Roberto E. Brazobán/Ingeniero Industrial
Hace 8 años se me presentó la oportunidad de viajar a un país extranjero a realizar mis estudios universitarios. Partí a Cuba con una idea clara de lo que estaba buscando y quizás, de lo que me podía costar alcanzarlo, con tan solo 18 años de edad y aquejado por todas las falsas carencias económicas que la vanidad latente en mi entorno me quería hacer ver y que mentalmente para mi eran necesarias para ser un gran profesional y una persona sobresaliente en la sociedad, me convertí en un extranjero.
Al llegar al lugar que a partir de ese momento se convertiría en mi hogar; un país con personas con gustos y rasgos físicos parecidos a nosotros, los dominicanos, con esa alegría que nos caracteriza como caribeños, pero paradójicamente con un sistema educacional mucho más avanzado que el nuestro, a pesar de sus carencias tecnológicas, material didáctico desactualizado y herramientas anticuadas.
Mi principal objetivo al llegar allí era convertirme en uno de los mejores estudiantes de Ingeniería Industrial, me repetía a mí mismo que si con poco esfuerzo nunca me había ido mal, allí con un poco más de dedicación iba a pasar todas mis asignaturas y sería sobresaliente. Pero la realidad me golpeó fuertemente cuando de una matrícula de 42 estudiantes me convertí en uno de los peores, esta situación me afectó sobremanera, no podía asimilar qué me pasaba, por qué me estaba yendo tan mal. Me pasé dos días sin asistir a clases pensando en que tenía que hacer lo posible para que el esfuerzo que estaba realizando mi familia valiera la pena.
Comencé a relacionarme con los cubanos, y más, con aquellos que sobresalían en las clases, me di cuenta que ellos cuando salían de clases dedicaban sus tardes y noches a repasar las lecciones impartidas en ese día y a leer sobre los temas siguientes, que era algo que yo nunca hacía, su nivel de disciplina era sorprendente. En ese momento entendí algo, ellos no eran mejor que yo, simplemente tenían disciplina que era algo que yo no había desarrollado y sobre todo, nunca me lo habían exigido en mi vida de estudiante. Allí estaba la clave para lograr mi éxito en la carrera.
Pero luego entendí que no sólo tenía que ser disciplinado, también debía reforzar mis conocimientos para poder entender todo lo que me explicaban los profesores. En eso consistieron mis primeros cuatro meses de estadía en Cuba, los que representaron un cambio significativo en mi vida. Ya no me importaban las trivialidades de antes. No me importaba la marca de los tenis que me iba a poner, pero si la respuesta que podía darle al profesor cuando me llamara, porque sé que me iba a llamar a mí. Ya no importaba lo que alguien pudiera pensar en el plano material, si no en mi avance como estudiante extranjero, sobre el cual todos tenían los ojos puestos.
Por primera vez pude priorizar mi futuro ante cualquier cosa. A partir de ese momento reconocí la importancia de la disciplina y el conocimiento y me embarqué hacia la búsqueda de los mismos. Decidí invertir el poco dinero que recibía de mi familia para pagarle a un profesor particular de Matemáticas, Estadística y Física, lo visitaba después de clases tres veces a la semana, para poder alcanzar a mis sobresalientes compañeros cubanos.
Me costó mucho, pero en dos años practicando lo logré, y pude dejar mis clases particulares con el maestro que no sólo me enseñó sobre esas tres asignaturas, si no, que dejó en mis grandes enseñanzas de vida. Nunca olvidaré una conversación que tuve con él una de esas tardes en donde terminaba agotado de tanto estudiar. Me dijo: “Roberto, yo quisiera que todos mis estudiantes sean como tú, a lo que le respondí, -¿cómo soy yo según usted? Me dijo, “a tu corta edad sabes quién eres y conoces tus limitaciones que es lo importante. No es ser inteligente lo que te lleva a ser grande en la vida profesional, es tener esas herramientas que tienes tú: disciplina y esa hambre de querer saber, que hace que te esfuerces tanto y que en el futuro constituirá parte fundamental en tu educación. Ahora te falta solo practicar y practicar hasta que todo te salga de forma natural y tu cerebro razone cada palabra y movimiento que hagas”.
Ese día no pude evitar las lágrimas, al ver que por fin alguien notó todo lo que hacía por regresar a mi casa graduado y no decepcionar a mi familia y a mi país.
Un elemento principal que debo resaltar del modelo educacional de Cuba y que contribuye a que los profesionales crezcan en conocimientos y experiencias, es que el gobierno instruye a las empresas a que cada año los problemas que se presenten sean enviados a las universidades para que los estudiantes pongan sus conocimientos en práctica y desarrollen proyectos en donde se planteen las posibles soluciones a estos problemas.
En conclusión, puedo afirmar que ser estudiante extranjero es un gran reto cuando deseas representar a tu país con dignidad, pero sobre todo, aprendí que para lograr un desarrollo profesional integral hay tres elementos que se conjugan, y que son en los cuales nuestro país, a nivel educacional, debe enfocar plena atención e interés: la disciplina, el fortalecimiento de las asignaturas principales (base fundamental en el conocimiento del estudiantado) desde la educación básica hasta la universitaria y la práctica permanente de los universitarios en las empresas , elementos que son el baluarte del sistema educacional de Cuba, convirtiendo a ese país en uno de los que tienen los mejores estándares en educación en América Latina.