Aunque el presidente Danilo Medina continúa apareciendo puntero en los muestreos y encuestas de cara al proceso electoral del año venidero, es evidente que su imagen como gobernante y -subsecuentemente- sus proyecciones como candidato se encuentran amenazadas por eventos (tanto en el interior de su partido como en la liza más amplia de la política nacional) cuyo desenlace luce incierto al momento en que se escriben estas líneas.
De entrada, nadie con dos dedos de frente puede ignorar lo ostensible: dentro del PLD hay febril laborantismo -unas veces abierto, pero las más solapado- en dirección a “encarecer” política y económicamente la reelección presidencial, y si bien la nueva mayoría del todopoderoso Comité Político de la entidad ha dado señales de estar dispuesto a enfrentar enérgicamente a los operarios del mismo, nada autoriza a pensar en que -como en ocasiones anteriores- el asunto se resolverá sin mayores consecuencias: si el oficialismo no paga el costo, su proyecto continuista pudiera terminar sometido a riesgos letales.
(Sólo los fanáticos y los pazguatos se empecinan todavía en ignorar que hasta la reunión de Juan Dolio del Comité Político del PLD, la unidad de éste se prefiguraba monolítica de cara a las elecciones del año que viene, pero que desde esa junta interna -a resultas en principio de la victoria poco donosa del reeleccionismo danilista y de una fallida táctica de contención del leonelismo- se agitan los pequeños demonios del fraccionalismo y -algo impensable entre los peledeístas- ha asomado con claros y precisos contornos el aterrador fantasma -¡alerta, doctor Gutiérrez Félix!- de la “perredeizacion” parcial o total).
La cuestión es, como se sabe, que a los no totalmente apaciguados resabios del leonelismo -derrotado internamente de mala manera, como ya se insinuó, y ahora bajo amenaza de ser escamoteado con trozos de la buena tajada que le tocó en las negociaciones que pusieron tregua a sus enfrentamientos públicos con los danilistas-, en las últimas semanas se ha sumado la postura rebelde de importantes líderes locales que se muestran reacios a aceptar las imposiciones “de dedo” -pero amparadas en encuestas- que en candidaturas vitales siempre ha hecho el más alto órgano de dirección cotidiana del PLD… Ya se sabe: la democracia es buena sólo si me conviene.
(Hay que precisarlo: no es sólo que ya abunda el peledeísta proclamando que si le imponen candidaturas no moverá un pelo a su favor, sino que por primera vez el “síndrome Serrulle” -aquellos mortíferos síntomas y patologías políticas que decretaron en 2010 la derrota en Santiago de la candidatura a Alcalde levantada por el PLD y el PRSC- aparenta tener posibilidad de alcanzar ciertos niveles de generalización: hay aprestos y apuestas de deserción en el Distrito Nacional, en dos de los municipio mayores de la provincia de Santo Domingo -reconocidos baluartes peledeístas- y en varias de las localidades electoralmente más importantes del país).
Igualmente, la negociación con los perredeístas que se quedaron en el PRD bajo el liderazgo del ingeniero Miguel Vargas (porque hay dirigentes y militantes que no han renunciado, pero que tampoco apoyan a este último), tan trascendental en principio por lo que significa en términos históricos especialmente para el presidente Medina, pudiera hacer aguas en muchas latitudes por la falta de sintonía emocional y logística entre los concertantes, y ya en varios municipios se ha planteando la posibilidad -ante los desplantes de influyentes dirigentes del PLD y del gobierno- de echarla hacia atrás por lo menos en términos prácticos, con lo cual se colocaría a aquella organización en una posición cada vez mas precaria desde el punto de vista de sus potencialidades electorales.
El convenio de los miguelistas del PRD con el presidente Medina, más allá de su significado como ruptura con los principios y las tradiciones de la entidad, se asimiló a la luz de la “realpolitik” como un supremo acto de sobrevivencia (porque una vez descartados como aliados de los perredeístas que se fueron al PRM, sobre ellos pende la espada de Damocles de la pérdida del reconocimiento electoral y, en consecuencia, del grueso financiamiento que le deviene de la JCE), pero todo indica que desde las filas oficialistas esto no se ha entendido bien, y el “sacrificio” de aquellos hasta el momento -en su lógica más elemental- no ha sido correspondido con suficientes muestras de gratitud o generosidad… No ha sido un mero “pacto”, insisto: es una negociación.
(Seamos, no obstante, justos… En primer lugar, no es que ha resurgido el “comesolismo”, aquel fenómeno socio-económico de exclusión y hermetismo acunado en la médula intelectual del peledeísmo original. El “comesolismo” -como lógica de distribución de “mercedes” propia de sectas y capillas- nunca ha desaparecido en el PLD, si bien ha estado convenientemente disimulado bajo la amplia maraña del aparato clientelar creado en los gobiernos leonelistas por inspiración de balagueristas criollos y populistas brasileños… En segundo lugar, está lo otro, advertido desde el principio por el propio presidente Medina: los sombreros siguen siendo menos que las cabezas… Y “ambos a dos”, como es harto sabido, esos perfiles reales de nuestro Macondo político forman la excusa perfecta para que roedores y alimañas abandonen la embarcación ante la posibilidad del naufragio).
Más aún: en algunos círculos políticos existe la sensación de que muchos peledeístas, ignorando el citado aspecto histórico y atribuyéndoles escasa o casi ninguna importancia cuantitativa a los miguelistas, estarían dispuestos -sobre todo en el interés de no ceder posiciones que se creen ganadas de antemano- a “cubearlos” o “asquerosearlos” bajo el predicamento de que éstos ya no tiene otra opción que mantenerse dentro del acuerdo independientemente de que se cumplan o no sus estipulaciones… Los que así piensan, empero, pasan por alto un elemento esencial: aunque menos beligerantes e idealistas que los que se fueron al PRM, se trata de perredeístas, y su naturaleza levantisca aún puede inducirlos a tomar -colectiva o individualmente- derroteros de beligerante disidencia.
Por la referida actitud cicatera de esos peledeístas de todas las gradaciones, y no por otra cosa, los del PRSC, más duchos que los miguelistas en las artes de la “truchimanería” y la negociación política ventajosa, aún torean con el tema de la alianza con el PLD: al tiempo que le sacan parte del cuerpo al animal político cada vez que dirigentes gubernamentales vocean “olé” sin haberle entregado por lo menos “hocico y oreja”, preparan banderillas para clavarlas no se sabe dónde, aunque está claro que preferirían hacerlo en las carnes del reeleccionismo: hay ya un anuncio “oficial” de “no acuerdo”, hecho público por el diputado Ramón Rogelio Genao -segundo al mando de los legatarios políticos del doctor Balaguer-, pero en este caso muy particular siempre hay que esperar hasta el final para conocer en qué terminará la película: los balagueristas han demostrado que son más afines a las artes paracaidistas del Pinguino que al espíritu justiciero de Batman y Robin.
En cuanto a los aliados tradicionales, no es ocioso recordar que ya el Bloque Progresista no es lo que era en términos de grosor: no sólo han desertado o amenazan con hacerlo varias organizaciones -APD, FNP, PUN, PQD, por ejemplo- sino que algunas de las que quedan parecen estar enfrentando dificultades para mantener la fidelidad de sus votantes o se encuentran estacionarias en la cuantía de sus adhesiones. Y si esta última posibilidad se coloca de frente al incremento constante de la masa de votantes del país, su significación electoral -variada y decisiva sobre todo para el reclutamiento de antiguos opositores- podría no ser la misma de los anteriores procesos electorales.
