México (PL) Hace cinco años, el hallazgo de momias debajo del antiguo templo de la Compañía de Jesús, en el estado mexicano de Zacatecas, provocó leyendas entre los pobladores, pero lo cierto es que esos descubrimientos resultaron ser una ventana a la historia de esta ciudad, explicó el arqueólogo Francisco Montoya.
Por Mayra Pardillo Gómez (*)
Durante la pesquisa, que se extendió por un año, se registraron 43 inhumaciones primarias, restos que por su posición y condición de proximidad fueron enterrados poco después de su deceso en el sitio donde se les halló sin haber sido movidos.
Además de gran cantidad de partes óseas aisladas, a causa de las transformaciones en el uso de los espacios, la aridez del suelo favoreció que cinco restos conservaran parte de sus tejidos de forma natural, mientras 20 mantuvieron la totalidad de los mismos y de estos últimos entierros momificados, nueve corresponden a niños y 11 a adultos.
El estudio de estos vestigios representa una oportunidad para conocer la vida de una sociedad con distintos sectores y su desarrollo desde la época colonial al México independiente, comentó Montoya durante su participación en el Tercer Coloquio de Arqueología Histórica.
Este evento fue organizado en fecha reciente por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, quien envió un comunicado de prensa para su divulgación.
MUERTE PREMATURA Y HECHO INUSUAL
En el caso de uno de los entierros, clasificado con el número 14, los análisis y reflexiones que implicaron esta investigación condujeron a confrontar el dato arqueológico con el histórico, ya que desde su hallazgo resultaba inusual, señaló el experto.
Por causas desconocidas, el ataúd tapizado con seda, engalanado con listones dorados y remachado con tachuelas chapadas en oro, fue puesto originalmente con la tapa hacia abajo, un hecho inusual en estos casos donde la tapa siempre va hacia arriba.
En el interior del ataúd yacían los restos mortales del niño Luis Rivero, quien falleció a la tierna edad de cinco años, víctima de fiebre escarlatina, el 12 de mayo de 1844, por lo que han transcurrido 171 años de su deceso.
Su muerte la confirman un par de liras y una elegía que el progenitor del pequeño, también nombrado Luis Rivero, y el tío del menor, Gerardo García Rojas, dejaron como constancia del sufrimiento por la pérdida.
Una de las liras escritas por el padre del niño, un hombre acaudalado de la época y reconocido poeta, en las que se respeta la ortografía original, comienza así: Salud, encanto mío; / Amable niño, niño afortunado, / Allá en el cielo pio / De gloria circundado / Te contemplo de gozo enajenado.
La elegía escrita por el tío y dedicada a su hermana, la madre del niño fallecido, dice:
Así precioso niño, sin ventura / Quedaste en duro lecho derribado / Preso ya de maligna calentura. […] Las marcas dolorosas nos mostraba / Que estampó en la fiera escarlatina / Y do-mortal veneno se ocultaba […] Volaste al cielo sobre nubes de oro, / Circundo de celeste resplandor / Y allí repites en festivo coro / Alabanzas y loores al señor.
Para Montoya, profesor e investigador de la Universidad Autónoma de Zacatecas, las liras que posiblemente se imprimieron para entregar a familiares del niño fallecido y la elegía manuscrita son testimonio de la una época, así como de las enfermedades que aquejaban a la población, en este caso infantil.
La mayoría de los entierros descubiertos eran menos lujosos, puesto de manifiesto en la sencillez de los ataúdes y los vestuarios con que fueron amortajados los restos.
En opinión vertida por el arqueólogo, una hipótesis del por qué los sepultaban en ese sitio se debía a que los familiares de los fallecidos sostenían amistad con los jesuitas.
Los enterramientos no están fechados, pero hay uno que con certeza data de la ocupación jesuita y se trata del asignado con el número siete, correspondiente a un hombre de entre 70 y 75 años.
Consideró que probablemente fuera un sacerdote jesuita, porque fue ataviado con el hábito propio de esta orden: una sotana de tela negra y áspera remachada con 33 botones, cifra que alude a la edad en la que se consigna murió Jesucristo.
En relación con el Templo de Santo Domingo relató: nos percatamos de que el edificio actual no corresponde a la construcción original pues la antigua iglesia data de 1616, en tanto la que ahora observamos comenzó a edificarse en 1746 y se consagró en 1750.
Los jesuitas disfrutaron de ella solo 17 años, porque la orden religiosa fue expulsada de los territorios novohispanos en 1767, citó el especialista.
La iglesia quedó dos décadas en el abandono hasta que los dominicos la ocuparon, por lo que se le conoce más como el templo de Santo Domingo, una de las joyas de la arquitectura religiosa de la ciudad de Zacatecas.
PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD
El 8 de septiembre de 1546, el conquistador español de origen vasco, Juan de Tolosa, arribó al Cerro de la Bufa y descubrió allí la primera veta de plata.
A partir de ese momento se encontraron otras minas y así nació la población del lugar.
Para 1588 el rey Felipe II concedió a Zacatecas el título de Muy Noble y muy Leal Ciudad, pero antes de la llegada de los españoles grupos de indios chichimecas habitaban el territorio.
Entre ellos figuraban los zacatecos, de donde derivó el nombre de la ciudad, que significa donde abunda el zacate o pasto.
Durante el periodo virreinal la riqueza minera le permitió a Zacatecas convertirse en una de las ciudades más importantes y pobladas de la Nueva España, superada solo por la Ciudad de México.
Con ello llegó el esplendor reflejado en los elegantes palacetes de la aristocracia minera, como el de La Mala Noche o la casa del Conde de Santiago de la Laguna, José de Rivera Bernández, actual Palacio de Gobierno.
Zacatecas ostenta el título de Heroica Ciudad y el 11 de diciembre de 1993 en Cartagena de Indias, Colombia, la Comisión del Patrimonio Mundial de la Unesco, aprobó que el centro histórico de la ciudad fuera inscrito como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Sin embargo, solo un año después se dio a conocer la noticia en Zacatecas.
Los hallazgos en el templo de Santo Domingo vienen a incrementar el valor arqueológico, arquitectónico y antropológico de esta antigua ciudad.