Es poco probable que exista un dominicano que en realidad confíe en la palabra empeñada de las élites haitianas y el Gobierno de lo que en una ocasión el profesor Juan Bosch definiera como simple "conglomerado humano" sin vocación de Estado.
Aun así hay que destacar la apertura del presidente Danilo Medina para seguir apostando a la relación armónica con el vecino, a pesar de las claras evidencias de su hostilidad. Si bien por años los gobernantes haitianos han venido jugando con nuestra buena fe, siempre es preferible un mal arreglo que un buen pleito.
Ahora bien, en cuanto al clima tenso en la parte comercial, es poco probable que los haitianos cambien y mucho menos que sean transparente. Quienes negocian con ellos lo hacen con los dedos cruzados, pues no saben el momento en que les cambian las reglas, y–usando un lenguaje del béisbol–, "les dejan la pelota en las manos".
La prohibición al ingreso terrestre de productos dominicanos no obedece a la aplicación real de una política de Estado sino a la protección de intereses particulares, lo que, suponemos, el Gobierno nuestro debe saber.
Las informaciones que tenemos es que negociantes haitianos, liderados por un empresario de apellido Vigio, presionaron a Michel Martelly para que se tomaran medidas tendentes a la generación de más operaciones en el muelle de Puerto Príncipe, rehabilitado por ellos varios años después del terremoto de 2010.
Como el mayor volumen de mercancías entraba vía terrestre, esos empresarios vieron–mediante una simple operación matemática–, que el retorno de su inversión se lograba más rápido si el Gobierno los ayudaba obligando a un uso más intensivo del puerto.
Y así lo ha hecho el Gobierno haitiano, valiéndose de trucos aduanales que resultan entendibles hasta que se conocen las verdaderas motivaciones.
Cualquiera otra explicación que ofrezcan las autoridades haitianas es mentira. Y si las autoridades dominicanas no manejan la información, es evidente que habrá que reforzar los canales de inteligencia para estar siempre un paso adelante frente a unos vecinos para quienes el compromiso asumido vale muy poco.
Sin embargo, es justo esperar el curso de los acontecimientos inmediatos tras el encuentro presidencial, pero siempre previendo la posibilidad de otro incumplimiento. Y, sobre todo, presumiendo siempre la mala fe de los haitianos.