En la visita que el papa Francisco acaba de hacer a Cuba no surgió una frase que cautivara más que la expresada por el papa Juan Pablo II en su visita a esa isla caribeña en 1998: “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”, pero ningún hecho había estado más a tono con ese deseo que los que ha ayudado a facilitar Jorge Mario Bergoglio al operar como un puente de acercamiento entre Estados Unidos y el régimen de los hermanos Castro.
Desde luego que los cubanos, sobre todo aquellos que son víctimas represión por sus ideas, esperaban más de esta visita papal, no querían la sola llegada de un evangelizador con expresiones cuidadosamente elaboradas para no zaherir a sus anfitriones, y que no dejó espacio en la agenda para consolar la disidencia.
Sabía el terreno que pisaba y decidió emplearlo en la fortaleza de su rebaño, que esa visita estaba marcando un nuevo comienzo en la vida de una iglesia católica que podrá seguir creciendo sin ninguna limitaciones, y hasta para el catolicismo fue cauto, porque si bien es cierto que no se pronunció en favor de los derechos políticos de los opositores al régimen cubano, tampoco lo hizo para los suyos, porque no solicitó la devolución de los colegios privados que les fueron incautados al catolicismo.
El sabe que su visita, como lo fueron en su momento la de Juan Pablo II y Benedicto XVI, encarnan de por sí un mensaje de apertura, y sabe que los Castro conocen muy bien de su visión sobre lo que prima en Cuba, que se las expresó en un encuentro previo a su gira a estudiantes estadounidenses y cubanos, cuando les dijo, “Que líder es el que promueve nuevos liderazgos, que el que persiste en mantener un liderazgo es un tirano”.
La visita a Cuba tenía una similitud con la que produjo a los Estados Unidos, en ambas tendría como anfitriones a presidentes no católicos, y en el primer caso, tendría que lidiar con lideres ateos, cosa que aparentemente anticipaba cuando había dicho frases como estas: “Los ateos son buenos, si hacen el bien” y “Dios perdona a todos, no solo a los cristianos, a todos, incluyendo a los ateos”.
En el pasado se condicionaban las visitas papales al requisito de que la pareja presidencial estuviera casada por la iglesia católica, que no es el caso de Barack Obama y Michelle Obama, pero si del vicepresidente Joe Biden y su esposa, que sin embargo tienen el inconveniente de que apoyan el aborto y no se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo, razón por la cual algunos sacerdotes no se sienten a gusto al permitirles la comunión.
La posición del papa frente a esos temas es la de la ortodoxia católica, a diferencia de que las observas con un espíritu de tolerancia por lo que ha dicho: “Si una persona es gay y busca al señor, ¿quién soy yo para juzgar? No se debe marginar, sino integrarles en la sociedad”.
“No existe la familia perfecta, como tampoco existe el marido perfecto, ni la mujer perfecta, ni hablemos de la suegra perfecta…”
Es evidente que con Francisco se abre una iglesia en mejor disposición de acompañar al ser humano y de servirle en todas las circunstancias, cambios que no me parecen aislados o productos de la voluntad de un solo hombre.