Hace algunos días conocí un documento elaborado por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio de España que pasa balance a los Incentivos Internacionales al Crecimiento Empresarial patrocinados en Europa, preocupación que conlleva a una revisión de nuestras economías. República Dominicana, como cualquier país, en nada escapa a crecer con base a la expansión de los negocios, por cuanto la lucha contra la falta de oportunidades laborales deriva de la falta de trabajo.
¿Dónde están las fuentes de trabajo? En los negocios, en las empresas o industrias que surgen día a día o en la prosperidad de las ya establecidas. La producción social de riquezas descansa en el sector privado, en quienes decidieron convertir sus ahorros o sus dineros en capitales de trabajo, en inversión. Obviamente, de ninguna manera se trata de una gestión altruista ni cosa parecida, pues los negocios son negocios, y quienes lo establecen bajo cualquier modalidad persiguen ganancias.
Las iniciativas empresariales son reguladas por el Estado, y si bien iniciar un negocio es un acto individual o privado hay políticas y normas que reglamentan la inversión o las iniciativas, lo que determinará de una manera u otra el crecimiento empresarial y/o puestos de trabajo para los primerizos o para aquellos con experiencia técnica, vocacional o profesional ya probados en el mercado. El Estado y los gobiernos constituyen, en cualquier circunstancia, el punto de análisis, si su conducta o postura se levantan como retranca al crecimiento o si viabilizan sin tropiezos el emprendurismo y fortalecimiento del sistema económico previsto.
No se si sigo equivocado, pero desde un tiempo a esta parte mantengo la idea de que nuestros administradores del bien público o del Estado manifiestan a través de las políticas públicas preceptos feudalistas, pues las políticas fiscales e impositivas castigan al capital de trabajo en vez de incentivarlo, y la cantidad de impuestos pagados al Estado por cualquier negocio provoca que toda gestión empresarial, por bonita que aparentara, se convierta en un espacio de sobrevivencia o de malabarismo, en una lucha permante por vencer toda posibilidad inmediata de quebrar o de retardar su evolución frente a los competidores de otros lares.
Pagamos impuestos hasta por adelantado, ignorando de quien paga si su empresa cerrará en rojo o sencillamente si la vida de su negocio terminará con el cierre de su primer año fiscal.
La evasión fiscal o cualquier anormalidad en las relaciones de los negocios (comercios, empresas, industrias pequeñas, medianas o grandes) entiendo que obedece a unas relaciones artesanales de las formas de producción social de riquezas. En el viejo lenguaje, a unas relaciones precapitalistas, y si acaso hemos sido incapaces de superarlo tendría sus raíces por igual, y entre otros factores, a esa idea de administrarnos con criterio de feudo, y a una gestión política que descansa en relaciones puramente primarias expresadas en el clientelismo y la corrupción.
El clientelismo lo asumo como una expresión del crecimiento desigual de nuestras economías, y hasta de lo rural respecto de lo urbano, lo mismo que a la falta de oportunidades para aprovechar al máximo los recursos tecnológicos y las propias aulas de una educación básica deficiente.
¿Por qué no repensamos al Estado, su costo, el cuánto nos cuesta el Estado que queremos respecto del país al cual aspiramos para definitivamente prosperar más allá de lo que está a la vista? ¿Podríamos redefinir el papel de cada quien a los fines de abaratar la participación del Estado, por un lado, y la del sector privado, por el otro lado, a los fines de garantizarnos una mayor evolución socioeconómica, con bases más sólidas que las hasta ahora mostradas?