Desde que tengo uso de razón me han vendido la idea de que la desaparición o eliminación de los aborígenes de esta isla -sus auténticos dueños y pobladores- se debió mayormente a enfermedades que, es justo reconocer, trajeron los conquistadores o invasores europeos “a esta gente que estaban en sus tierras mansas y pacíficas” (Sermón de Adviento de Fray Antón de Montesinos, 21/12/1511).
En honor a la verdad, nunca me han podido convencer de que los indígenas de esta isla desaparecieran solo a causa de enfermedades. Es una falsedad que se arrastra desde hace más de 500 años.
Los miles de aborígenes que para entonces poblaban, con todo el derecho, el conjunto de islas que integran el archipiélago del Caribe fueron sometidos a uno de los más despiadados abusos que haya conocido la humanidad.
En su célebre sermón de Adviento, el 21 de diciembre de 1511, y que fue el primer reclamo de justicia en el Nuevo Mundo, Fray Antón de Montesinos estrujó en las propias caras de las autoridades coloniales los abusos incalificables a que eran sometidos los indígenas. Le pidieron que se retractara, mas no lo hizo. Al domingo siguiente ripostó con mayor fuerza.
A propósito de celebrarse el pasado 12 de octubre el mal llamado Día de la Raza, y de cumplirse 523 años del ¿descubrimiento? del Nuevo Mundo, es de justicia recordar que la isla Hispaniola, que hoy comparten dos países con distintos destinos, sufrió los horrores de mano de los europeos venidos a apoderarse de lo que no les pertenecía.
Cuando se cumplieron 500 años del célebre sermón de adviento, en un artículo publicado en el diario El País, de España, en fecha 20/12/2011 bajo firma de Juan José Tamayo director de la cátedra Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III de Madrid, se lee que Montesinos denunció ante el rey de España que los encomenderos acá hacían la guerra “a gente pacífica y mansa, entrar en sus casas y tomar a sus mujeres, hijas, hijos y haciendas, cortarles por medio, hacer apuestas sobre quién les cortaba la cabeza de un tajo, quemarlos vivos, imponerles trabajos forzados en las minas, etcétera”.
A través de más de cinco centurias, a las distintas generaciones les han retorcido la realidad respecto a cómo sucedieron los acontecimientos que, en definitiva, erradicaron del mundo de los vivos a los dueños legítimos de estas tierras, y en las que es justo mencionar a Cuba, Puerto Rico, Jamaica, Antigua, Barbados, entre otros territorios cuyos pobladores fueron sometidos al látigo implacable de quienes vinieron a usurpar y a arrebatar todo lo que encontraban a su paso.
En los niveles de instrucción inicial, básica y media, siempre escuché la perorata a nivel de profesores -y textos acomodaticios- en el sentido de que los primigenios habitantes de estas tierras no tenían la capacidad suficiente y necesaria para crear y organizar una sociedad que se enrumbara por procesos graduales y con avances paulatinos de desarrollo.
¿Qué tipo de vínculos tenían por ejemplo nuestros aborígenes que vivían en la parte Sur de la isla con los residentes en la parte Norte?, y los de la parte oriental? ¿Cuáles eran los niveles de contacto entre los pobladores de los distintos cacicazgos? En una isla con más de 76 mil kilómetros cuadrados –caso de La Española- hay espacio para que interactúe una población que se afirma pasaba de los 100 mil habitantes.
Recién cumplidos 523 años del descubrimiento de esta isla, cabe preguntar qué ocurrió con sus auténticos pobladores, cuál era la cifra aproximada de estos, y porqué tuvieron que correr la suerte de desaparecerlos o erradicarlos de lo que por ley natural les pertenecía.
Cual contradicción del destino, menos de 50 años después del descubrimiento de la isla (en octubre de 1492) ya se había creado la Universidad Santo Tomás de Aquino, el 28 de octubre de 1538. Para entonces, muy pocos nativos sobrevivían a las duras condiciones a que eran sometidos en las minas y plantaciones.
La historiografía tradicional refiere a cuentagotas lo relacionado a la vida en familia de los aborígenes que poblaron estas tierras, y por demás de los niños procreados por parejas de indígenas, el comportamiento en comunidad, los vínculos madre-hijo, padre-hijo, etc.
Y no son muy prolíficos los relatos acerca de cómo los legítimos dueños de estas tierras recorrían grandes distancias, si tenían o no algún modo para transportarse.
Solo queda entre nosotros el recuerdo de personajes indígenas que según la historiografía tuvieron alguna que otra trascendencia durante el tiempo de la conquista de la isla, del modo a como nos la enseñaron.
Los dominicanos nos hemos acostumbrado a asimilar nombres como Caonabo, Cayacoa, Anacaona, Enriquillo, Guarocuya, Guacanagarix, Bohechío, Higüey, Hatuey, Maguana, Boyá, Cotuí entre otros, puestos a calles, avenidas y a pueblos del interior en algunos casos.
Conocido todo esto, creo no es justo llamar Madre Patria a una España que se cebó de las riquezas arrancadas de mala forma de los territorios conquistados. Y lo mismo va para Inglaterra y Francia, que fueron las potencias que entonces llevaron la vanguardia en conquista de nuevas tierras.
He aquí íntegro, y en su español original, el sermón de Montesinos, pronunciado el cuarto domingo de adviento del año 1511, y que echó los cimientos de los reclamos de justicia en el Nuevo Mundo:
"Voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Estos no entendéis, estos no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo".