Una avería de mi vehículo obró el milagro de convertirme en usuario momentáneo del servicio de taxi (los que me conocen saben de mi fobia al respecto), y durante el trayecto desde la “tienda por departamentos” (a cuya cafetería acudí junto a mi hijo a almorzar) hasta el lugar donde me hacían la reparación, una amena conversación se desarrolló:
-Parece que todo esos extranjeros por fin se van- dijo el conductor, mirando a un grupo de nacionales haitianos que laboraban afanosamente en una construcción.
-¿Extranjeros? -le pregunté, extrañado del vocablo "castizo".
-Si… Usted sabe: esos que se ven ahí -respondió el hombre, torciendo la boca en dirección al lugar donde se encontraban los trabajadores inmigrantes.
-Ah, okey- repuse, sin poder reprimir una carcajada.
-Me gusta como usted lo dice -intervino mi hijo, compartiendo risa-. De ahora en adelante me referiré a ellos con esa palabra.
-A esa gente no le gusta que le digan haitianos -explicó el taxista-. Se ponen guapos los malditos… Por eso yo les digo extranjeros.
Silencio… Mi hijo y yo nos miramos nuevamente sorprendidos, pero el distinguido ciudadano no nos da tiempo para reaccionar, y agrega de inmediato:
-Hay que sacar a toda esa gente que no tiene papeles, no importa lo que grite el tal Almagro ese que se atrevió a decir que ellos y nosotros somos un solo país.
Mudez y asombro otra vez entre los pasajeros…
-El señor Almagro no dijo eso -intento aclararle-. Se trató una versión periodística falsa, y eso se esclareció debidamente.
-¿Ajá? ¿Y cuando eso se aclaró?
-Hace unos días. El mismo señor Almagro publicó un documento negando que dijera eso, y además presentó el video de sus declaraciones a CNN como prueba. En realidad, lo que dijo ese señor fue exactamente lo contrario: que somos una isla con personas, historia y cultura totalmente diferentes.
-Bueno, usted sabe que de todos modos tenemos estar vigilantes con todos esos países que quieren unificar la isla, porque si lo intentan aquí va a ver sangre.
-Nadie quiere unificar a RD con Haití, señor -le digo-. Eso es un disparate que quien tenga dos dedos de frente no puede creer. Eso no lo ha planteado nadie.
-¿Cómo que no? Adiós, ¿y eso no es lo que quieren Estados Unidos, Francia, Canadá y las ONGs de aquí a las que ellos les dan cuartos?
-Se lo repito, señor: nadie ha planteado eso. Semejante idiotez no se le puede ocurrir a gente inteligente. Los que trazan la política exterior de esos países no son papanatas. Ellos saben que nacionalidades diferentes no se pueden unificar, y que cuando se ha intentado (como en el caso reciente de Yugoslavia) todo ha terminado en una carnicería humana. Esa gente conoce la historia universal, y no va a sugerir una estupidez de ese tipo.
-Pero es que ellos no quieren que saquemos de aquí a los ilegales…
-Eso es mentira también, señor. Lo que ellos han planteado es que el que haya nacido aquí antes del 2010, aunque sea hijo de indocumentados, tiene derecho a la nacionalidad dominicana; que los que están en condiciones de ilegalidad deben tener la oportunidad de legalizarse de acuerdo con nuestras leyes; y que los que no se legalicen pueden ser deportados, pero respetando su dignidad y derechos como seres humanos.
-¿Y eso es lo que ellos quieren? Ah, pues si es así no hay problema. Lo que yo digo es que el que tiene papeles o se legaliza tiene derecho a estar aquí, pero el que no tiene papeles se tiene que ir, y el gobierno lo que debe hacer es sacarlo pero tratándolo como la gente.
-Estamos de acuerdo, señor- interviene otra vez mi hijo.
El taxista era un negro retinto, de pelo crespo, labios gruesos y vivaces ojos oscuros, y como ya estábamos frente a la puerta de entrada del lugar donde reparaban mi vehículo, nos despedimos amigablemente. Antes de arrancar, empero, me lanzó una cuasi filípica que probablemente no pueda olvidar jamás:
-Todo está bien, señor, pero lo que no entiendo es por qué gente blanca y buenamosa como ustedes dos está defendiendo a esos prietos hediondos y traicioneros. Los malditos mañeses o se van o lo sacamos a patadas de aquí.
Al final, pues, sólo quedó en el aire mi sonrisa cuarteada y el rostro de sorpresa de mi hijo…
(Por supuesto, en lo que se refiere a mí, buenísimo que me pase, pues violé una vez más mi promesa de que no volvería a referirme al tema de referencia hasta que no pase la grotesca y abrumadora ola de ultranacionalismo que actualmente amenaza con aplastar lo poco que nos queda de conciencia humanística en el país… “Perro huevero…”.).
(*) El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
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