La candidatura presidencial del licenciado Luis Abinader por el Partido Revolucionario Moderno (PRM), aunque probablemente ni prosélitos ni antagonistas lo adviertan debido a la ceguera histórica que producen las pasiones banderizas, podría ser el acontecimiento político más promisorio de lo que va de siglo XXI en nuestro país.
En efecto, debido al “momentum” en que se produce el ascenso de su estrella política y a los refrescantes perfiles que exhibe como persona y como líder, el licenciado Abinader no es únicamente el más esperanzador abanderado de la mayoría perredeísta que fundó tienda aparte: también, por su sola presencia y sin mucho esfuerzo, pudiera erigirse -si se lo propone- en el hombre que marque un punto de inflexión en la historia de la República Dominicana.
Por supuesto, las encuestas y los muestreos de más reciente data continúan colocando la gran popularidad del presidente Danilo Medina -cuya candidatura reeleccionista sigue puntera frente a cualquier contrincante- en el primer plano de sus hallazgos, pero podría incurrirse en un grave error de interpretación estratégica si semejante “fotografía” de la coyuntura política de hoy se asimilara como una realidad definitiva e inconmovible.
La advertencia procede en razón de que un examen de la evolución de las preferencias políticas -partidistas y o personales- de los últimos años revela que el llamado “mercado electoral” dominicano ya no presenta los niveles de inamovilidad que lo caracterizaron en el pasado reciente (tanto en su antigua vertiente bipartidista como su efímera composición tripartita), y que, antes al contrario, cada vez luce más inclinado a abrirse al trasiego de las simpatías y, más recientemente, hasta a la creación de espacios para opciones alternativas frente a los partidos y liderazgos ancestrales del sistema.
(No se está afirmando con eso último -la aclaración es procedente para adelantarse a las reacciones de los pazguatos y los politiqueros- que los partidos dominicanos están en crisis de “organicidad”, ni tampoco que la reconfiguración política en marcha es indicativa de una posible insurgencia victoriosa de los liderazgos alternos: sólo se está sugiriendo que hoy día muchos electores parecen estar mas abiertos a la consideración de opciones no tradicionales… ¿Se entendió? Nada más).
En cuanto al tema de la movilidad de las simpatías, acaso convenga recordar los siguientes datos de las encuestas Gallup-Hoy de cara al último proceso electoral: en marzo de 2011 el ex presidente Hipólito Mejía aventajaba al licenciado Danilo Medina (su más cercano competidor del PLD, evaluado dentro de una lista de precandidatos) con 19.4 por ciento (46 contra 26.6); en agosto del mismo año Mejía le llevaba a Medina (ya convertido en candidato) un 14.5 por ciento (47.9 frente a 33.4); en noviembre la distancia entre ellos se había reducido a 5.3 por ciento (47.9 contra 42.6); en marzo de 2012 el panorama había cambiado para favorecer a Medina: 48.7 contra 45.2 de Mejía; y los resultados de las elecciones de mayo son harto conocidos: 51.21 Medina y 46.95 Mejía.
Cada proceso electoral, naturalmente, tiene su propio escenario histórico y su propia mecánica de coyuntura -y por consiguiente protagonistas institucionales o personales muy suyos-, pero los cambios de mando político real que se produjeron a partir de 2011 en los partidos de mayor peso específico de la sociedad, el aumento relativo del desencanto ciudadano con el viejo partidismo (provocando una valoración no desdeñable, por ejemplo, de Alianza País) y, últimamente, las divisiones y los resultados actuales o potenciales de las luchas internas y las alianzas (en el PLD, el PRD y el PRM), aparentan estar creando las condiciones para una nueva reconfiguración del panorama político.
(El 2011 marcó un nuevo rumbo en el PLD -el doctor Leonel Fernández dejó de ser el único líder y resurgió el licenciado Medina en calidad paralela-, y decretó en el PRD el descenso del ingeniero Miguel Vargas y el reascenso del ex presidente Mejía. Desde 2013 se observa un discreto incremento de las simpatías del doctor Guillermo Moreno. En lo que va de año el nuevo PRM se asentó como la segunda fuerza política nacional y experimentó un rebalanceo de su liderazgo que acaba de situar en su cúpula al licenciado Abinader, mientras que en el PLD se hacen esfuerzos por superar concluyentemente la resaca de una áspera lucha interior -hija de la confrontación entre sus dos grandes líderes- que lo puso al borde de la escisión).
El proceso electoral del año entrante, obviamente, no acusa los mismos perfiles que caracterizaron al de 2012, pero -valga la insistencia- una consideración sí resulta comunmente válida: hay una franja de nuestro electorado que se mueve de una dirección a otra conforme a las circunstancias, y parece tomar sus decisiones finales en función de los candidatos y no de los partidos; e independientemente de que estos últimos siguen siendo los mayores tributarios de votos, ser el mas grande o mayoritario es una ventaja relativa, más no una garantía absoluta de victoria. De hecho, como se sabe, individualmente en las elecciones de 2012 el PRD fue el más votado (42.13 por ciento contra 37.73 del PLD), pero no ganó las elecciones.
La del licenciado Medina es una popularidad marcada por hechos estructurales y coyunturales de consistencia singular: la centrífuga clientelar que ha convertido al PLD en una entidad de “militancia estatal” y en el heredero histórico de las fuerzas sociales conservadoras de la nación (incluyendo a los nostálgicos del trujillismo y el balaguerismo), un estilo personal (directo y de simple mortal) que lo ha diferenciado de su predecesor, un funcionariado subalterno situado “a tono” con la estrategia comunicacional que se traza desde el Palacio Nacional, y la hasta el momento patética fragmentación de una oposición política que insiste en repetir -con invocaciones triunfalistas, posturas sectarias y acusaciones estúpidas contra potenciales aliados “tácticos”- los errores del pasado.
