La consulta ciudadana para escoger a los funcionarios congresuales y municipales electivos (senadores, diputados y, por excepción, alcaldes y regidores) está pautada por la Constitución para el 15 de mayo de 2016 (es decir, aún se encuentra a seis meses de distancia), pero parecería que fuese a producirse mañana: la profusión de medios publicitarios al efecto (vallas, afiches, letreros, cuñas radiales, anuncios por la red, perifoneos interactivos, etcétera) es abrumadora e intimidante.
(La cuestión es sociológicamente importante, sobre todo, para calibrar la influencia que la actividad partidista ejerce sobre la vida nacional y -más específicamente- sobre el carácter, temperamento, el pensamiento y la conciencia del dominicano, y aunque semejante circo ya se asimila como parte de nuestra “idiosincrasia” política, no es ocioso recordar que eso no ocurre en la generalidad de los países del orbe: es una consulta para cierta selección que no se repetirá sino en dos, cuatro, cinco o seis años, y por consiguiente no debe impregnar abrumadoramente la vida diaria de la gente. Es cierto que sin laborantismo partidario no hay democracia, pero ésta no puede ser sólo activismo de partidos).
En el Gran Santo Domingo, en particular, los ciudadanos estamos virtualmente emboscados por los aspirantes, con la gravosa particularidad de que como buena parte de los habitantes de esta inmensa zona -por razones de trabajo, estudio o mera “jodedera” existencial- nos trasegamos constantemente entre sus municipios y, debido a la singularidad de sus fronteras, resultamos asediados por el insufrible fenómeno “democrático” (así, entre comillas, porque deviene feria, no ejercicio de derechos ciudadanos) de marras.
Si usted es peatón, los afiches y los letreros de las paredes y los postes de luz le enturbian el pensamiento en cada paso; si usted es conductor, las vallas lo sorprenden cada cien o doscientos metros en puentes, elevados, avenidas, calles y callejones; si usted es radioyente o televidente, de repente el “spot” o la voz omnipotente y omnisciente de un aspirante aparece de contrabando en el programa de su preferencia y le amarga el momento; y si usted es “habitué” de las páginas sociales de la red o de los medios digitales, tiene que “navegar” como si estuviera en un mar repleto de arrecifes para evitar ser contaminado por la propaganda electoral y disfrutar un poco de sosiego “apartidista”.
Que conste, empero: no tengo nada contra los honorables ciudadanos que aspiran a puestos electivos (inclusive confieso que algunos hasta que me parecen simpáticos en sus satinadas pieles de photoshop y con sus sonrisas cinematográficas), pero el abigarramiento de rostros, colores y nombres de partidos a veces me produce una sensación de vértigo (¿serán todos verdaderos o una parte son hijos de las modernas alucinaciones goebbelianas que crea la política de clientela?), y más de uno me da la impresión de que me quieren coger de pendejo… Claro, esto último es mejor que la alferecía que me producen otros.
Hay de todo, naturalmente, en esta pintoresca “viña del Señor”: gente seria y honesta (no abunda, pero existe); “empresarios” (o sea: riferos, “gaseros”, faranduleros, transportistas o lavadores); “líderes” comunitarios que parecen salidos del frente de una orquesta merenguera de los años ochenta; representantes de las “nuevas generaciones” que aspiran a todo y en todo; heroicos y experimentados políticos del “dame lo mío”; dirigentes religiosos con caras de colmaderos; bellas amantes ya “maduritas” de funcionarios y “personalidades” públicas o privadas; “jevitas” de “apaga y vámonos” con rostros de ángeles y cuerpos que cortan la respiración a cualquier mortal; primogénitos de “comandantes”, funcionarios y altos cargos gubernamentales de todos los pelajes; analfabetos reales, virtuales y funcionales; pobres tuertos, bizcos, contrahechos o discapacitados; y, ¡vaya por Dios!, hasta “compañeros”, “compatriotas”, “camaradas” y “compañetriotas” a los que les faltan “peloteros”… (Total: un puesto público remunerado no es una pasarela de virtuosos ni un módulo de modelaje para “chicos Colgate”).
