Debe mover a reflexión la metamorfosis en una parte de la población que no recapacita de manera razonable, de modo que el sentido común le indique la importancia del respecto al derecho ajeno y al propio para una convivencia donde predomine la paz y se evite el runrún de que se pasa de la raya.
Es lo que ocurre cuando una serie de hechos abominables ponen en ascuas a la mayoría que aspira a no vivir en sobresaltos porque es amante de la paz, del respeto mutuo y la aplicación de las leyes en buena lid.
¿Qué tipo de crianza damos a nuestros hijos? ¿Das seguimiento a lo que hace tú vástago en la escuela u otro escenario? Cuando tu hijo lleva dinero y otros objetos a la casa, ¿indagas su procedencia?
Se asume que el padre y la madre son el modelo a seguir. El hombre y la mujer en este terruño, en su mayoría es excelente padre y madre, incluso en los casos separación corporal se mantiene velando por sus muchachos en procura de un desarrollo integral.
Los menos dan a sus hijos ejemplos nada plausibles y les importa un bledo. Los asaltos en residencias, en negocios, en vehículos o a caminantes se han convertido de un dolor de cabeza. La desconfianza se explaya y se desconfía del ropaje de “titiri mundati.”
A la par, estamos todos tras las rejas en residencias y negocios. El semblante más adusto o el más angelical de una persona puede dar tremenda sorpresa y terminar en un asalto. Si usted sale a una diligencia y la vivienda queda sola, es posible que se encuentre con que “la mudaron” los ladrones.
La matanza de hombres y mujeres, en la que éstas últimas caen usualmente en el primer round por razones triviales que llegan a segar sus vidas, hace tiempo que se pasa de la raya.
Es preciso que cada persona asuma el propósito de ser mejor, si no lo fuere, y que quienes aplican las leyes mantengan presente la importancia de la probidad, decoro y lealtad en apego al estricto cumplimiento de la legislación.
Lo anterior puede contribuir a que retorne la fe en el mantenimiento del derecho a la vida, la dignidad humana, el derecho a la igualdad, el derecho a la libertad (no al libertinaje), la seguridad personal y la libertad de tránsito sin temor.
Ya esto se pasa de la raya. A todos aquellos que en vez de trabajar dignamente atropellan a los demás mediante infinitas modalidades que no se derivan de la honestidad, hay ponerle un límite. Los dominicanos que desean vivir en tranquilidad, tendrán que repensar si dejan a los delincuentes por sus fueros o se animan a un cambio de situación.
30-04-2015