El ser humano, como especie pensante, no sólo está llamado a mimar y a cultivar su propio entorno, también a protegerlo, de manera que cuanto más mejoremos nuestro propio jardín, de igual modo nuestra ecología humana se optimizará.
Es evidente, que a mayor aceptación y servicio a nuestro medio natural, para que las diversas especies puedan subsistir, acrecentaremos nuestra existencia. Por desgracia, de un tiempo a esta parte, todo parece estar en crisis. Estamos perdiendo actitudes tan básicas como quererse a uno mismo, como dejarse asombrar o saber escucharnos, hasta el punto que la persona humana ha dejado de valorarse, y el peligro es gravísimo porque el problema es más hondo de lo que pensamos, a mi juicio es una cuestión antropológica y moral. No se puede caminar contra nuestra específica naturaleza, que es tanto mi yo, como lo que me rodea. Por mucho que hablemos de dignidades, lo cierto es que la persona humana ya no se siente como un valor esencial. Hoy se llora más por la pérdida de un móvil que por ver a un pobre sin techo. Este endiosamiento del ser humano nos ha vuelto como verdaderos demonios, hacia todo aquello que no nos interesa, destruyéndolo o dejándolo que se muera por sí mismo, ante nuestra indiferencia y en la más absurda soledad.
Naturalmente, necesitamos otro talante, o quizás otros talentos, o lo que es más de lo mismo, la implicación universal de todos para hacer más habitable humanamente el planeta. Sabemos que no es fácil cambiar modos y maneras de vivir. Pero hemos de tomar conciencia de que es preciso que esta transformación se produzca, y las diversas instituciones internacionales han de contribuir a que se aminore la pérdida de biodiversidad, ante el galopante deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social que soporta todo el orbe. En este sentido, pensamos que gracias a la decisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas de establecer el Día Mundial de las Ciudades (31 de octubre), ahora tenemos una onomástica, cuando menos una vez al año, para recordar y celebrar una de las creaciones más formidables, y a la vez complejas de la humanidad. Esta conmemoración es uno de los legados de la Expo 2010 de Shanghai, cita en que la comunidad internacional estudió conceptos y mejores prácticas urbanas, lo que pone de relieve que el futuro de la humanidad es, en gran medida, un futuro de urbe o gran metrópoli. Por otra parte, el año próximo la comunidad internacional ha de reunirse para celebrar la tercera conferencia de las Naciones Unidas sobre la Vivienda y el Desarrollo Urbano Sostenible, que nos hará bien, sobre todo para reflexionar sobre nuestro destino, al que hemos de hacer más habitable con una nueva agenda urbana transformadora.
Lo mismo sucede con la vida en los pueblos, el ambiente humano y el ambiente natural se degeneran adyacentes. Al abusar o hacer mal uso de los recursos naturales que se obtienen del medio rural, lo que hacemos es ponerlo en peligro hasta agotarlos. En casi todas las poblaciones, el aire y el agua están contaminándose, los bosques están desapareciendo, debido a los incendios y a la explotación descomunal y los animales van desapareciendo por el exceso de la caza y de la pesca. Sin duda, deberíamos escuchar más a las gentes del campo, tanto por su saber innato como por sus tradiciones, constituyen una fuente de inspiración para todo aquel que trabaje en favor de la transformación sostenible del medio rural. En cualquier caso, considero que sin un medio ambiente sano no es posible un desarrollo viable. Todo va unido de manera universal en un mundo que es de todos y de nadie, y por esto, hemos de salvaguardarlo para las generaciones venideras. Por tanto, ciudades y pueblos, en cuanto que todos dependemos de nuestro hábitat, que nos provee de recursos, asimila residuos y desechos y proporciona servicios ambientales (agua, clima, aire depurado, alimentos…);han de buscar su propia manera de avanzar hacia la sostenibilidad, puesto que cada situación requiere un planteamiento específico, en el que deberá evaluarse el camino recorrido y lo que resta por recorrer. Como quiera que, además, el sistema económico actual se fundamenta en la apropiación y explotación del capital natural, ha de hablarse no solo de sostenibilidad ambiental, sino también económica.
Irremediablemente, el mundo rico ha contraído una gran deuda ecológica, de la que por cierto apenas se habla y mucho menos se abona, con su excesivo derroche de consumo y contaminantes, en detrimento de las zonas más pobres, que apenas han generado residuo alguno. Si en verdad nos considerásemos una auténtica comunidad pensante fraternizada, tendríamos otras reacciones frente a esa pasividad globalizada. Por ello, creo que se vuelve indispensable pensar más en los demás que en nosotros, algo para lo que no hemos sido aún instruidos, por lo que debemos de activar otros sistemas normativos más protectores de la ética, en cuanto al medio ambiente, y que no lo arrase todo la maldita economía, que al final acaba por triturarnos como linaje. Esta es la gravedad del asunto. No podemos seguir albergando ciudades que son muros de soledad, en plena ebullición irrespirable, o pueblos que son paraísos despojados, en continuo afán destructor. El sometimiento de la corrupta y servil política ante las poderosas finanzas es tan real en los tiempos presentes, que muestra el fracaso de todas las convenciones y cumbres mundiales sobre el medio ambiente, o sobre algo tan primario como la necesidad de contar con espacios públicos, bien diseñados, capaces de mejorar la cohesión entre ciudadanos. Es hora, luego, de crear lugares bien planificados, tanto rurales como urbanos, y lograr que sean motores de prosperidad, innovación e inclusividad.
Nos cueste más, nos cueste menos, debemos reencontrarnos unidos al planeta, con una mirada más poética que monetaria, con un pensamiento más níveo y menos corrupto, con una política menos partidista y más mundializada, con un programa educativo más de donación que productivo, con un estilo de vida más respetuoso y con una moral, sin límites, sobre todo lo demás.
No olvidemos que una civilización avanza en la medida que se respeta más, y respeta a su medio ambiente. Tenemos que recuperar nuestra exclusiva humanidad, más allá de los avances de la ciencia y la técnica que tampoco nos van a hacer felices por si mismos, puesto que la placidez llega de la profundidad de la vida. No nos resignemos a lo que la vida nos haya dado, y mucho menos renunciemos a interrogarnos sobre el diario de nuestra existencia humana. No somos un número más en este mundo, somos un corazón vivo imprescindible y singular al que hay que valorar en sus distintivas capacidades de voluntad, conocimiento, autonomía y sensatez.
A todos nos incumbe, en consecuencia, la responsabilidad de cuidar de la naturaleza antes que esta se rebele contra el ser humano. Las predicciones catastróficas son una realidad, aunque nos inventemos una mirada insensible. La alteración del medio ambiente a causa de nuestra especifica altanería es un hecho, que impide esa alianza innata entre el hábitat y nosotros. De ahí, la importancia de sentir el deseo de cambiar de actitudes, y de hacerlo en conjunto con el amor que todos nos precisamos para sentirnos fuertes. Con la esperanza de este cambio, todo será más llevadero; y, por ende, más gozoso. Recordemos que somos el instante preciso para un momento precioso. No avivemos el caos, pues; sino la vida, con mejor hábitat para todos.
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25 de octubre de 2015