En el último decenio del siglo XX el mapa de la política dominicana, más como secuela de la dinámica interior de nuestra sociedad que como resultado del ascenso del neoliberalismo preconizado por el “Consenso de Washington” y de la caída del muro de Berlín (1989), quedó virtualmente configurado con cinco corrientes fundamentales de conceptualización y militancia: el balaguerismo (luciendo una careta demócrata cristiana), el boschismo (marxista no leninista), el peñagomismo (socialdemócrata doctrinario), el jacobismo (socialdemócrata pragmático) y el marxismo-leninismo (comunista atomizado).
(El socialcristianismo verdadero había desaparecido de la vida pública nacional. Nacido en 1961 como una opción centrista de acento antitrujillista y agrarista, estuvo integrado por profesionales, jóvenes y trabajadores de la ciudad y el campo. Entre 1963 y 1976 padecería pugnas internas de las cuales brotaron diversos grupos: por ejemplo, una radicalización hacia la derecha daría origen al PDC y una a la izquierda tomaría el nombre de CORECATO, mientras que una tendencia colaboracionista-balaguerista se denominaría MAS. La fusión en 1984 de los reductos del viejo socialcristianismo con el Partido Reformista originaría al actual PRSC).
Tales vertientes de conceptualización y militancia, en realidad, devenían verdaderas ideologías políticas nacionales, independientemente de si exhibían o no determinadas raíces teóricas extranjeras o de si habían alcanzado o no plena elaboración, y aunque varias de ellas tenían orígenes comunes o puntos identificables de engarce, representaban visiones sustancialmente distintas sobre el presente y el futuro del país, y por consiguiente comportaban proyectos de nación claramente diferenciados entre ellos.
(Acaso convenga insistir, a fin de adelantarse a porfías inútiles, en que se está hablando de ideologías, no de doctrinas, y no sólo porque la confusión es habitual al enfocar estos temas desde que se hicieron públicas las formulaciones de Francis Fukuyama sobre el ocaso de los paradigmas del pensamiento político de los últimos tres siglos -“El fin de la historia y el último hombre”, 1992-, sino también porque, debido a eso mismo, todavía hay gente que responde con una torcedura de boca o una “cortada de ojo” cuando escucha hablar de ellos… La insistencia es válida: podrán estar agonizando o muertas las doctrinas políticas, pero no las ideologías).
El balaguerismo, como el autor ha sostenido en otro lugar, es una ideología política de corte conservador -sus apuestas reformadoras se dirigen a mantener y mejorar el estado de cosas, no a cambiarlo- que, debido a que tuvo en el trujillismo su principal savia nutricia pero hubo de actuar dentro de una constitucionalidad formalmente democrática, se quedó en un punto medio entre el autocratismo y el liberalismo, y sujetó su vida sobre todo a una relación parasitaria con el Estado que le permitió remozarse y relanzarse continuamente gracias al incremento de la desigualdad y la incultura en la sociedad dominicana. En su mejor momento el balaguerismo fue una ideología de derecha que, oscilando entre la demagogia clientelista y el desarrollismo clásico, apuntaba hacia una sociedad basada en cierto capitalismo de Estado de anatomía semiautoritaria y anticomunista.
(El doctor Joaquín Balaguer -helenista de corazón y pragmático de conducta política- en realidad fue más discípulo de Adriano y Azorín que de Maquiavelo y Fouché, y si es cierto que escribió algunas de las más notables páginas de nuestra literatura histórica -como biógrafo de grandes dominicanos y cronista del laborantismo social, cultural o partidarista-, su fuerte residió en la retórica y no en el análisis: no sólo fue un orador de caudalosos recursos sino que sus producciones intelectuales, con un par de excepciones, parecen grandes discursos -memorables piezas de retórica culta o preciosista- y no obras de ponderación o análisis).
