Desde el mismo comienzo de la crisis del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), en el ambiente político se ha percibido una tendencia poco disimulada hacia la disminución del presidente de esa formación, Miguel Vargas Maldonado, como opción electoral.
Se ha visto una clara conspiración contra ese dirigente político, cuyo mayor pecado fue incurrir en el error—posiblemente peculiar en la política, en la guerra y en cualquier actividad humana—, como fue rehabilitar simultáneamente a dos adversarios de gran potencial.
En efecto, mediante el acuerdo que posibilitó la reforma constitucional de 2010, Vargas Maldonado rehabilitó a Leonel Fernández y a Hipólito Mejía, es decir, un adversario interno que terminaría arrebatándole la candidatura presidencial del PRD en 2012, y uno externo cuya gravitación pesará una montaña para Miguel en cualquier proceso en que compitan.
Lo que hizo Miguel en aquella entente con Leonel es algo que no hace ningún dirigente en el mundo, pues la dinámica política aconseja eliminar la mayor cantidad de adversarios posible, lo mismo que en la guerra, o sea, quitar de en medio a todo el enemigo que sea menester.
Cuando Miguel acordó con Leonel la modificación constitucional, confundió la táctica con la estrategia, y al negociar la prohibición de la reelección no calculó que a mediano plazo la primera se comería la segunda sin alcanzar el fin buscado.
En los momentos actuales, cuando el fin estratégico se desploma con la modificación de la Constitución para permitir la reelección presidencial, Vargas Maldonado sucumbe a una conspiración que no previó, pues salta a la vista que el presidente del PRD como estratega es un absoluto desastre.
Ahora, y frente a la consumación del complot urdido por sus adversarios internos en el PRD que terminaron mudándose al Partido Revolucionario Moderno (PRM), Miguel tiene pocas opciones.
Y entre esas pocas opciones tiene una potencialmente peligrosa, mientras que la segunda puede asumir un riesgo calculado.
Primero: permitir que al PRD le cuenten los votos ayudando a que se concretice la conspiración y el partido blanco termine por debajo del umbral del financiamiento mayoritario a través de la Junta Central Electoral, enfrentando con ello la más ruinosa participación de esa organización en cualquier proceso comicial.
Segundo: pactar un acuerdo ventajoso con el Partido de la Liberación Dominicana, apoyando la candidatura del presidente Danilo Medina y de pasada lograr conservar espacios de poder que, conforme caminan los acontecimientos y la conspiración, parecen cuesta arriba alcanzar por sí solo.
Es entendible que Vargas Maldonado no pueda sentirse cómodo pactando con un presidente reeleccionista, dado el hecho de que fue copartícipe de la aprobación del actual estatuto nacional, cuya justificación estuvo basada, principalmente, en la conducta anti reelección del finado líder de su partido, José Francisco Peña Gómez.
Llega un momento en que los líderes deben pensar en los seguidores cuya suerte está íntimamente ligada a la suya, y quienes, contrario a las cúpulas, no tienen sus problemas materiales mínimamente resueltos.
En conclusión: un acuerdo con el PLD y el presidente Medina pudiera eventualmente garantizar que algunos de los espacios de poder en manos perredistas continuaran bajo su dominio, algo que estaría en nebulosa con una participación individual del PRD en las condiciones tan precarias como se proyectan.
Si dirigir es prever situaciones y sacar el mejor provecho posible de ellas, entonces Vargas Maldonado debería dirigir.
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