España ya está en campaña electoral. El 24 de mayo serán elegidos nuevos ayuntamientos y casi todos los gobiernos autonómicos. Desde las elecciones al Parlamento Europeo, Partido Popular y PSOE, ejes del bipartidismo monárquico, han perdido intención de voto a ojos vista, pero entre la ciudadanía y la clase trabajadora resistentes ya no parece tan seguro que el bipartidismo monárquico neoliberal y autoritario sufra un descalabro electoral.
Y cunde cierta desesperanza porque ya no se ve tan cercano el cambio soñado. Porque se ignora una certeza que oí formular con lucidez al nonagenario comunista y poeta Fernando Macarro, más conocido como Marcos Ana. El hombre que pasó más tiempo en cárceles franquistas (23 años) aseguraba a un reducido e impaciente público joven que los cambios son necesariamente lentos pues, de no ser así, no son tales; solo espectáculo.
Es verdad que las consecuencias nefastas de los recortes sociales y las implacables políticas neoliberales han despertado muchas conciencias. Pero en los noventa y primeros años del siglo, antes de la crisis, mucha gente trabajadora incluso creía vivir en el mejor de los mundos. Aunque un desempleo considerable haya sido constante en décadas en España, la burbuja inmobiliaria no había estallado y el crédito al consumo se ofrecía a tipos de interés asumibles. No aumentaban los salarios, pero un trabajador podía hacer un montón de horas extraordinarias y entramparse para pagar a plazos la vivienda, la segunda residencia incluso, electrodomésticos y automóviles en asequibles cuotas mensuales.
Tiempo en el que parte de clase trabajadora se consideraba clase media, olvidando que solo dispone de su fuerza de trabajo para alquilar a cambio de un salario. La conciencia de clase brillaba bastante por su ausencia y el movimiento obrero se debilitaba. ¿Es casualidad que en España solo haya habido cuatro huelgas generales desde que empezó la crisis, que devino saqueo, mientras en Grecia han sido 30 las huelgas generales solo desde 2009? Un movimiento obrero débil, como el de España, es indicio de falta de conciencia colectiva y de fortaleza política para acometer cambios en profundidad.
Los cambios profundos llevan su tiempo. El tiempo preciso también para forjar conciencias colectivas críticas y transformadoras. En los cambios que merecen tal nombre se consigue parte de lo perseguido y parte no; aquí más y allí menos; aquí cambio notable, allí a medias o apenas… Un cambio revolucionario lleva su tiempo, porque está ligado al volumen de conciencia crítica de la clase trabajadora y de la ciudadanía, y al aumento y afianzamiento de la conciencia de clase.
Y hoy, a pesar de haber más oposición, más resistencia y más movilizaciones populares, resta aún una parte considerable de creencia colectiva en mitos y fábulas neoliberales que desmovilizan. Como que el crecimiento económico exponencial es imprescindible. Que la competitividad es la esencia de la economía. Que la libre circulación de capitales es buena. Que lo público es caro y malo y lo privado eficaz, razonable y bueno. Que la protección social crea vagos. Que el capital ha de obtener buenos beneficios porque arriesga y crea riqueza. Que los medios informativos de los países desarrollados son la mejor muestra de la libertad de expresión…
En tal escenario ganar elecciones es importante, aunque difícil, pero insuficiente. Porque las cosas cambian cuando la gente común se organiza y se moviliza, cuando la clase trabajadora se organiza y lucha. ¿La lucha de cases es una antigualla? Pues no, cuando uno de los más destacados miembros de la clase dominante, el estadounidense Warren Buffet, uno de los cuatro o cinco hombres más ricos del mundo, asegura desde hace años “que por supuesto hay lucha de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que va ganando”.
Y se trata de que pierdan. Considerable tarea, por cierto. Por eso no cabe desesperar si los resultados electorales próximos no son los soñados. ¿O acaso alguien cree que el Ibex 35 va a permanecer impertérrito ante un avance electoral popular? Tienen dinero y poder para comprar todo lo comprable. Por eso, el cambio profundo, político, social y económico no es una carrera de velocidad ni cuestión de unas elecciones, sino una maratón en la que hay que medir fuerzas y administrar energías. Además de organizarse y aumentar la conciencia colectiva crítica y transformadora.
Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor
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