La noche del 4 de junio de 1968, Robert Francis Kennedy (Bobby), hermano y virtual heredero político del asesinado presidente John F. Kennedy, se encontraba en el hotel Ambassador, de Los Ángeles, California, siguiendo las incidencias finales de las primarias demócratas que se habían desarrollado en ese importante estado norteamericano.
El primer semestre de ese año había dejado huellas indelebles en los Estados Unidos: Martin Luther King fue asesinado en abril, a cada momento y en cualquier lugar estallaba una protesta violenta y ruidosa contra el establishment, la sociedad se evidenciaba dividida y enconada a propósito del tema de los derechos civiles, y una parte de la juventud protagonizaba protestas pacifistas denunciando el reclutamiento obligatorio y la guerra de Vietnam.
Kennedy, precandidato demócrata a la presidencia, después de algunos tropiezos iniciales había logrado convertirse en una fuerte opción en las primarias de su partido, habiendo captado bastante apoyo entre los blancos pobres de los centros industriales, los negros de las grandes urbes, los círculos intelectuales liberales y los jóvenes sin compromisos partidarios.
Cerca de las 11:30 de la noche de ese día, ya era un hecho que Kennedy había resultado ganador en California. En razón de ello, y como era de rigor, minutos después de la medianoche se dispuso a pronunciar algunas palabras para expresar su gratitud a los electores. El Gran Salón del hotel estaba abarrotado por unos 1,800 entusiastas militantes que gritaban: “¡Queremos a Bobby! ¡Queremos a Kennedy!”.
En su alocución de esa noche, el precandidato demócrata llamó a superar “las divisiones, la violencia, el desencanto con nuestra sociedad… Las divisiones, ya sea entre blancos y negros, entre los pobres y los más ricos, o entre grupos de edades o en cuanto a la guerra de Vietnam…”. Y enfatizó: “Espero que ahora que han terminado las primarias de California podamos concentrarnos en mantener un diálogo… ¿En qué dirección queremos ir en los Estados Unidos? ¿Qué vamos a hacer en las zonas rurales de este país? ¿Qué vamos a hacer por aquellos estadounidenses que aún sufren de hambre? ¿Qué vamos a hacer en el resto del mundo? ¿Vamos a continuar con las políticas que han sido tan desastrosas en Vietnam? Creo que debemos avanzar en una dirección diferente…”.
Aproximadamente a las 12:15 de la madrugada, Kennedy se despidió de la concurrencia con la intención de dirigirse hacia su siguiente compromiso, que era otra concentración de sus partidarios en un salón contiguo. No obstante, debido a que ya se había hecho muy tarde y un grupo de periodistas lo esperaba para una conferencia de prensa en la Sala Colonial, sus asistentes decidieron obviar esa segunda reunión y, a través de la cocina y la zona de despensa situada detrás del lugar donde se encontraban, conducirlo ante los reporteros.
La seguridad de Kennedy estaba formada básicamente por William Barry, antiguo agente del FBI, y los ex atletas Roosevelt Grier y Rafer Johnson… Fue Barry quien le comunicó el cambio de itinerario: “Hay un reajuste, senador -le dijo-, y nos vamos por esta vía”, señalándole a la izquierda, al tiempo que empezaba a despejarle el camino hacia las puertas de vaivén de la cocina. Kennedy, no obstante, confundido con la gente que lo vitoreaba, tomó una salida trasera, siguiéndole los pasos al jefe de camareros Karl Uecker, quién lo guió a través del área de la cocina tomando su mano derecha, pero liberándosela con regularidad para que pudiera saludar a las personas que encontraba a su paso. Descendieron por un pasadizo que se estrechaba debido a que en un lado había una máquina de hielo y en el otro una mesa de vapor. Casi de inmediato, Kennedy giró a su izquierda y saludó con la mano al ayudante de camarero Juan Romero. En este instante fue que se escucharon múltiples detonaciones. Kennedy fue alcanzado por varios de los disparos y se derrumbó sobre el piso. Barry, que estaba casi al lado del político demócrata, reaccionó rápidamente y golpeó dos veces en el rostro a un hombre que blandía un revólver, mientras que Uecker, Edward Minasian, el escritor George Plimpton, Johnson y Grier lo inmovilizaban y desarmaban.
Por su lado, Barry había saltado hacia el sitio donde yacía el senador y colocó su chaqueta bajo la cabeza sangrante de éste. Romero le sostuvo la cabeza y puso un rosario en su mano. En ese momento, Kennedy le preguntó: “¿Están todos bien, verdad?”, y Romero respondió “Sí, sí, todo va a salir bien”. De este instante hay una dramática imagen fotográfica que daría la vuelta al mundo… Ethel Kennedy, la esposa del político, que clamaba por ayuda en medio del tumulto, fue llevada al lugar donde aquel estaba tumbado, y de inmediato se arrodilló a su lado. Kennedy hizo un movimiento de cabeza y pareció reconocerla. Algunos instantes más tarde llegaron los paramédicos, y lo levantaron y acomodaron en una camilla. “No, no”, exclamó él antes de perder la conciencia.
