La XVII Convención Nacional Extraordinaria del Partido Revolucionario Moderno (PRM) se desarrolló en un ambiente de moderación y pulcritud independientemente de que no fue tan concurrida como se esperaba, y conforme habían advertido algunos observadores que tenían reservas a este respecto (dados los precedentes conocidos de los ahora ex perredeístas), esas premisas de “no líos ni trampas” hicieron posible la confirmación de lo que pronosticaban casi todas los muestreos y encuestas: la victoria del licenciado Luis Abinader.
De conformidad con el boletín número 5 emitido por la Comisión Nacional Organizadora, en ese evento de votaciones primarias se emitieron 321,913 votos (de alrededor de 1 millón 600 mil posibles en un padrón semicerrado, lo que indica que más o menos el 20 por ciento de los inscritos ejerció su derecho al sufragio), de los cuales 221 mil 306 (70.24 por ciento) favorecieron al licenciado Abinader, 90 mil 130 (28.61 por ciento) al ex presidente Hipólito Mejía, 2 mil 439 (0.77 por ciento) a la doctora Geanilda Vásquez, y mil 207 (0.38 por ciento) al doctor Amaury Justo Duarte. Los votos nulos ascendieron a 6 mil 831 (2.12 por ciento), por lo que los realmente válidos fueron 315 mil 082 (97.88 por ciento).
(En la convención del PRD de marzo de 2011 se usó un padrón semiabierto -el de la JCE, que tenía 5 millones 905,964 inscritos, restándole 547 mil identificados como militantes de otros partidos-, y el ex presidente Mejía obtuvo 499 mil 282 votos para un 53.34 por ciento, mientras que el ingeniero Miguel Vargas fue favorecido con 436 mil 686 para un 46.66 por ciento. Nunca se pudo determinar con exactitud qué porcentaje de los inscritos perredeístas realmente votó… En el congreso elector del PLD de junio de ese mismo año se utilizó un padrón cerrado de 2 millones 551,832 inscritos, y sus resultados fueron los siguientes: Danilo Medina obtuvo 907 mil 015 sufragios para un 87.18 por ciento; José Tomás Pérez alcanzó 52,190 para 5.02 por ciento; Francisco Domínguez Brito fue favorecido con 44 mil 967 para un 4.32 por ciento; y Radhamés Segura terminó con 36 mil 176 para un 3.48. por ciento. Votó el 41.68 por ciento de los inscritos).
En el importante evento interno del PRM no faltaron dificultades logísticas e incidentes minúsculos y cuestionamientos aislados (algunos de éstos relativamente significativos o valederos -como los que se han producido en torno a las seccionales del exterior y a varios de los municipios de la provincia de Santiago- y otros hijos naturales de la necesidad de “explicar” ciertas derrotas inesperadas), pero los resultados oficiales, ofrecidos primero a los precandidatos con puntillosa precisión y meridiana claridad por las autoridades correspondientes, fueron aceptados de inmediato por aquellos sin protestas ni suspicacias mayores. O sea -se reitera-, sí hubo convención (sin las comillas que le ha puesto un prominente comunicador), y en toda regla, al margen de la no muy abultada participación. El subjetivismo y las imprevisiones o fallas estratégicas de uno jamás pueden ser excusas para cerrarse ante la realidad, ni mucho menos para reeditar la manida postura (¡exactamente la misma de los derrotados en la convención del PRD de 2011!) de echarle la culpa del fracaso propio a los organizadores del evento.
La verdad es que la fortaleza, la consistencia y la expedita viabilidad coyuntural de la precandidatura del licenciado Abinader eran notorias en el último año hasta para los mas cegatos analistas políticos del patio, pero extrañamente en el sector que lidera el ex presidente Mejía dentro del PRM -ahora se ve que acaso bajo el influjo alucinante de su buena estrella del pasado reciente- demasiado gente se comportaba como si ignorara esa percepción generalizada y exhibía un triunfalismo que hacía sospechar de la escrupulosidad del proceso (e inclusive de su realización misma) hasta al menos receloso de los mortales. Y es que, como se sabe, en la hora aciaga del naufragio sólo conservan la calma los que lo han provocado adrede o los que tienen una embarcación clandestina para salvarse.
Los resultados, empero, ya no admiten dudas, y más allá de su significación como logro personal del licenciado Abinader o como triunfo colectivo de su equipo de campaña, ellos no sólo dan pie a interesantes lecturas a contraluz de nuestro panorama político actual, sino que también pudieran tener connotaciones históricas, sobre todo si -como esperan muchos ciudadanos- se transfiguran en heraldos de modificaciones de fondo -y con sentido progresivo- tanto en el desacreditado partidarismo criollo como en la oxidadas y crujientes estructuras materiales y espirituales de la sociedad dominicana.
Por de pronto, se deber recordar que si bien no es la primera vez que en el conglomerado de ex perredeístas que ahora integra el PRM se produce un desenlace tan rotundo como el del domingo pasado en una consulta interna competida (pues la elección del ex presidente Mejía en 1999 tuvo parecida contundencia numérica y porcentual), no es menos cierto que hay otros acaecimientos que sí son inéditos: por ejemplo, no hubo denuncias de fraudes o irregularidades provocadas, brillaron por su ausencia los enfrentamientos físicos derivados del desbordamiento de las pasiones, y no se presentaron instancias de revisión o impugnación de tramos concretos del proceso o del conteo mismo.