(Seamos honestos: la gestión del licenciado Medina -que ya está llegando a los tres años de edad- tiene poco de trascendental, salvo que se ha diferenciado estilística y facialmente de la que reemplazó -pues hasta su “revolución educativa” en marcha es resultado de los esfuerzos de otros, aparte de que no se sabe aún cómo concluirá- y ha disfrutado de la inefable “felicidad” de contar con una oposición integrada por partidos que -con un par de excepciones- han estado más interesados en el negocio de las campañas comiciales -internas y externas- que en ganar las elecciones venideras).
En otras palabras: no hay que convertirse en reo de falsas expectativas, pero tampoco hacerse el sueco ante los hechos: si bien es cierto que el porcentaje de aprobación que las encuestas le atribuyen al licenciado Medina lo convierten en la más definida opción para las elecciones del próximo año, no lo es menos que sus cifras al tenor han estado condicionadas, sobre todo, por la ausencia de un contrincante en las filas oposicionistas que ponga en marcha firmes estrategias para resquebrajar o neutralizar el aparato clientelar oficialista, colocar en su justa dimensión la figura política del Primer Mandatario, desafiar la dictadura mediática gubernamental y, desde luego, erigirse en líder o interlocutor confiable de todas o la mayoría de las fuerzas opositoras del país, incluyendo las silentes dentro del PLD.
Tales son, a grandes rasgos, los retos -descomunales, pero razonablemente acometibles- que tiene ante sí el licenciado Abinader… En estos instantes él encarna la opción política más fresca, decente, organizada y viable para sacar a la nación del pantano moral en que se encuentra (y, al mismo tiempo, para encaminarla hacia una verdadera ruptura histórica con el pasado), pero con eso no basta, pues las elecciones se ganan con votos, no con bravuconadas, resentimientos, invocaciones éticas o buenas intenciones. Y ojalá que él y su equipo de análisis estratégico (donde hay mucha gente con suficiente formación histórica como para aquilatar la importancia de las alianzas momentáneas -falla fundamental de jornadas anteriores- en la lucha política) lo entiendan.
(Por lo demás, hoy no es ocioso irse reiteradamente al terreno de Perogrullo: la razón de fondo por la que los militantes del PRM eligieron al licenciado Abinader como su candidato presidencial y una buena parte de los dominicanos lo ven con simpatías es la que se acaba de reseñar: porque innegablemente representa con pulcritud personal y honestidad política lo nuevo en el partidarismo nacional y, por consiguiente, la posibilidad de deshacer el nudo gordiano que ha representado siempre la parte no gloriosa del pasado en nuestra historia… Las alianzas tácticas -que se basan en una “plataforma mínima”- no tienen por qué desdibujar esos perfiles, aunque se aplique la tesis del “gobierno compartido” por áreas y especialidades).
Por otra parte, el licenciado Abinader, pese a su juventud, no es un improvisado: si es verdad que ha insurgido en la vida política con la fuerza y la velocidad de un meteoro, no lo es menos que su liderazgo se ha desarrollado paso a paso con las circunstancias, pues tenía muchos años formando su tendencia y preparándose para las funciones de estadista. Lo que lo ha convertido en un verdadero fenómeno de la política dominicana es su aplastante victoria al interior del PRM y el caudaloso apoyo que está recibiendo donde quiera que va.
No se alude aquí -la precisión es obligada- a la cuestión de quién pudiera tener mas o menos ascendencia sobre los votantes dominicanos en estos momentos. Esto no sólo carece de novedad sino que es reflejo -se reitera- de un hecho simple: el PLD -debido a su estructura corporativa, su ciclópeo andamiaje clientelista, su monopolio sobre los resortes del poder y su circo mediático- es la organización política más “influyente” del país… Se habla de otra cosa: el licenciado Abinader es el líder político dominicano que más ha crecido en términos cualitativos y cuantitativos en los últimos años (en diciembre de 2010 la Gallup-Hoy le daba un 7% de las simpatías en el viejo PRD), y lo ha hecho de manera sostenida bajo condiciones fundamentalmente adversas: las del dirigente opositor no mañoso en un país con las instituciones y buena parte del aparato productivo secuestrados por el partido de gobierno… Si esto no es una proeza, se le parece bastante.
(No olvidemos las características de los regímenes tipificados irónicamente como “dictaduras perfectas”: control unipartidista de los poderes públicos, Estado supernumerario, clientelismo en todos los estratos de la sociedad, connivencia con los grupos económico-financieros mas voraces, injerencia directa sobre los medios de comunicación, descrédito de la cultura, promoción de la ignorancia y el servilismo, y alianza con la cúpula religiosa retardataria… Obviamente, en este tipo de regímenes la oposición siempre marcha “cuesta arriba”: es la lucha de David contra Goliat, pero los resultados finales se encuentran admirablemente registrados en la Historia).
¿Podrá el licenciado Abinader sobreponerse al caciquismo, el sectarismo, los apasionamientos, los tabúes y los amaneramientos político-conductuales que todavía se observan en ciertos estratos del PRM y, sobre esa base, encarar exitosamente los desafíos arriba planteados? Muchos dominicanos tienen la esperanza de que así ocurra, y confían en su inteligencia, su rectitud, su olfato político y su capacidad de concertación… Lo otro, empero, sólo podrá decirlo con exactitud alguien que es casi siempre caprichoso e impredecible: el sapientísimo pero flemático dios Cronos.
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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