roncas carracas. En la tarde, Lavatorio en la Catedral y en Regina Angelorum. En la noche, adoración del Santísimo en todas las iglesias: Cristo yacente, con un cepillo al lado para recibir las limosnas de quienes prosternados besan sus llagas. Calles y templos tienen aspecto de jubileo. Después de las diez de la noche, de la Capilla de San Andrés, la procesión del Sexto Dolor: la Virgen con el Hijo en brazos. El Viernes, el paso de la Cruz en la Catedral. El Presidente con la llave del Sagrario al cuello, hace tres genuflexiones, deposita un ósculo en el cristiano pie y una morocota en el cepillo. Le siguen uno tras otro los altos dignatarios, mientras el prelado y los canónigos cantan”.
“Jueves y Viernes son los días de exhibir el lujo. Al primero corresponden los trajes azules, rojos, gualdos, blancos, encintados; al otro, los tonos serios, lila, gris o negro. Por la tarde, en la iglesia de la Merced, el sermón de las Siete Palabras, y el Descendimiento de la Cruz, seguido de la procesión del Santo Entierro, en cuyo cortejo forman el Arzobispo y el clero diocesano, el Gobernador de la Provincia, un batallón con la bandera enlutada y armas a la funerala. El pesado sarcófago de cristal, rodeado de macetas de flores de seda, lo cargan los isleños de San Carlos y le preceden minoristas, portadores del gallo, la corona de espinas, la lanza, los clavos, la esponja, las escaleras y el paño de la Verónica”.
“Y luego de sepultado en una capilla de la iglesia Mayor, la concurrencia juvenil luce sus galas en el Parque de Colón. En la noche, tinieblas en Regina, y pasadas las diez, sale de Santa Bárbara la procesión de la Soledad, la Madre Dolorosa, que peregrina en busca del Hijo. El Sábado en la mañana, misa en la Catedral, el clero de bruces sobre las gradas del presbiterio, entona las letanías, luego bendice el agua y el fuego, y a las diez, a la voz del oficiante, Gloria in excelsis Deo!, el velo negro que cubre al altar se rasga y aparece la Resurrección. Las campanas propagan la buena nueva; en las calles estallan cohetes y triquitraques y se ajusticia a Judas, muñeco de trapo, que cuelgan de una soga tendida de casa a casa, y contra el cual se disparan piedras y tiros, hasta que, derribado, la chiquillería lo arrastra y quema. Como por ensalmo, se reanuda el tráfago de coches y carretas; los caballos de los lecheros relinchan, y dan su nota grave los burros portadores del pan y del carbón. El comercio abre sus puertas. En la noche se baila: ¡Cristo ha resucitado! ¡Hosanna! El domingo, a las cuatro de la madrugada, misa en la Catedral, procesión del Santísimo en torno de la iglesia, y, en seguida, la imagen de la Resurrección —Jesús con un estandarte rojo es conducido a la Merced, acompañado de San Juan, la Virgen, María Magdalena y las dos mariquitas. Y la Semana Santa fue”.
“En tales días la ciudad se anima, los vecinos se echan a la calle en pandillas, con los críos de la mano o en hombros, para ver pasar las procesiones, formadas de esta guisa: la cruz alta y los cirios; filas, de uno en fondo, de niños, adolescentes y hombres destocados, a un lado y otro de las aceras, cada cual con su vela encendida y protegida por guardabrisa de papel; el paso del día, cargado por los de la hermandad, detrás un coro y orquesta de cuerda. Le sigue San Juan Evangelista, de roja capa y pluma en ristre; la Magdalena, con pobre túnica violeta, llevados casi en vilo por la gente joven, y, en último término, la Virgen, transida por la espada de los dolores; tres sacerdotes con capa pluvial, y el beaterio, que runrunea el rosario; cerrando el desfile, una compañía de infantería, que marcha a paso lento y levanta nubes de polvo. Las filas se clarean o se nutren, según se detenga el Santo ante la puerta de un devoto que ha pagado un motete. No faltan las pelazgas cuando el que va delante sorprende al de atrás goteándole la americana de casimir con la vela, o cuando ha recibido en la cabeza un golpe de cocomacaco, pelota de cera endurecida y con perdigones que, sujeta por una cuerda elástica al puño de la camisa se alarga y encoge rápidamente, escondiéndose en la manga, o bien cuando quedan prendidas dos beatas por los mantones de lana a flecos, con uñas de maya encontradas”.
“Durante las ceremonias en los templos, los jóvenes, en pie en las naves o agrupados en las puertas, se entretienen charlando, mirando y haciendo señas a las muchachas, y montan la guardia en el atrio para chicolearlas a la salida. La romería del Jueves a los monumentos con su entrevero de gente, favorece las travesuras; hay zagalejo que esgrime tijeras para cortar las trenzas o que riega cerillas en el piso para que en ardiendo se asusten las mujeres, quienes se recogen las faldas chillando; algunos diabólicos confabúlanse para robar los cepillos, lo cual efectúa el designado untándose de sebo la suela del zapato, y al acercarse para besar el Cristo, empujado por el cómplice, introduce el pie y lo apoya con fuerza para que las monedas se adhieran; el tal sale de estampía, a la pata coja, simulando perseguir al otro. En las esquinas, la multitud se agolpa para ver pasar las santas imágenes, y las manos salvas aprovechan.”
Así, en pleno recogimiento cristiano y aprovechamiento pagano, se celebraba la Semana, cuando realmente era Santa. Antes de que el veleidoso Demonio –hedonista al fin- nos ganara para el disfrute placentero de la carne