El término patriota, considerando hasta lo sublime de ese calificativo, solo debería aplicarse a un reducido grupo de los dominicanos que tomaron parte en las hostilidades que se sucedieron antes y a partir del 27 de febrero de 1844, con el grito de Independencia, y dos décadas después con el grito de Capotillo, más allá del 16 de agosto de 1863.
En esas luchas hubo quienes ofertaron lo mejor de sí en procura de tener un país soberano e independiente de todo poder foráneo. Pero, dentro de ellos mismos se dieron casos que renegaron a esos principios y, ante la excusa del peligro de invasión haitiana, gestionaron la entrega del país a la potencia extranjera que así lo decidiera. ¡Terrible debilidad!
José Báez Guerrero, periodista y escritor, en su libro “Buenaventura Báez”, defiende esa práctica, lo que sustenta como que era fruto de la debilidad de liderazgo existente entonces en el país.
Báez Guerrero aporta a la discusión histórica una obra que debe ser analizada con toda propiedad, tomando en cuenta la seriedad de sus planteamientos y la defensa que hace de estos, incluso de las consecuencias que se sucedieron en el fatídico período de gobierno de los Seis Años de Báez, de 1868 a 1874, que según historiadores constituyó una orgía de sangre, por las tantas ejecuciones contra opositores que tuvieron lugar en todo el país.
El libro, una investigación de 792 páginas que según su autor le llevó más de 20 años, consta de una amplísima bibliografía que abarca 22 páginas, impreso en noviembre de 2014 en Editora Búho, Premio Nacional Feria del Libro 2015, bien merece ser objeto de discusión al más alto nivel.
En la página 553 de su libro, Báez Guerrero resalta que “muchos forjadores de la dominicanidad, lejos de albergar sentimientos parricidas con respecto de su incipiente nación, procuraban su preservación ante la amenaza haitiana, con auxilio de los estados poderosos que siempre lucieron dispuestos, obsequiosos y provocativos de cuanto entendimiento pudieran acomodar para hacer coincidir sus intereses con los dominicanos”.
En otra parte refiere que: “Los tumbos dados por la República Dominicana desde su nacimiento, con tantas combinaciones realizadas para procurar protección, anexión, alianzas o cesión territorial a alguna potencia, a cambio de garantizar la paz interna y defensa a los haitianos, no obedecían solo a algún afán anti-patriótico de Bobadilla, Santana, Jimenes, Báez, Cabral, González, Guillermo u otros políticos de la primera república y principios de la segunda”.
Y agrega que Francia, España, Reino Unido, Estados Unidos y hasta Alemania pretendieron en algún momento encajar a Santo Domingo dentro de su esquema imperial.
Buenaventura Báez, pese a que fue un hombre de finos modales, instruido en centros de estudios europeos, rico de familia, bien curtido en las lides políticas, del que Joaquín Balaguer llegó a afirmar que “es tal vez el hombre de mayor olfato político que el país ha conocido”, tuvo una terrible debilidad: en distintas ocasiones se mostró favorable a la entrega de la soberanía nacional a un poder extranjero. Siendo gobernante, hizo gestiones en procura de dar ese paso.
Báez Guerrero reconoce que su pariente –su tío tatarabuelo- tuvo esas debilidades. Y al referirse a la idiosincrasia del baecismo frente a la anexión a España y en todo el proceso de la Restauración, el autor dedica buen material a contrarrestar lo que entiende que “la deformación de su figura es el resultado de versiones maliciosas de sus enemigos políticos”.
En 1867 José María Cabral, entonces presidente de la República y uno de los adalides de la Guerra Restauradora (que llevaba dos años de finalizada), solicitó la entrega de la bahía de Samaná al poder imperial norteamericano, alegando que existía el peligro de invasión por parte de Haití.
Báez Guerrero, al citar este dato en su libro, refiere el enorme interés que puso el poder político, empresarial, financiero, comercial, y la gran prensa de Estados Unidos respecto al proyecto de anexar a ese país no solo a Samaná, sino todo el territorio nacional. Y eso se puso de manifiesto con mayor pasión en el llamado período de los Seis Años de Báez.
Ya anteriormente Pedro Santana siendo presidente promovió y logró la anexión del país a España, en 1861, lo que devino en una guerra que llevó destrucción de propiedades y miles de muertos entre los bandos enfrentados.
El escritor refiere que en este país la historia ha sido enseñada mediante retorcimientos de la verdad. Y sobre el particular considera: “La importancia de una revisión de las ‘verdades’ que nos han enseñado desde pequeños es trascendental, pues la colectividad dominicana ha formado unos arquetipos políticos basados en realidades brumosas, datos incompletos y versiones originadas por interesados, que desdibujan los hechos para acomodarlos a su conveniencia personal, política o económica”.
Desde mediados del siglo XIX, encumbrados escritores e historiadores, como los casos de José Gabriel García, Gregorio Luperón y Manuel Rodríguez Objío, tuvieron como punta de lanza despiadados ataques contra Báez, quien por cinco distintas ocasiones ocupó la Presidencia de la República.
A esos escritores e historiadores se suman los nombres de Pedro Francisco Bonó, Ulises Francisco Espaillat, Sumner Wells y el arzobispo Meriño, y en épocas posteriores los historiadores Roberto Cassá, Rafael Chaljub Mejía, entre otros.
La obra de Báez Guerrero nos muestra lo entretelones que se sucedieron en EEUU y República Dominicana ante la idea externada de anexión, cuando precisamente había pasado poco tiempo de que el país se librara del dominio español (1861-1865).
Hoy día, el nombre de Buenaventura Báez es solo referencia de los textos históricos y de discusiones coyunturales. El ostracismo en que cayó su figura histórica ha dado lugar a que ni una sola calle ni comunidad en el territorio nacional lleven su nombre.