Por Franklin Gutierrez <[email protected]>
El tiempo que demanda la escritura de una novela casi nunca lo determina los días, meses o años empleados por el escritor para poner en el papel la historia que cuenta, sino los años que dura acumulando vivencias en su memoria para armarla. Contados son los narradores nóveles que han logrado textos acabados en una primera producción, a menos que tras ello no haya un agente literario astuto, un editor hábil que vea en dicho autor un gran potencial comercial, o un buen corrector de estilo.
Esa premisa aplica perfectamente a Manuel BrugalKunhardt, quien almacenó en su me-moria vivencias y experiencias propias y ajenas durante medio siglo para entregárselas al lector en un solo empaque, titulado: Los que vieron las casas victorianas, una novela cuyos protagonistas (Ignacio Montilla Alonso y Rosa, su esposa) transitan en espacios y circunstan-cias adversas alos intereses sociales y personales de sus apetencias.
A Ignacio Montilla, médico egresado de la Universidad de Santo Domingo en la década de los 40, y establecido en Puerto Plata, su pueblo natal, le toca el infortunio de pagar con su vida su oposición a los gobiernos del dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina y del títere Joaquín Balaguer, continuador de la política de manos dura y corazón envenenado del prime-ro. Los encarcelamientos en las peores prisionesdominicanas, las desconsideraciones públicas, las presiones psicológicas de que es objetoy su reclusión durante dos años en el manicomio de Nigua (traslado al poblado Pedro Brand en agosto de 1959), lo desequilibran emocionalmente hasta convertirlo en un alcohólico y en una víctima del sistema.
Ignacio logra sobrevivir el drama inhumano y cruel orquestado por el gobierno trujillista en su contra, a través del Servicio de Inteligencia Miliar (SIM) y de los soplones del dictador. Sin embargo, su resistencia a la corrupción fomentada por el gobierno de Joaquín Balaguer, durante el periodo llamado De los doce años, marcan su final azarosoal oponerse a que el patrimonio cultural de su pueblo (las casas victorianas del centro de la ciudad) sean derrum-badas para levantar en sus terrenos construcciones modernas que engrosarán los bolsillos de comerciantes desalmados a quienes la cultura criolla le importa un tomate podrido.
Rosa, por su parte, sufre con amargura y estoicismo la desgracia de esposo, así como el alcoholismo de éste que no pocas veces pone en peligro su estabilidad matrimonial y fami-liar.A ella le toca, por un lado, alentar a Ignacio cada vez una adversidad se cruza en su ca-mino y, por el otro, hacerlo reflexionar acerca de una postura social y política que, desde su perspectiva de esposa y madre, siempre caerá en el vacío.
En Los que vieron las casas victorianas hay un manejo consciente y bastante equilibrado de los recursos del lenguaje. En los 27 capítulos que conforman la obra aflora un creador con una cultura que trasciende el tema central de la misma: la dictadura trujillista. Es una historia bien guiada, nutrida por intrahistorias pueblerinas (Puerto Plata, Santo Domingo, etc.) mane-jadas con notable destreza, lo cual es destacable en un novelista que somete una primerapro-ducción al filo punzante de los lectores.
Como novela de corte histórico, excluyendo el hiperbólico pasaje de la página 98 donde Trujillo convoca a su despacho al encargado de la Hermandad de Veteranos en Puerto Plata, Antonio J Del Atta, para ordenarle personalmente la muerte de Jacinto Rodríguez , el autor logra imprimirle una buena dosis de verosimilitud a sus personajes, muchos de los cuales fueron protagonistas reales del periodo histórico que comprende la novela, entre ellos: Fer-nando Spignolio yel terrateniente vegano Juancito Rodríguez. Otros, como el personero bala-gueristaHermógenes Cruzado Hidalgo, aparecen camuflados.
Hay, incluso,pasajes donde la poesía y la prosa se mancomunan, saliendo la poesía visi-blemente airosa. Como, por ejemplo, cuando Antonio J. Del Atta llega entusiasmado a Puerto Plata, “con su maleta vacía de escrúpulos”. Asimismo, en medio de sus sufrimientos, de sus desgracias y de sus infortunios, Ignacio tiene el privilegio de encontrarse ‘con una mujer ar-diente que dialogaba con su cuerpo en la cama con la misma armonía que lo hacía con la pa-labra”. También, “por los ojos de ambos (Ignacio y Rosa) comenzó a fluir una gran tristeza”. Hay también alusiones y fragmentos de poemas del popular poeta peruano, César Vallejo.
Esa habilidad del novelista para poetizar situaciones específicas de la vida de Ignacio Montilla es particularmente suya, pues cuando Ignacio intenta incursionar en dicho terreno mediante unos versos revolucionarios que pretenden desvelar el comportamiento psicótico del oficialismo estatal en diferentes estadios de la historia dominicana, termina escribiendo un panfleto sin ningún valor literario, que titula: “El oficialismo”. Ese uso consciente de los recursos de la escritura es otro punto a favor del autor, por cuanto nos enseña su pericia para deslindar las acciones y los discursos de sus personajes y los del autor.
Exceptuando unos pocos deslicesde orden gramatical,como: “Irse de la mesa sin haber pagado” (pág. 11), en vez de “Irse del Club sin haber pagado, porque una mesa no es un es-pacio físico del que uno puede marcharse, sino un objeto alrededor del cual uno se sienta; “¿por qué te fuiste sin pagar de la mesa” (pág. 12), donde además de lo señalado anteriormen-te, hay un problema sintaxis; “se levantó de la mesa” (pág. 185), en vez de levantarse de la silla. Hay, además, varias omisiones de la preposición “de” (págs. 26, 75, 100, 108, 188) en lugares donde su uso es obligatorio, o empleo innecesario de ella (Pág. 22), más un desfase temporal (págs. 45 y 46) relacionado con el transporte de las armas, el resto del texto está muy bien concebido.
