La realidad no se puede omitir. De un tiempo a esta parte, el mundo ha crecido en conflictos, el extremismo violento te lo encuentras en cualquier pueblo, los desplazamientos y la demanda de asistencia humanitaria es casi un diario de supervivencia en muchos rincones del planeta; por lo que habría que pensar en esto, en sus causas, y en proteger entre todos otro bienestar más de la mente que del cuerpo; y, en cualquier caso, accionar el cerebro para la solución pacífica de las controversias, mediante el respeto mutuo entre culturas, maneras y modos de vivir, credos y filosofías, y demás líneas, que puedan crear divisiones. Frente a esta situación, ¿cuáles son las reacciones?. Desde luego, no podemos encogernos de hombros. La resignación es un suicidio colectivo. Pienso que debemos leer cualquier escenario con altura de miras y horizontes amplios, sin catastrofismos y sin miedos, tal vez tengamos que ejercitar mucho más la razón, aunque solo sea para reinventarnos y crecernos humanamente. De ahí la importancia de tener en cuenta las necesidades sanitarias y sociales que surgen en cada etapa de nuestra existencia: de la infancia a la niñez, la adolescencia, la madurez y la vejez.
En efecto, cada día son más las personas a las que se les niega la consideración, el reconocimiento, la autoestima y la posibilidad de tomar decisiones. No importan las edades. Por consiguiente, esta forma de vivir mezquina y alocada, en tensión permanente y sin momento alguno de sosiego, lo que acrecienta es un estado de malestar, infortunio, desventura y penuria, que influye negativamente en el ser de las personas, en su propia salud mental. No olvidemos que los trastornos mentales y los trastornos ligados al consumo de sustancias son la principal causa de discapacidad en el mundo. Según avanzan los años se observa también que se suicidan más personas y que, el suicidio, es la segunda causa de muerte en el grupo de quince a veintinueve años de edad. No cabe duda, que esta manera de vivir, en permanentes apuros y aprietos, tienen efectos importantes en el bienestar psicosocial; ya no digamos con las guerras y las catástrofes, capaces de dejarnos sin aliento.
Por eso necesitamos mentes abiertas, pensamientos aperturistas, que sepan acoger y ayudar a tantos necesitados de un bienestar digno. Ciertamente, somos muy propicios a estigmatizar a personas con ciertos desequilibrios y a excluirles degradándolos. Nos alegra, pues, que aunque solo sea por un día reflexionemos colectivamente sobre la dignificación del ser humano. Precisamente, este año la Organización Mundial de la Salud, coincidiendo con la universalidad del día, el 10 de octubre, pretende crear conciencia de lo que se puede hacer para garantizar que las personas con problemas de salud mental puedan seguir viviendo con dignidad, a través de una orientación política de derechos humanos y del derecho, amén de otras deferencias. A este respecto, es de elogiar la labor de diversas asociaciones que llevan años luchando por la inserción laboral de un enfermo mental, al que se suele excluir sin miramiento alguno. Y es que, nuestra percepción de dicha enfermedad, está seriamente deformada. No es justo que este recelo persista, puesto que las conductas agresivas son propias de enfermos que no siguen una medicación adecuada, pero eso no suele ser lo habitual en estos casos. Ellos son los primeros interesados en su salud, puesto que suelen ser conscientes de la situación en la que viven.
Quién es quién para truncar savia alguna. No desaprovechemos los imperios del futuro que serán los estados de todas las mentes. A más ideas, mayores puertas a la vida. No hay porvenir para ninguna tribu, para ninguna sociedad, si no sabemos ser todos más copartícipes. La fraternización, por lo tanto, como modo de hacer camino, como ámbito vital para allanar tensiones, genera una sensación de luz que nos cautiva y protege. Hoy en el mundo hay una escasez de una auténtica coherencia entre lo que se dice y se hace. Con frecuencia, no pasamos de las palabras y apenas alcanzamos compromiso alguno. Demasiada autocomplacencia y escaso pensamiento siempre en desarrollo. La mediocridad nos puede. Y esto nos sucede, a mi juicio, por esa falta de arranque universal, con lo que ello supone de necedad. Hemos de aprender a aprender, a buscar el corazón al contexto, más allá de nuestros exclusivos intereses mundanos. El orbe sería más saludable para todos, si en verdad cultivásemos en armonía, el abecedario del ingenio con la lengua del corazón y la de las manos, o lo que es lo mismo, si recapacitásemos en correlación entre lo que sentimos y hacemos.