Por supuesto, más allá de las invocaciones patrióticas y las ofertas de trabajo a favor de la comunidad (cuentazos que todos conocemos desde antaño, pero que seguimos creyendo como pazguatos y con indolencia ovejuna) hay un “derecho supremo e inalienable” que jamás me atrevería a desconocer: el de los humildes a querer ser como los potentados de la política nacional que tienen lustros y decenios “sacrificándose” por el país (o sea: guisando del Presupuesto Nacional)… Es un derecho, insisto, más allá del avispamiento y de los trapecismos verbales.
(Lo dicho precedentemente no significa que impugno a los potentados de la política nacional que operan desde el Congreso o los municipios -¡Dios me libre de la tentación, que ciertamente me hostiga!-, pues hay algunos que pueden exhibir una aceptable hoja de servicios. No. Lo que afirmo es que los demás tienen derecho a aspirar, y que la democracia -si es verdad que tenemos una- no debería ser patrimonio exclusivo de aquellos… Con la política en sus manos, el “demos” se va al carajo: sólo nos queda el “kratos”).
Es más: me parece enteramente entendible la aspiración congresual o municipal de un dirigente menor cuando ve que la familia del presidente de su partido tiene dos décadas pegada a la teta de la “vaca” estatal, primero a través de aquel, después por conducto del hijo y, ¿qué más da?, lueguito a través de la señora de la casa… (El hermano, el sobrino, el primo, el compadre, el chofer y la muchacha del servicio doméstico tienen su “boroneo” aparte… ¡Y callejón con eso, pues “nosotros lo que somos es políticos, no abogados ni sastres ni físicos nucleares”!).
No estoy haciendo bombines para la ocasión, aunque pudiera parecerlo… En el país hay familias “políticas” que se han hecho duchas en eso de siempre estar “arriba” (en el gobierno central, en el Congreso, en las municipalidades, en las novedosas diputaciones del exterior y, ¡aunque usted no lo crea!, hasta en los cuerpos de bomberos y las Fuerzas Armadas), y el aserto se puede comprobar de modo sencillo: busque usted una lista de los senadores, los diputados, los alcaldes, los regidores, los coroneles y los generales, y verá cómo algunos apellidos se replican sin cesar… ¡Son familias bendecidas por Dios y María Santísima, sin dudas!
Aunque el cinismo supremo reside en que algunas de esas familias se identifican como “de prósperos empresarios” (cuando en realidad deberían ser sinceros y decir que son una familia “de prósperos políticos”, o de bomberos o militares con igual “suerte”), tampoco tengo nada en especial contra ellas. Simplemente me “come” el pálpito (y no me gusta para nada) de que la rueda del tiempo seguirá girando y la historia se repetirá: dentro de la muchedumbre de aspirantes que ha tomado nuestras calles, avenidas, plazas, paredes, postes y (¡aleluya!) hasta los baños públicos, ciertos apellidos conocidos compiten con los anónimos, y ya sabemos de antemano en qué terminará todo: en lo mismo de siempre, con excepciones que sólo confirmarán la regla.
(He de reiterarlo: mis mayores decepciones secretas de los últimos tiempos -porque en 2010 aposté por ellos con insana pasión de ciudadano imberbe- son un aguerrido dirigente del sector transporte que fue electo diputado, y una antigua maestra de colegio y ex dirigente izquierdista clandestina -de pensamiento lúcido y verbo en ristre- que es regidora… Hice votos por ellos con mucho entusiasmo, pero el uno se ha limitado a defender desde su curul básicamente los intereses empresariales que representa, y la otra se ha destacado más como recia púgil ultranacionalista que como defensora de la ciudad y los munícipes capitaleños… No digo que sean malos o buenos -pues no estamos en el viejo Oeste de USA, entre ceñudos bandidos nativos y vaqueros de pistola y escupitajo-: sólo hablo de mi personal e íntima decepción al respecto).
Así, pues, que en esta oportunidad mi norte no es tan claro: mientras decido si voto o no por alguno de esos aspirantes (como se sabe, en cuanto a la boleta presidencial y la senaduría del Distrito Nacional mis simpatías están definidas), le estoy rogando a San Judas Tadeo (el patrono de las causas imposibles) para que nos libre aunque sólo sea de algunos de ellos: esos cuyos rostros son tan conocidos que, como ya he dicho, dan la impresión de que nos quieren coger de pendejos.
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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