Lo desfavorable para Lo que vieron las casas victorianas, es la temática. La apatía de un porcentaje considerable de escritores dominicanos de distanciarse de la dictadura trujillista como materia prima para sus creaciones impide un pronóstico medianamente válido acerca de hasta cuándo el fantasma de Trujillo seguirá torturando la literatura dominicana. Lo que ini-cialmente fue una práctica sustentada en la lisonja directa o indirecta al tirano: Los enemigos de la tierra (1936), Ramón Marrero Aristy y Jengibre (1940), Pedro Andrés Pérez Cabral,a cambio de prebendas monetarias, puestos políticos o protección física, o por simple adulonería luego se tornó en una obsesión que ha marcado sustancialmente el destino de la narrativa dominicana del último medio siglo.
Después de ajusticiado Trujillo la cantidad de novelas sobre su dictadura es despropor-cionada con respecto al volumen de obras de dicho género publicadas en la República Domi-nicana entre 1961 y 2015. Los escritores dominicanos han hecho del trujillato una modalidad que parece no agotarse nunca pero que, en esencia, mutila cada vez más la posibilidad de la internacionalización de la narrativa criolla al dotarla de un discurso narrativo dirigido al con-sumo local. Solo basta mencionar algunos títulos y a sus autores para verificar tal aseveración: La fiesta del Rey Acab(1972),Enrique Lafourcade;El masacre se pasa a pie (1973), Freddy Prestol Castillo;El reino de Mandinga (1987), Ricardo Rivera Aybar; Rito de cabaret (1991), Marcio Veloz Maggiolo;Musiquito (1993), Enriquillo Sánchez;Bienvenida y la noche (1994), Manuel Rueda;El en tiempo de las mariposas (1995) Julia Alvarez; Retrato de Dinosaurios de la Era de Trujillo (1997), Diógenes Valdez;Juro que sabré vengarme (1998), Miguel Holguín Veras; El Personero (1999), Efraím Castillo;Uña y carne, memorias de la virilidad (1999), Marcio Veloz Maggiolo; Mudanza de los sentidos (2001), Ángela Hernández;La fiesta del chivo (2001), Mario Vargas Llosa), El cumpleaños de Porfirio Chávez (2005), René del Risco Bermúdez;La breve y maravillosa vida de Oscar Wao (2007), Junot Díaz .
Y no solamente las hay orientadas a cuestionar, censurar o desvelar las crueldades de la tiranía, como sucede con la mayoría de ellas, sino también a sustentar que la desaparición del dictador tronchó el bienestar de los dominicanos. La noche en que Trujillo volvió (Aliro Pau-lino hijo yRelato de un magnicidio (Emilio de la Cruz Hermosilla), son solo dos ejemplos.
Los autores dominicanos de relatos cortos (cuentos) de las tres últimas décadas han sido infectados por el mismo virus trujillista que los novelistas, sumando a la bibliografía narra-tológica dominicana un número sustancioso de textos con dicha temática. La compilación El fantasma de Trujillo, hecha por Miguel Collado, es una muestra irrefutable de dicha práctica. En ella concurren relatos de: Juan Bosch, Hilma Contreras, Marcio Veloz Maggiolo, Armando Almánzar Rodríguez, René del Risco Bermúdez, Rubén Echavarría, Efraim Castillo, Vi-riatoSención, Diógenes Valdez, Miguel Alfonseca, José Alcántara Almánzar, Lipe Collado, Roberto Marcallé Abreu, Arturo Rodríguez Fernández, José Enrique García, Pedro Peix, An-gela Hernández Núñez y Rafael García Romero. Es decir, las voces más relevantes de la na-rrativa dominicana moderna ha incluido a Trujillo en sus creaciones. Abundan, además, las obras testimoniales escritas o narradas por personas que de uno u otro modo, fueron o dicen haber sido maltratados por el tirano que las motiva.Consecuentemente, lo que actualmente pueda relatar cualquier novelista o cuentista sobre Trujillo y su dictadura ya ha sido expuesto y estudiado por los historiadores contemporáneos y por ellos mismos, de múltiples formas.
Tanto los dos grandes complots para derrocarlo: Cayo Confites, en 1949, y Constanza Maimón y Estero Hondo, en 1959, como el usodel manicomio de Nigua como centro de tor-tura trujillista, dos temas seminales de Lo que vieron las casas victorianas, son hartamente conocidos por cualquier dominicano o extranjero medianamente cercano a la historia domini-cana. Realmente Ignacio Montilla (personaje central de Lo que vieron las casas coloniales) no sufre mínimamente las torturas que en carne propia, fuera del marco de la ficción, vivieron el periodista Julio González Herrera, autor de Trementina, Clerén y bongo; el cantante clásico Eduardo Brito, asesinado en Nigua en 1946, o muchos de los internos del manicomio nigüen-semencionados por Antonio Zaglul en Mis 500 locos.
De ahí que ante un enfoque temático más hermanado con la ficción que con la historio-grafía dominicana contemporánea, Manuel BrugalKunhardtentrega una novela que, fuera de los logros antes señalados como texto narrativo, viene a engrosar la bibliografía nacional fic-cional relativa al tópico trujillista.