La ambulancia llevó a Kennedy al Central Receiving Hospital, donde se comprobó que fue impactado por tres proyectiles: el primero penetró por detrás de su oreja izquierda llegando hasta el cerebro, y los restantes entraron por la parte trasera de su axila derecha: uno salió por el pecho y el otro se alojó en la parte de atrás del cuello. Media hora más tarde, fue trasladado al The Good Samaritan Hospital a fin de tratar de remover la bala y los fragmentos de huesos alojados en el cerebro. La operación comenzó a las 3:12 de la mañana y se extendería por 3 horas y 40 minutos. A las 5:30 de la tarde, el portavoz Frank Mankiewicz informó que los médicos estaban “preocupados por la continúa falta de mejoría” del paciente, cuya condición era “extremadamente crítica”. Kennedy moriría a la 1:44 de la mañana del día siguiente.
EL “DURO” DE LA PROLE
Bobby Kennedy había nacido el 20 de noviembre de 1925, y era el séptimo hijo de Joseph Kennedy y Rose Fitzgerald. Su infancia y adolescencia habían transcurrido entre estudios, viajes y repetidos cambios de domicilio. Siempre se le consideró excepcionalmente inteligente, el más “duro” de carácter entre sus hermanos, e inclinado a los elementalismos de pensamiento, sobre todo en el plano ético-religioso.
En 1943 Bobby se enroló en la Armada de los Estados Unidos, siguiendo el ejemplo de sus hermanos mayores, Joe y John. Al llegar a término su alistamiento, reanuda los estudios y, en 1948, reingresa a la Universidad Harvard, donde terminaría el Bachillerato en Artes. En 1950 contrajo matrimonio con Ethel Skakel. Un año después se recibiría en Derecho en el Colegio Legal de la Universidad de Virginia. En 1952 entró al mundo de la política como principal ejecutivo de la primera campaña por la senaduría de Massachusetts de su hermano John. En 1953 pasó a trabajar para el senador Joseph McCarthy, y se vio implicado en sucesos de acoso político e ideológico.
Cuando John fue elegido presidente de los Estados Unidos en 1960, nombró a Bobby como Fiscal General. En esta calidad, desempeñaría un rol de primer orden en las decisiones presidenciales sobre la invasión de bahía de Cochinos de 1961 contra el régimen de Fidel Castro, lo mismo que en la “crisis de los misiles” de 1962. También estuvo, como ya se ha reseñado, en el centro de la acción política en la época de las controversias sobre la guerra en Vietnam y de auge del movimiento de los derechos civiles, primero respaldando las medidas adoptadas por John como presidente y, después, situándose a favor de la paz y el reconocimiento de las prerrogativas de los ciudadanos de color.
Luego del asesinato de John en septiembre de 1963, Bobby se mantuvo en el puesto de Fiscal General durante un tiempo, y eran públicas sus aspiraciones de ser candidato a la vicepresidencia en las elecciones de 1964. El presidente Johnson, sin embargo, le hizo saber que ya había seleccionado para ello al senador de Minnesota, Humbert Humphrey, y por ello Kennedy luego decidiría lanzar su candidatura a senador de Nueva York. En septiembre de 1964 dimitió del gobierno. Johnson ganaría las elecciones de noviembre y Bobby resultaría electo al Senado.
Kennedy fue senador durante tres años y medio, y apoyó los movimientos moderados de lucha por las libertades civiles, promovió una solución del conflicto del Medio Oriente con base en el reconocimiento del Estado de Israel, giró importantes visitas a países extranjeros (incluyendo una a Sudáfrica, donde prevalecía el apartheid), apoyó las reivindicaciones de la gente de escasos recursos económicos, y se pronunció reiteradamente contra el escalamiento de la guerra de Vietnam.
La notoria presencia de Kennedy en los debates sobre los temas políticos más trascendentales de la época dio pie desde 1966 a conjeturas en el sentido de que se proponía disputarle la candidatura demócrata a Johnson para las elecciones de 1968. Las especulaciones al efecto corrieron a lo largo de todo el año de 1967, pero colaboradores cercanos del senador lo negaban. En marzo de 1968, sin embargo, Kennedy anunció que participaría en las primarias demócratas. Sus principales contrincantes serían Johnson y el senador de Minnesota, Eugene MacCarthy.
En las vitales primaras demócratas de New Hampshire contra el senador MacCarthy, Johnson obtuvo una victoria pírrica, y se dice que esto (junto a quebrantos de salud que aún no eran públicos) lo empujó a renunciar a sus aspiraciones y volcar su respaldo sobre el vicepresidente Humphrey. Dos semanas después, Johnson informaría oficialmente que abandonaba sus aspiraciones reeleccionistas.