El boschismo, en tanto corriente de ideología política, tuvo varias etapas (de origen básicamente populista -originalmente tuvo coincidencias con el aprismo y la llamada “izquierda democrática”-, en un momento dado se avecinó a la socialdemocracia, y más adelante tomó el derrotero marxista “no leninista”), pero en esencia fue de carácter revolucionario, pues apostaba por cambios radicales en el “establecimiento” que implicaran su radical transformación o su reemplazo. En su época de esplendor el boschismo fue una ideología de izquierda que, partiendo de una plataforma casi únicamente intelectual, procuraba un tipo de sociedad edificada a partir de un Estado de ángulo socialista clásico beligerantemente anticapitalista.
(El profesor Juan Bosch -un polígrafo con fibra de artista y de filósofo estoico- originalmente fue devoto de la ética reformadora y laica de Hostos y Martí, pero luego vivió, pensó y escribió dentro de los diversos territorios ideológicos del socialismo, actuando en política nacional como un moralista intransigente y, a partir de una interpretación crítica de nuestra historia, como un abanderado de las causas antioligárquicas. Sus fuertes fueron la palabra sencilla y el análisis pormenorizado, y por eso sus grandes discursos y sus insuperables textos ensayísticos parecen exposiciones profesorales. No era dueño de una oratoria tan impactante como la de Balaguer, de la misma manera que éste carecía del rigor analítico de aquel).
El peñagomismo, fue una ideología que, acunada en las entrañas del boschismo, a la larga supuso una ruptura con buena parte de sus raíces a partir de un discurso más aguerrido pero menos riguroso, una interpretación más radical de la coyuntura política y, aunque resulte paradójico, una contracción de su acento doctrinario y de sus apuestas transformadoras: pretendió combinar la herencia patriótica, renovadora y latinoamericanista del Partido Azul del siglo XIX con la visión revisionista y moderada de la socialdemocracia internacional. El peñagomismo fue una ideología de centro izquierda que, teniendo siempre como retaguardia instintiva a los pobres de las grandes zonas urbanas, postulaba la edificación de una sociedad y un Estado de “tercera vía” (nacionalismo, socialismo y democracia) progresista.
(El doctor José Francisco Peña Gómez fue sobre todo un extraordinario conductor de masas, independientemente de que era dueño de una gran cultura y exhibía dotes intelectuales de considerables vuelos, y pese a que son de su autoría varias interesantes tesis político-ideológicas -nacionalismo revolucionario, revolución democrática y nacionalista, socialismo democrático latinoamericanista, etcétera- su mayor experticia residía en el análisis de coyuntura y la formulación de tácticas. Era un formidable orador, pero sus mejores discursos -coyunturales o ideológicos- no se debieron a la improvisación sino a la pluma).
El jacobismo, como corriente ideológica, fue el resultado de una doble ruptura en dirección a la derecha (primero con el boschismo y, luego, con el peñagomismo), y sus características fueron un alejamiento de las doctrinas (y, por lo tanto, del laborantismo filosófico) y un acercamiento al pragmatismo (a través del lenguaje directo y de planteamientos que privilegiaban lo “actual”) para tratar de convertirse, en un época de predominio político del PRD (y de ascenso de las aspiraciones presidenciales de Peña Gómez), en una opción moderada dentro de éste. El jacobismo fue una ideología de centro derecha que, siendo medularmente representativa de la alta y la mediana clase media con inquietudes sociales pero adversa al doctrinarismo, supuso el primer intento en firme de heredar las fuerzas sociales del balaguerismo, paradójicamente hecho desde el perredeísmo.
(El licenciado Jacobo Majluta ante todo fue un político práctico, sin grandes referencias filosóficas ni inclinaciones a la teorización intelectual, que siempre estuvo inclinado al enfoque utilitario y sin circunloquios de la problemática de la sociedad y el Estado. En su época era el líder partidarista que exhibía mayores conocimientos y mejor comprensión de los fenómenos de la economía, aunque una parte de sus concepciones en algún momento generaron contestaciones y polémicas. No era un intelectual, tampoco carecía de cultura general, y sin ser una gran orador, tenía buen manejo de la palabra, si bien su fuerte residía en el contacto individual con la gente y el verbo sencillo y directo. De las grandes figuras de la política nacional de la segundad mitad del siglo XX, era la más agradable y calurosa en el trato personal).
