La humanidad no puede sentirse aterrada, al menos que todos nos volvamos encubridores de víboras, cómplices del desprecio a la vida humana, o si quieren coautores del naciente odio. Quien suscribe, en sucesivos artículos, viene advirtiendo de este contagioso veneno, que no es otro que la guerra psicológica de la especie contra sí misma. Hace tiempo que estos sembradores del terror pretenden enfrentarnos, provocar dolor, incertidumbre, división, y hasta modificar nuestro comportamiento de sensatez, por el de la locura, que lo destruye todo. Precisamente, en un texto de hace días, yo mismo comentaba sobre la gran cosecha de farsantes revestidos de pregoneros, con promesas falsas que engañan a la gente, incitando al rencor, a la rivalidad y a la rebelión. Son organizadores de levantamientos que parecen allanarnos el camino y lo que nos causan es un daño irreparable, en nuestro propio avance humano, hacia el bien colectivo y la familiaridad como horizonte. ¡No se puede matar en nombre de ningún Dios!. No estamos aquí para frenar libertades, y menos aún con violencia, porque cada cual es dueño de sí, de su conciencia y de su camino. En consecuencia, ningún líder religioso puede ser condescendiente con este tipo de guerras psicológicas, que en lugar de proponer, imponen su relativa verdad, que es la mayor de las malditas mentiras.
Nunca como hasta ahora los moradores de este planeta se han sentido tan atemorizados globalmente. Hay una ansia de destrucción psicológica que verdaderamente nos deja sin palabras. La violencia terrorista es tan contraria a cualquier vida humana, que su fanatismo voraz nos impide hasta respirar con sosiego. Lo acaecido recientemente en Francia es más de lo mismo de siempre, matar por matar, no dejar piedra sobre piedra, desolar vidas e infundir miedo. Ante esta salvaje realidad, el ser humano, tiene que reafirmarse con lo armónico, reconducirse con su conciencia, valerse y valorarse ética y moralmente, para que la libertad no sea un sueño y la paz deje de ser un anhelo. No cabe, pues, el desasosiego, sino el entusiasmo de caminar hacia delante; y, en este sentido, los países han de combatir y prevenir este tipo de barbaries, aglutinando fuerzas con todos los sectores de la sociedad, incluidos los parlamentarios, líderes religiosos, jóvenes y menos jóvenes, y víctimas. A propósito, es un signo de esperanza, la labor que viene realizando el Comité contra el Terrorismo y su Dirección Ejecutiva, de Naciones Unidas, en la medida que facilita la conexión de los países a los distintos programas disponibles de asistencia técnica, financiera, normativa y legislativa, así como a donantes potenciales, con informes de los Estados miembros, y sus prácticas recomendadas, además de sus reuniones especiales para establecer alianzas más eficaces entre todos.
El resentimiento y la injusticia hace tiempo que atormenta psicológicamente al espíritu humano; por lo que los grupos extremistas, que todo lo quieren resolver con la locura más irracional y exterminadora, aprovechan cualquier momento para adoctrinar y adiestrar para la guerra, que puede convertirse en un auténtico suicidio de la propia especie, en los que no habrá vencedores ni vencidos, por lo que hay que repudiar, ya no solo esta lucha, sino también los hilos conductores que generan esta crueldad que instruye a seres pensantes, muchos indefensos, para matar. Por eso, es importante cualquier declaración conjunta, como la emitida por los Jefes de Estado o de Gobierno y los líderes de la Unión Europea y sus Instituciones, ante los nuevos ataques terroristas de París. Se podrá decir más alto, pero más profundo jamás: "Francia es una grande y poderosa nación. Sus valores de libertad, igualdad y fraternidad inspiraron e inspiran a la Unión Europea. Hoy estamos unidos con el pueblo francés y el Gobierno de Francia. Este acto vergonzoso del terrorismo sólo logrará lo opuesto de su propósito, que era dividir, asustar, y sembrar el odio. El bien es más fuerte que el mal. Todo lo que se puede hacer a nivel europeo para hacer de Francia un país seguro, se hará. Haremos lo que sea necesario para derrotar el extremismo, el terrorismo y el horror. Nosotros, los europeos, todos recordamos el 13 de noviembre 2015 como Día Europeo de luto". Tomen buena nota los que programan el terror, los que planifican este desdén por la vida humana, pues cada día somos más los que pensamos, que este tipo de acciones nos destruye a todos, deshonra al género humano, y nos derrota como ciudadanos de bien.
La ciudadanía, por consiguiente, tiene que establecer un final para estos generadores psicológicos de inciviles pugnas, antes de que éstos, establezcan un fin para todo el linaje humano. La cuestión resolutoria no es fácil, puesto que en ambientes intensamente ideologizados, las posturas interesadas e intransigentes, ofuscan hasta la propia conciencia de la persona. Pero tampoco es imposible; no en vano, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dio un paso importante con su resolución 1624 (2005) que procura, entre otras cosas, impedir la subversión de las instituciones educativas, culturales y religiosas, haciendo un llamamiento a los Estados Miembros para que impidan y prohíban por ley la incitación a la comisión de actos de terrorismo, conforme con las obligaciones que les incumben en virtud de la legislación internacional de derechos humanos. Por tanto, se trata de llegar a convencer que destruir al adversario no es la solución, sino que es un nuevo problema añadido. Es cierto que, en los tiempos presentes, la carrera de armamentos lejos de decrecer, se ha perfeccionado y su afán destructor es más potente que nunca. Habría que ir pensando en no engrandecer estos artefactos, y en aminorar su horizonte económico, a la vez de acrecentar los signos de la tolerancia y el respeto entre análogos. Combatirse a sí mismo puede que sea la ofensiva más complicada; sin embargo, vencerse a sí mismo a través de la propia reflexión de cada cual, efectivamente, es la victoria más armónica. Al fin y al cabo, tendemos a un equilibrio natural por propia naturaleza humana, cuando menos para poder convivir y vivir en concordia, que es lo que en el fondo nos pide el alma.
Indudablemente, cuando nos armonizamos a través de la disertación, crecemos mucho más como personas, por pequeños que nos consideren o nos consideremos. Todavía esta lección no la hemos aprendido. El día en que la violencia ceda el paso al diálogo, el disimulo a la autenticidad, el espanto a la tranquilidad, habremos ganado la mejor batalla, la aspiración más universal de todo ciudadano, establecer un orden que esté más al servicio del ser humano y permita a cada uno y a cada grupo, afirmar y cultivar su propia dignidad. Todo esto nos obliga a examinarnos cada cual consigo mismo, con una mentalidad totalmente autónoma, para poder despojarnos de cualquier acción bélica, que siempre va a tender indiscriminadamente a la demolición de pueblos enteros o de sociedades enteras. Hechos que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones, antes que se enquiste en la ciudadanía su naturaleza maligna. En cualquier caso, de ningún modo ha de permitirse a los sembradores del horror activar una evasiva para sus barbaries. El terrorismo, provenga de donde provenga, siempre es inaceptable. No tiene justificación alguna, cualesquiera que sean las injusticias que afirmen manifestar, puesto que ellos mismos presentan a las víctimas como seres infrahumanos que merecen la extinción. Sin duda, tenemos que seguir más unidos que nunca, en la promoción de otro estilo, quizás más dócil, pero siempre firme en la buena gobernanza del Estado de derecho y de los derechos humanos; entre los que están tratar a las víctimas del terrorismo con justicia, dignidad y compasión; y, al terrorista, con todo el peso de la ley.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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15 de noviembre de 2015