Y todo ello (si tomamos en cuenta que en los últimos meses hubo un manifiesto avinagramiento de las relaciones entre el licenciado Abinader y el ex presidente Mejía que se expresó en desavenencias públicas entre ellos y confrontaciones directas en las que estaban envueltos muchos de sus prosélitos) habla bastante bien de la nueva formación política y de sus dirigentes a todos los niveles, y se constituye -¡Albricias, dominicanos!- en motivo para que renazca la esperanza de que la actividad política nacional se adecente y, por lo tanto, se desenvuelva en una atmósfera de respeto a la ética, la pluralidad de pensamiento y las reglas de la democracia.
La victoria del licenciado Abinader, valga la insistencia, aunque previsible bajos las circunstancias y por las razones reseñadas, no deja de ser una proeza: habiendo sido segundo del ex presidente Mejía en la boleta del PRD de 2012 se sobrepuso a la imagen de subalterno que tal rol le marca casi indeleblemente a quien lo ejerce (la sombra expansible del candidato a la presidencia siempre oscurece al candidato vicepresidencial), y lo venció muy pesar de que se trata de un ex mandatario al cual se le consideraba la figura máxima del nuevo partido en razón de su peso específico en la sociedad dominicana, las dimensiones de su liderazgo interno, y la enorme capacidad de captación de prosélitos que siempre se le ha reconocido.
(En cuanto al ex presidente Mejía, se impone añadir que parece que él solo ha salvado su imagen histórica: por fortuna, en una acto de grandeza personal y de firme convicción democrática, aceptó los resultados de las primarias del PRM y proclamó su respaldo a la candidatura presidencial del licenciado Abinader, quién sabe si haciéndole caso omiso a ciertos integrantes de su equipo político que, no conformes con casi obligarlo a participar en una lucha interna en la que él no tenía ya nada positivo que agregar a su carrera política y que -antes al contrario- ponía en riesgo su buen nombre ante la posteridad, intentaron empujarlo a la reedición de las viejas querellas posconvencionales del perredeísmo).
Es un hecho, igualmente, que la elección del licenciado Abinader como candidato presidencial del PRM obliga a la alta dirigencia del PLD cuando menos a reexaminar su estrategia electoral para las próximas elecciones, puesto que se trata de una opción fresca, atractiva y sin tachas personales o políticas que bien podría constituirse en el eje para la formación de un amplio frente opositor que le dispute el poder. En cierta medida, la ocurrencia empuja a los peledeístas a pensar más seriamente en que su abanderado electoral para 2016 debe ser uno que tenga bastante apoyo popular y baja tasa de rechazo, y por ello se puede interpretar como un golpe adicional -en este caso de carambola- para las ya cadavéricas aspiraciones presidenciales del doctor Leonel Fernández.
Otra probable secuela de la elección del licenciado Abinader estriba en que puede contribuir a un cambio de percepción sobre la participación ciudadana en las próximas elecciones y sus eventuales resultados: es casi seguro que muchos dominicanos adversos a las administraciones peledeístas (o simplemente hastiados de sus desmanes y de su larga “era”) que no veían al PRM y, en general, a la oposición como una opción cualitativamente distinta y con posibilidades de triunfo frente a la monstruosa maquinaria clientelar de aquellas, ahora estén modificando sus opiniones en ese aspecto, y pudieran comenzar a mostrarse dispuestos a sumar sus energías y esfuerzos en la dirección de sacarlos del poder.
Por supuesto, en tanto opción novedosa y distinta para el proceso electoral del año venidero, lo más auspicioso de la elección del licenciado Abinader como candidato presidencial del PRM reside en que con ella (debido a su juventud y, claro está, si se consuman plenamente las expectativas que ha creado) se abren nuevamente en el país las posibilidades para que una nueva generación de líderes irrumpa en el siempre abigarrado y proceloso escenario de la política. Es innegable que lo que ocurra en el PLD a este respecto será la contrapartida que encuadre o desentone en ese posible fenómeno de remozamiento histórico, pero también lo es que la sola presencia del candidato del PRM traza las pautas al tenor y, además, envía un mensaje que aquel no puede ignorar so pena de continuar representando la parte más decrépita del sistema.
(Desde 1996 hasta días recientes -al margen de la edad, las militancias partidarias y las orientaciones ideológicas- el país había estado políticamente copado por líderes cuya formación está raigalmente influenciada por las realidades y la racionalidad propias la Guerra Fría y -alternativamente- los dictados del denominado Consenso de Washington, y como han representado básicamente la “transición” en términos históricos -pues son herederos reales o fallidos de grandes figuras desaparecidas- han encarnado más las ideas de la reconversión y la adaptación que las del cambio y el progreso en el siglo XXI dominicano).
El licenciado Abinader, pues, llega a la cresta de la ola política nacional con credenciales de altos calibres: es el candidato presidencial de una organización política que acaba de pasar airosamente por su “bautismo de fuego”, logró ganarle la batalla electoral interna en la misma a un líder de las condiciones del ex presidente Mejía (experimentado, carismático y astuto), ha conseguido crear la sensación de que puede encabezar con éxito la boleta de una gran alianza opositora, está en condiciones de hacer resurgir la esperanza de que es posible desalojar al PLD del poder y, por último pero no menos importante, ha abierto el surco en el que podría germinar un nuevo liderazgo para la nación.
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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