A juzgar por el talante que han asumido en los últimos días algunos de los más conspicuos prosélitos del doctor Leonel Fernández (quien sigue en el ruedo electoral como “rayo que no cesa” a despecho de que su estrella política luce cada vez menos rutilante), el pánico parece haber empezado a cundir tanto dentro como en los alrededores del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) ante la posibilidad -real y enteramente viable- de que el ex mandatario termine imponiéndose en la consulta interna de esa organización política.
La postura, empero, en honor a la verdad, no es capciosa ni alarmista, puesto que en estos instantes existe la percepción generalizada de que sólo el presidente Danilo Medina -sea como candidato o a través de un pupilo “certificado”- podría disputarle exitosamente las primarias peledeístas al doctor Fernández, y en el caso de que -como temen los que aparentan estar perdiendo el sosiego- el primero no adopte una posición clara y beligerante al respecto, nada ni nadie podrá impedir que el segundo se alce con la victoria, aunque ya no sea con el apoyo abrumador y el aura de embriagantes resplandores que otrora exhibía.
Y he ahí el origen del nerviosismo actual: se entiende que el bajo nivel de preferencia y la alta tasa de rechazo que -según la mayoría de los muestreos y encuestas- tiene en estos momentos el doctor Fernández en la sociedad dominicana no son superables en el corto tiempo que nos separa de la fecha de las próximas elecciones generales, y por consiguiente la suya se proyecta como una candidatura problemática y vulnerable (una “tozudez”, según la definición de un dirigente danilista) que -razonablemente- podría darle cancha a la posibilidad de que la oposición, con un mínimo de reagrupamiento y un candidato socialmente potable, resultase triunfante.
Semejantes consideraciones son las que podrían explicar que, al tiempo que se ha incrementado el activismo reeleccionista, varios políticos y comunicadores que habían estado estrechamente vinculados a los proyectos y las estrategias del doctor Fernández sorpresivamente aparentan ahora estar “reculando” o “recalculando”, mientras que otros no tan cercanos pero tampoco muy lejanos del ex presidente se han apresurado a retirar sus antiguas objeciones a la repostulación del licenciado Medina o, sencillamente, están dejando abierta -en unos casos sin embozo y en otros al desgaire- la opción extrema (“mal necesario”, le acaba de llamar un inquieto legislador sureño) de que se pongan en marcha los mecanismos, procedimientos y providencias imprescindibles para hacerla realidad.
La idea al tenor que hoy intentan vender esos nuevos portaestandarte del pragmatismo peledeísta es, sin dudas, una desfachatez (nada raro en esta “era”), pero no por ello inmaterializable: la de que tanto el licenciado Medina como el doctor Fernández deben “sacrificarse”: uno colocando “el oído en el corazón del pueblo” y aceptando una nueva postulación, y el otro ejercitando el supremo acto de expiación que implicaría abandonar los aprestos por la nominación presidencial de su partido… En ambos casos, el “sacrificio” (que en sus mejores evocaciones periodísticas a veces tiende a rivalizar con el de los antiguos mártires de la cristiandad) es “por el bien de la nación” o, simplemente, porque “el pueblo lo exige”.
Asimismo, se apela a la necesidad de una “cohabitación” de los dos grandes liderazgos del peledeísmo, similar o parecida a la actual aunque con sentidos y delimitaciones mas precisos: repartiendo inteligentemente las posiciones internas en el PLD y redefiniendo el dominio de los poderes del Estado, de suerte que se mejore el precario equilibrio de fuerzas que existe hoy en las estructuras partidarias y se oficialice el control leonelista del Congreso y las municipalidades. Obviamente el propósito sería que mientras el actual presidente se reafirma en la dirección del Poder Ejecutivo y aumenta su presencia en los mandos orgánicos del peledeísmo, el anterior mandatario mantendría su autoridad e influencia en estos últimos y pasaría a ser el verdadero “dueño” político del Poder Legislativo y de las alcaldías.
En teoría, naturalmente, el planteamiento se pergeña muy bonito, pero el problema es que “bemoles” no le faltan: habría que ver si el sector del licenciado Medina está en disposición de cederle al del doctor Fernández, en compensación por la cesión de un candidatura presidencial potencialmente infecunda, una mayor cuota de autoridad tanto en el PLD como en la “presencia” de éste en los restantes poderes públicos y las municipalidades, sobre todo habida cuenta de que buena parte de los tropiezos y obstáculos con los que se han enfrentado los presentes inquilinos de la casa de gobierno se han originado justamente en una estratagema política de los leonelistas pensada y aplicada antes de abandonar el poder en 2012: situar bajo su control, para “blindarse”, a las más altas magistraturas judiciales (Tribunal Constitucional, Suprema Corte de Justicia y Tribunal Superior Electoral), a la supraentidad que organiza los comicios (la Junta Central Electoral) y al órgano de control externo de los recursos del Estado (la Cámara de Cuentas).
Paralelamente, similar aprehensión pudiera existir desde el punto de vista de los intereses del leonelismo: aunque sea cierta la creencia de que la repostulación de licenciado Medina constituye la más segura carta de triunfo del PLD de cara al proceso electoral del año venidero, el doctor Fernández cometería un elemental yerro de estrategia si -como le reclaman ahora sectores de adentro y de los alrededores de esa organización política- le diera aquiescencia pura y simple al propósito de marras, primero porque parecería que se dejó “jubilar” por un capo -como ha dicho alguien a propósito de las imputaciones que le formuló el señor Quirino Paulino-, y segundo porque virtualmente dejaría su carrera política en manos de la voluntad ajena (y adversa, según todos los indicadores) y de los imponderables del azar.
