Un estudio hecho público por la policía holandesa ofrece una imagen de los yihadistas locales integrados en el Estado Islámico algo distinta a la presentada hasta la fecha. No se trata solo de jóvenes musulmanes de origen diverso, nacidos y educados en Holanda, y que se han radicalizado a espaldas de sus familias y amigos. De los 140 casos analizados, un 60% tenía problemas psíquicos. Una quinta parte padecía trastornos graves como la esquizofrenia. El análisis rompe la imagen hasta ahora extendida del joven musulmán seducido por la versión más extrema del islam. El estudio arroja una radiografía en la que la mayoría de los yihadistas holandeses suelen proceder de familias conflictivas o rotas, han pasado temporadas sin techo y padecen desórdenes de la personalidad. Por este motivo, los agentes apuntan que es preciso “tener en cuenta su conducta anterior a la lucha”.
El trabajo, efectuado entre febrero y noviembre de 2014, está colgado en Researchgate.net, la red social utilizada por científicos e investigadores, bajo el título Problemas de comportamiento y desórdenes entre los radicales de las fichas policiales. La muestra analizada está formada por los expedientes de 140 holandeses que han viajado a Siria, o podían estar preparando el viaje. La lucha en Siria empezó a atraer a los futuros yihadistas hacia finales de 2012. A partir de 2014, el radio de acción se amplió a Irak. El número de yihadistas holandeses entre Siria e Irak ronda en la actualidad los 180. Durante el estudio, las cifras fueron cambiando debido a la muerte o detención de yihadistas. En febrero del pasado año, ocho combatientes holandeses habían perecido en Siria. En enero de 2015, la cifra de bajas era de 21.
En cuanto al origen, la mayoría de los individuos con doble nacionalidad eran holandeses de origen marroquí (56%) y turco (9%). Los autóctonos sumaban un 18% y los extranjeros un 5%. El promedio de edad de los 117 varones observados es de 25 años, y el de las 23 mujeres, de 21 años. Según el autor, Anton Weenink, investigador de la policía nacional, además de explorar su proceder y la repercusión de sus posibles problemas psíquicos, “queríamos comprobar si el actual consenso acerca de la sorprendente normalidad de los terroristas está justificado”.
Los primeros resultados muestran que los individuos holandeses que padecen estos trastornos son mayoría. “Ello choca con el enfoque tradicional, de modo que centrarse en su psicología puede servir de complemento a los trabajos ya existentes sobre los aspectos sociales y psicológicos de la radicalización”, añade.
Weenink recuerda que la idea del terrorista equilibrado y proveniente de un entorno social tranquilo ha sido aceptada desde la década de los noventa. “Trabajos firmados en Italia, Alemania e Irlanda no han aportado pruebas concretas de que el terrorista tuviera una patología psíquica que perturbara su personalidad. Es más, muchos de ellos provenían de clases medias (…); nosotros pensamos que la evidencia de normalidad en los terroristas islamistas es más ambigua de lo que hoy se considera aceptado”. “La psicología social e individual suele servir de explicación alternativa. Para nosotros es complementaria (…) porque un problema de comportamiento aísla a las personas de su entorno. Y así pueden acabar encontrando en un grupo radical su identidad, estructura o familia alternativa”, advierte Weenink.