Recientemente en una capital europea visité una agencia inmobiliaria que se ufana por interaccionar con las propiedades más prestigiosas de medio mundo. Al despedirme de la directiva le hice caer en la cuenta que, yo, como consultora de imagen corporativa, le aconsejaba que sus empleadas vistieran más acordemente con el ideario de elitismo de la empresa. Es decir, minifaldas, escotes inacabables, pantalones excesivamente ceñidos no iban a dar una imagen confiable de la misma sino abocarla al desprestigio. Las prendas que sirven como reclamo visual y sexual incomodan al cliente femenino, y desconciertan al masculino, cuyo objetivo no es concertar una cita, sino obtener información y servicio competente de la empleada.
Es verdad que el prototipo de mujer sexy no sólo se ha propuesto sino que se ha impuesto sobre los demás modelos de mujer y muchas hoy, hacen lo posible y lo imposible por alcanzar este objetivo. El perfil de la mujer seria y cualificada, volcada en su labor, y que no pretende llamar la atención por su forma de vestir, es el que toda corporación grande o pequeña debería contratar, porque es signo de eficacia y colaboración, mientras que lo otro persigue objetivos ajenos al interés de la empresa, y aunque sea inconscientemente crea un lazo de desconfianza con el cliente.
Eva N Ferraz
Asunción Paraguay
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