El 4 de abril, mientras visitaba Indianápolis, Kennedy fue enterado del asesinato de Martin Luther King, y pronunció un discurso en el que, al tiempo que condenó el hecho, se refirió a la necesidad de una “reconciliación histórica” entre las razas en los Estados Unidos y el mundo. Las primarias de Indiana y Nebraska fueron ganadas por él, pero en Oregon fue derrotado. El 4 de junio triunfó en las de Dakota del Sur y California, y aunque MacCarthy -a quien Kennedy había derrotado en este último estado- declaró que no pensaba “tirar la toalla”, era patente que la precandidatura del senador de Nueva York adquiría perfiles definitivos.
Como se ha dicho, tras hacerse oficial su victoria en California, Kennedy fue al salón de baile del hotel Ambassador a dirigirles unas breves palabras a sus seguidores. Comenzó su discurso al filo de la medianoche y, momentos después de concluirlo en un ambiente de entusiasmo y esperanza, sería mortalmente baleado.
EL ASESINO “MUDO”
El hombre detenido en el teatro de los acontecimientos con el arma homicida (un revolver Iver Johnson calibre 22) era un joven árabe de 24 años, tez morena clara, pelo negro y baja estatura, residente en Los Ángeles, llamado Sirhan Bishara Sirhan, quién de inmediato hubo de ser conducido fuera del lugar bajo protección policial debido a que una multitud enfurecida amenazaba con lincharlo.
El individuo, al ser atrapado, se mostró extrañamente silencioso. Aunque en un primer momento forcejeó con sus captores, no abrió la boca para nada ni mostraba emoción alguna. “Parecía un robot”, diría un periodista presente en el lugar. Más adelante, uno de los agentes que lo trasladaron al Departamento de Policía de Los Ángeles testimonió que sus pupilas lucían dilatadas, y sospechó que estuviera bajo los efectos de algún alucinógeno. Luego se sabría que esa noche había ingerido bebidas alcohólicas. En los interrogatorios, desde el principio se negó a responder toda pregunta, y su única reacción era un movimiento horizontal de cabeza en señal de negativa.
Sirhan fue procesado como el autor de la muerte de Kennedy, y después de muchas protestas de inocencia el 3 de marzo de 1969 admitió su culpabilidad alegando que se encontraba “disgustado por el apoyo político” que éste “le daba a Israel en contra de la causa de mi pueblo de Palestina”. El 17 de abril la corte aceptó la confesión, y seis días después fue condenado a muerte. Los recursos legales, no empece, impidieron la ejecución durante varios años. Finalmente, en 1972 la sentencia fue cambiada por la de cadena perpetua tras la decisión del Tribunal Supremo de California que declaró la pena de muerte “inadmisible” por “cruel e inusual”, además de “innecesaria a cualquier objetivo legítimo del Estado” e “incompatible con la dignidad del hombre y el proceso judicial”.
En los siguientes años Sirhan solicitó la libertad condicional repetidas veces bajo alegaciones diversas. Además, su familia ha insistido constantemente en defender su inocencia. En 2011 radicó su última petición al tenor (puede hacerlo cada cinco años), y ya con 66 años de edad dijo tener “gran remordimiento y arrepentimiento profundo”, pero su solicitud fue rechazada. Desde 2013 se encuentra confinado en el Centro Correccional Richard J. Donovan de San Diego, California.
LA TEORÍA DEL “SEGUNDO TIRADOR” Y OTRAS DUDAS
El asesinato de Bobby Kennedy desde un primer momento dio pie a una gran cantidad de versiones y conjeturas, desde la relativa a la presencia de una trama tipo “candidato Manchuria” (control mental dirigido) hasta la existencia de una “conspiración derechista” con el supuesto involucramiento de una parte del personal que esa noche servía en el hotel Ambassador.
Debido a las omisiones e incongruencias de la investigación policial, muchas dudas han quedado en el aire con respecto a lo que ocurrió aquella noche fatídica, y una de ellas se ha referido a la presunta existencia de un “segundo tirador”. Esta lectura ha cobrado notoriedad a partir de que las investigaciones forenses muestran la existencia de una cantidad de disparos superior a la capacidad de carga del arma usada por Sirhan en el crimen.
En ese respecto, una versión que ha sido documentada es la que contabiliza 11 disparos: los tres que impactaron a la víctima, dos que pegaron en la jamba de una puerta de madera y cinco o seis que llegaron hasta el techo, señalados en las placas que fueron retiradas como evidencias. De acuerdo con esta versión, los investigadores encontraron más balas (o huellas de éstas) que las que contenía el revólver con el que disparó Sirhan.
Ninguna de las teorías alternativas, empero, ha podido ser comprobada fehacientemente hasta ahora. Lo único cierto, absolutamente cierto -tal y como coincidieron en declarar los testigos presenciales del hecho- es que Sirhan, un fanático de la causa palestina, fue el hombre que aquella madrugada hizo los disparos que le arrebataron la vida a Bobby Kennedy, acaso el más singular y prometedor de los políticos demócratas de ese convulso período de la historia estadounidense.
(*) El autor es abogado y profesor universitario
[email protected]