El marxismo-leninismo entró a la República Dominicana en la segunda década del siglo XX a través de los escritos de Adalberto Chapuseaux, y aunque alcanzó algún nivel de elaboración conceptual y organización en los años cuarenta con la Juventud Democrática y ciertos pequeños círculos socialistas de intelectuales y obreros, su verdadero “boom” se produjo en el período posterior al descabezamiento de la dictadura de Trujillo. Colocado a la izquierda en el ámbito de la política, nunca pudo erigirse en una opción de masas, no empece que tuvo bastante presencia pública y mediática. Básicamente alimentado de las generaciones juveniles posteriores al trujillismo, el marxismo-leninismo dominicano reflejó las fragmentaciones de sus pares en otras latitudes: prosoviéticos (PSP-PCD), castristas (MRIJ4, CORECATO, CR, etcétera), prochinos (LRIJ4, PACOREDO, BR, etcétera), no alineados (MPD, NR, etcétera) o proalbaneses (PCT).
(El marxismo-leninismo dominicano tuvo, no obstante su escasa incidencia de masas, importantes líderes o figuras políticas e intelectuales: Máximo López Molina, Andrés Ramos Peguero, Manolo Tavárez Justo -cuyo pensamiento al respecto apenas se definía cuando se produjo su muerte en 1963-, Hipólito Rodríguez, Fidelio Despradel, Nelson Moreno Ceballos, Felix Servio y Juan Ducoudray, Pericles Ornes, Narciso y Tony Isa Conde, José Israel Cuello, Maximiliano Gómez, Juan Isidro Jíménes, Luis Montás, Leopoldo Grullón, Rafal Taveras, Moisés Blanco Genao, Jorge Puello, Juan B. Mejía, Onelio Espaillat y muchos más cuyos nombres llenarían varias páginas).
En este segundo decenio del siglo XXI, a contraluz de las realidades sobrevenidas al calor de la llamada “era posideológica” (individualismo, pragmatismo, globalización, cultura “light”, “yuppismo”, información digital y, en general, preeminencia de las urgencias de la materialidad y la sensualidad sobre la idealidad, la ética y la espiritualidad), esas corrientes del pensamiento político dominicano -recientes, a pesar de todo- ya parecen meros arrestos militantes de unas generaciones comprometidas con valores incomprensibles, lejanos rumores de una época superada que estuvo dominada por la pasión y el idealismo, vestigios de una civilización política del pasado remoto.
Y algo más: de todas esas antiguas tendencias de la ideología nacional, la única que aparenta haber saltado de verdad las barreras del tiempo, la que tiene presencia abrumadora en el “sentir” del dominicano de hoy, la que luce más enseñoreada en la política de nuestros tiempos, la que ha logrado mayor penetración en el liderazgo y el partidarismo actuales, es el balaguerismo: ¡justamente la menos elaborada conceptualmente, la de vulgaridad y pancismo sin ambages, la que no estaba verdaderamente inclinada a la promoción de los cambios sociales, la preferida de las élites oligárquicas del país y, en fin, la que nunca representó el futuro sino un presente gris que lindaba con el pasado más oscuro!
La verdad, pues, sea dicha: aunque a muchos nos cause rabia, pena o simple urticaria en el alma, más allá de los partidos y los líderes de la actualidad, el balaguerismo es lo que nos queda de todo aquello que tanto porfiamos o militamos desde el punto de vista ideológico… La cosecha puede ser amarga, pero es el resultado lógico de nuestras siembras de la víspera.
(*) El autor es abogado y profesor universitario.
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