El caso de la conceptuosa y ultranacionalista FNP no parece estar siendo valorado en su justa dimensión. Es verdad que no exhibe grandes expectativas desde el punto de vista cuantitativo, pero desde el otro no es desdeñable: nunca ha sido suya la calidad de aportadora de votos, sino la de hacedora de daño moral o político para quitarlos, y esto ha sido patente en las cuatro últimas elecciones. En lo atinente a la FNP, ciertamente, convendría siempre adoptar la postura del presidente Johnson frente al inefable Edgar J. Hoover: tenerlo dentro de la casa para que orine hacia afuera, y no tenerlo afuera para que orine hacia adentro… Todo parece indicar que el danilismo está infravalorando la capacidad de la FNP para la fanfarria retórica y el julepe diario: aún no le han creado un “equipo” de respuesta y ataque tipo “swat”.
Por último, la administración del presidente Medina está en estos momentos bajo el fuego cruzado de problemas y dificultades cuya omnipresencia pudiera expresarse en una mayor pérdida de adhesiones o simpatías: la inseguridad ciudadana, el aumento de los precios de los artículos de primera necesidad, los descuidos en el área de la salud pública, los constantes escándalos de corrupción, la impunidad generalizada frente a latrocinios e inconductas, los cuestionamientos a ciertos manejos en el sector educación, la crisis de las relaciones con Haití y, aunque algunos han intentado minimizar sus dimensiones, el despertar de un influyente sector de la prensa nacional frente a los rasgos más esenciales de la talibánica y sectaria política comunicacional palaciega.
La paradoja es, empero, que todo eso está ocurriendo sin que la oposición haya dado suficiente “manigueta política” al respecto y, pero aún, sin que la opción que mejor representa a ésta desde el punto de vista de la competencia electoral -encarnada en el PRM y el licenciado Luis Abinader- parezca haberse aprovechado adecuadamente para relanzar su posicionamiento: la candidatura de este último ha estado avanzando y la del presidente Medina ha dado muestras de estar retrocediendo, pero aún demasiado gente luce sinceramente convencida en el país de que no es posible derrotar al peledeísmo gobernante… Goliat luce imbatible y David no acaba de preparar su honda.
(Extrañamente, la oposición en general sigue permitiendo que la red mediática del gobierno le meta “ruido” a la opción que representa a través de omisiones, inadvertencias, errores de bulto y temas intrascendentes desde el punto de vista de sus objetivos centrales del momento: no respondiendo puntualmente a los operarios de la citada red, mostrándose ausente en la discusión conceptual sobre la realidad de hoy, dejándose arrastrar por las tácticas divisionistas del PLD, participando en debates que no suman votos, mostrando una cautela que raya en la cobardía frente a tópicos nacionales o internacionales vitales, dejando que en su seno surjan cacicazgos excluyentes y, en fin, dando la callada como respuesta ante el arrinconamiento de personalidades, militantes, simpatizantes o líderes -políticos, comunitarios o de opinión- cuya importancia en una lucha electoral como la que se libra -contra una “dictadura con respaldo popular” basada en el dinero y las canonjías- es incontrovertible… En ocasiones, inclusive, una franja de la oposición da la impresión -con sus rostros repetidos, su anodino discurso y sus consignas para tontos- de ser una simple maquinaria de reciclaje partidarista).
Y -no nos engañemos- la razón íntima y operante de esa pesimista convicción es una que está registrada profusamente en la Historia y que se acaba de confirmar en la “segunda vuelta” de Argentina: los regímenes que acumulan tanto poder económico, clientelar y mediático -y el del PLD es muestra al dedo- sólo pueden ser electoralmente vencidos con una firme e inteligente estrategia que involucre el destierro del sectarismo y los intereses pequeños para garantizar la unidad de toda la oposición, incluyendo -valga el énfasis redundante- a los disidentes o disgustados del partido o bloque político gobernante, sin importar las discrepancias pretéritas, recientes, actuales o del horizonte… (“¿Se oye o no se oye?”).
(*) El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
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