En estos días, una vez más alguien de las nuevas generaciones del país me hizo objeto de un gratuito pero punzante intento de “rapapolvo digital” (¡culpas son del tiempo y no de España!) a propósito de cierta ponencia de contenido histórico que hube de presentar en el marco de un evento patrocinado por una entidad académica extranjera de laborantismo y proyecciones esencialmente iberoamericanas.
-Le quedó bien el “copy-paste”, doctor-, me susurró al terminar la exposición una joven estudiante con sorna apenas disimulada tras su hermosa sonrisa, para luego agregar, casi sin transición y con el rostro iluminado por lo que presumo sería para ella un placentero “descubrimiento” y una íntima confirmación de su ingenio: “¡Google es lo máximo, no hay dudas!”.
Aunque sorprendido y ligeramente molesto por el desenfadado y urticante comentario, decidí hacer provecho de la oportunidad para aclararle a la agraciada muchacha (y, con ella, a otros que piensan de manera similar) que, pese a que pudiera parecerlo, “la Luna no es de queso y se come con galletitas”: la ignorancia puede ser excusable, pero la osadía del ignorante no, sobre todo porque, como reza la vieja conseja sarcástica, “no hay cosas más peligrosa que un idiota con iniciativa”.
Comencé, pues, por hacerle a la garbosa damisela una elucidación de Perogrullo: la Historia es una sola, pues se refiere a hechos, no a suposiciones o invenciones, y que, por lo tanto, casi todo el que discurra sobre sus interioridades lo hará siempre de manera parecida a como otro ya lo había hecho. En la consideración del acontecimiento histórico puede haber diferencias de profundidad, de énfasis y de matices, e inclusive interpretaciones distintas, pero nada más… Lo restante, simplemente, sería fábula, falsificación o tergiversación.
En cuanto a Google, la divinidad del conocimiento de la “generación digital”, nadie puede discutir que desempeña un rol trascendental en la cultura, la sociedad, la economía, la política, la vida privada y el conocimiento modernos, pero no en el sentido “ignaro” e idólatra en el que algunas personas lo asimilan… Google se puede parecer a Dios (es omnipresente, omnipotente y para muchísima gente hasta omnisciente), pero no lo es: le falta alma.
A contrapelo de lo que han llegado a creer algunos, en Google no están toda la cultura y el conocimiento acumulados por la humanidad a lo largo del devenir histórico. En realidad, esa cultura y ese conocimiento donde se encuentran todavía fundamentalmente, fuera de los instrumentos orales y visuales (naturales o artificiales), es en los libros o documentos escritos o gráficos… El buscador de Internet es la principal fuente concentrada de datos en el mundo, pero ni es universal ni es la única. La universalidad del saber “teórico” permanece en el texto físico y la unicidad es imposible mientras el ser humano tenga libre albedrío y capacidad de razonamiento e inventiva.
Igualmente, hay que recordar que Google no sacó u obtuvo sus datos de la nada. No es ni ha sido su rol la investigación, la experimentación y la escritura: antes de llegar hasta sus luminosas páginas virtuales, hubo necesidad de que alguien investigara, experimentara y escribiera. Por consiguiente, él es un mero transcriptor o traductor (si bien rápido, grandioso y espectacular), y por ello los datos no son suyos (son facilitados, prestados o comprados), aparte de que en un alto porcentaje son inexactos o incompletos (las transcripciones y las traducciones presentan el peligro de no ser fieles a los originales)… O sea: lo que se halla en Google fue copiado, en general, de esas fuentes que fueron las que sirvieron de alimento para mi generación… Por eso le dije a la joven de referencia, concluyentemente: “Si alguien copió fue Google, no yo”.
Por otra parte, salvo contadas excepciones, la publicación de contenido en Google no está “supervisada” o “certificada” seriamente por nadie (en ocasiones está lleno de errores, disparates y referencias bibliográficas o informáticas apócrifas), en parte debido a que es materialmente imposible hacerlo con cada dato, pero también en razón de que esa es la médula de su carácter libre: toda “supervisión” o “certificación”, a la larga, tiende a sembrar la semilla de la censura… Google es libre, fuerte y útil, pero -¡ojo!- muy vulnerable frente a la falsedad y a la ligereza de juicio.
Finalmente, y debido a lo que se acaba de decir, las informaciones obtenidas en el buscador de marras no son totalmente confiables: como ya se insinuó, una parte es verdadera, otra es mentirosa, y la restante es una combinación de verdades y mentiras. En algunos casos, inclusive, sus informaciones no son ni verdaderas ni mentirosas propiamente dichas, sino propagandísticas: son publicidad disfrazada, y su único objeto es manipular al usuario para use, compre o recomiende determinado bien o servicio… Google es luz, pero también puede ser sombra: todo depende de quien lo use y del nivel de “sesera” que se tenga.
(Lo cierto es que los artificios o avances hijos de la inteligencia humana impactan, fascinan y seducen a la mayoría de los mortales -tan dados al deslumbramiento por las imágenes en los espejitos y el tintineo de las cuentas de los cascabeles-, al tiempo que se prestan para los más variados propósitos -casi siempre progresivos, pero algunos no tanto-, y las más de las veces, por ello mismo, en su derredor se crean, desarrollan y hasta generalizan formas pasajeras de uso no sólo ridículas sino también contraproducentes… La historia menudea al respecto con particular ironía).
La conclusión es, pues, simple: la “cultura” obtenida a través de Google es más de “bulto” que de certeza (y por eso estudiantes medios, faranduleros y petulantes de toda laya le rinden culto) , y si bien sus informaciones resultan extraordinariamente oportunas y hasta imprescindibles en muchos aspectos y sentidos, su valor fundamental reside en que puede usarse para tener una idea general sobre el tema de que se trate y una guía para profundizar en el conocimiento… Nada más, empero… Es un vehículo de transmisión de datos que sirve para todo y para todos, y como en general carece de “moral” o de “ideología” propias, en tanto artificio sin capacidad para sentir o razonar, sus alimentadores y usuarios se las suplen, y ahí mismito, casi al desgaire, quedan abiertas las puertas a la tontería y al mamarracho.
Lo repito: Google puede parecerse a Dios, pero no lo es (en estos momentos no recoge ni siquiera un tercio del saber humano), y ojalá lo entienda mucha gente cuya vida “cultural” o “intelectual” se inicia y termina con él, y cree que todo el que habla o escribe sobre un tema hizo “copy-paste” del referido buscador… Como le dije a mi bella y temeraria crítica, la verdad monda y lironda es al revés: Google fue quien copió de los textos o las imágenes originales, y éstos se encuentran, todavía, en las bibliotecas y sus hoy desprestigiados entornos… Que usted ignore algo, querida, no significa que no existe.
(*) El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
[email protected]