Por Carlos McCoy
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Vemos regocijados, que al parecer, el Papa Francisco está decidido a sacar a la iglesia católica de su anquilosamiento. Este último viaje de Jorge Mario Bergoglio, que lo llevó desde el Vaticano, la última Teocracia, a Cuba, el único país comunista de América y desde allí a Los Estados Unidos de Norteamérica, cuna del capitalismo salvaje y brutal, parece ir en esa dirección.
El Papa nos sigue sorprendiendo con un discurso cada vez más vanguardista, esperanzador y humano. Rezagadas van quedando las arcaicas ideas de la inquisición, las bulas y hasta las mentiras. Francisco, parece haberse dado cuenta de algo que ya habían observado otros religiosos tiempos atrás.
Nos dice que "La educación es un acto de amor, es dar vida” Pero ya en el siglo XVI, el Teólogo Martín Lutero, con su reforma protestante, inició una campaña de alfabetización para que el pueblo pudiera leer la biblia, mientras que en los países católicos, era suficiente que el cura del pueblo supiera leer.
Ya en el siglo XVIII, en Inglaterra y Holanda, el 70% de la población sabía leer, mientras que en España y Portugal, lo hacían menos del 10%. Esto dio lugar a que los países del norte de Europa comenzaron a interesarse en la lectura de libros de variados temas, mientras en el sur, la inquisición los quemaba.
Francisco nos habla de que la Biblia dice que “la gran amenaza para el plan de Dios sobre nosotros es, y siempre ha sido, la mentira”. Para los protestantes, mentir es un grave pecado, no solamente eclesiástico sino social. Un político alemán o sueco suele dimitir si se demuestra que han mentido. Lo mismo sucede en los Estados Unidos, un país de mayoría protestante, donde hasta puedes ir a prisión.
En nuestros países católicos, la mentira inunda la política, la administración y las finanzas y no puedes confiar en nadie. A esto podemos agregar el robo que es severamente castigado en los países nórdicos, mientras que en los nuestros es parte de la cotidianidad.
Tanto es así que hace poco, en la ciudad de Nayarit, México, un Edil fue atrapado robando y mintió y denegó que había hurtado. Finalmente lo admitió, pero con estas palabras; “Si, robé, pero fue muy poquitito”.
El Papa Francisco nos habla de riquezas compartidas. Ya no es una obligación ser pobre para llegar al reino de los cielos. Nos dice que es necesario hacer de modo que si se poseen riquezas éstas sirvan al “bien común”. Porque la abundancia que se vive de manera egoísta es “triste”, quita “esperanza” y genera “todo tipo de corrupción”.
Nos habló de la paternidad responsable. El Pontífice defendió el derecho de los católicos al control de la natalidad, al decir que la prohibición de métodos anticonceptivos, no implica que los fieles deban reproducirse "como conejos".
En este histórico viaje, al Papa no se le quedó un solo tema. Inmigrantes ilegales, homosexuales, divorciados vueltos a casar, las madres solteras, la pobreza. Para orgullo nuestro, muchos de estos argumentos los expuso, brillantemente, en castellano, su idioma natal.
Ha criticado al capitalismo por sus afanes de ganancias: “Si yo tengo lo que tengo, debo administrarlo bien por el bien común y con generosidad”. "Pedimos dignidad, no caridad", dijo Francisco a la Organización para la Alimentación y la Agricultura de Naciones Unidas (FAO).
Frases como estas han hecho que conservadores como Stephen Moore, un economista de The Heritage Foundation en Washington, diera estas declaraciones a la BBC: "El Papa se ha mostrado muy escéptico con el capitalismo y el libre mercado y creo que eso es preocupante", el pontífice tiene "claramente tendencias marxistas".
Estamos ante un nuevo paradigma del catolicismo. Un Papa que nos habla del cielo pero con los pies bien firmes sobre la tierra. Ojalá su entusiasmo logre contagiar a otros religiosos, que aún se resisten a respirar estos nuevos aires de cambio.