No es cuestión correlación de fuerzas internas ni de controversias sobre la eventual modificación de la Constitución -asuntos que, por otra parte, no dejan de ser importantes-, sino de algo que resulta crucial para la sobrevivencia de sector leonelista: nadie le puede garantizar de manera irremisible al doctor Fernández que si el licenciado Medina se reelige -y, por lo tanto, afianza su liderazgo tanto en el PLD como en el resto la sociedad dominicana- su estatura política no seguirá disminuyéndose en los próximos cinco años a resultas de las acciones “mortificantes” y “conspirativas” en esa dirección (el saqueo verbal al doctor Vincho Castillo es adrede, aunque sin mala intención alguna) de los propios danilistas… La experiencia hasta ahora no ha sido agradable ni auspiciosa al efecto, y no hay seguridad de que no se reedite o, inclusive, se profundice en el porvenir inmediato… No se puede olvidar: es una lucha por el poder, no un duelo de predicadores religiosos.
Por eso, tiene mucho de cándida la esperanza que se le está tratando de transmitir al doctor Fernández cuando se le pide que resigne sus aspiraciones actuales a la nominación presidencial por el PLD en el triple entendido de que en la coyuntura de hoy sólo una repostulación del licenciado Medina garantiza casi sin oposición el mantenimiento de esta entidad en el poder, él no está en su mejor momento político y, debido a esto, le conviene tomarse su tiempo para recuperar su imagen y ser el “seguro” e “indiscutible” candidato de 2020… Lo que induce a contrariedad, como se sabe, que en política las promesas de sucesión, aunque se hagan frente a la sociedad o estén notariadas por Dios en persona, carecen de fecha cierta: sólo el tiempo y las circunstancias determinarán su validez… Y si hay dos dominicanos que saben de esto son, precisamente, Medina y Fernández, porque lo vivieron entre 2007 y 2008.
Tales dudas -que resultan lógicas y, además, adquieren mayor fundamento si se examinan a contraluz de nuestra historia política reciente- son las que han tributado legitimidad a la tesis del “tercer candidato” (formulada “sotto voce” por una rara combinación de pesimistas y avispados: los “ni-ni” del PLD), que viene a ser una especie como de “solución negociada”: la escogencia por consenso de una boleta encabezada por alguien que sea potable tanto para danilistas como para leonelistas, independientemente de si se mantiene o no la actual correlación de fuerzas en el partido, en el Congreso y en las municipalidades.
Por supuesto, la referida tesis tiene también sus riesgos, el primero de los cuales se puede plantear con una interrogante: ¿quién puede garantizar que el “tercer candidato”-en principio una figura sin las excepcionales condiciones ni los fuertes liderazgos del licenciado Medina y del doctor Fernández- gane las elecciones? Por el momento lo que dicen los muestreos y las encuestas es que los precandidatos que pudiesen ser considerados para un arreglo como el que se propone carecen de suficiente proyección nacional y de adecuado nivel de preferencia popular. O sea: que el PLD no estaría seguro de competir exitosamente en las elecciones con ninguno de ellos… Eso puede cambiar, claro está, ante todo en razón del poderoso aparato clientelar oficialista, pero en lo inmediato le plantearía al partido de gobierno un asunto de gabela y gatera frente a líderes opositores más carismáticos y ya posicionados en las simpatías ciudadanas.
El segundo riesgo consiste en que nadie está en capacidad de asegurar que ese “tercer candidato”, una vez resulte convertido por la campaña electoral en la figura dominante del peledeísmo, no concluya enfrentándose al licenciado Medina y al doctor Fernández tratando de constituir liderazgo propio, con lo cual a la postre devendría un nuevo problema y no una solución. Y si ganara las elecciones la situación podría ser peor aún: es muy improbable que no se decidiera a formar su propia fuerza política dentro y fuera del partido morado… Esto es otra conjetura por de pronto -hay que admitirlo-, pero es lo que evoca la experiencia histórica… A menos, desde luego, de que se tratara de la Madre Teresa de Calcuta.
Finalmente, conviene no obviar lo de fondo: es cierto que el PLD es la organización política vernácula que posee más “espíritu de cuerpo”, pero esto ya no es atribuible a su disciplina o a su formación centralista sino a su gran vocación (¿o voracidad?) de poder. Es lo mismo que acontecía con el PRSC en la época del doctor Joaquín Balaguer: sólo se dividía o era objeto de importantes desprendimientos cuando estaba fuera del Palacio Nacional… Ese regusto por el poder es lo que está en crisis en la actualidad, y la forma en que sus dirigentes y militantes encaren los desafíos precedentemente reseñados determinará el porvenir inmediato de la entidad.
Lo que viene, pues, en el PLD puede ser un feliz entendimiento de tirios y troyanos, pero también podría ser la debacle, y esta última eventualidad es que le está enfriando el alma a mucha gente que ya tiene casi once años consecutivos disfrutando de las inefables “mieles del poder"…
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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