Estamos llamados a entendernos, a proclamar un abecedario más comprensivo con nuestros análogos, a declarar otro espíritu más reconciliador con nuestra misma especie, a dejarnos abrir el corazón y a compartir como miembros de un universo globalizado.
Todos necesitamos, alguna vez, en este difícil peregrinaje que nos hemos trazado, una palabra de aliento para llevarnos al alma. Ojalá hubiese muchos mensajeros de la paz como el Papa Francisco, ahora peregrinando por la República Centroafricana, en busca del diálogo interreligioso, cuestión fundamental para armonizar el orbe.
Hoy más que nunca, precisamente, el mundo necesita regenerarse dentro de un marco de convivencia democrática, puesto que la vida es un largo camino en el que no se puede caminar solo. Cuando, en nombre de una ideología, se excluye a la persona, todo camina a la deriva, la dignidad humana se pisotea y sus derechos se violan como si nada sucediese. Nadie me negará, que son tiempos complicados los actuales, en parte por la pérdida de humanidad, privada de esperanza y sumida en el caos, sin referentes para poder activar la reconstrucción moral de un planeta y unos moradores, a los que venimos destrozando sin piedad, con nuestras propias atrocidades más inhumanas y absurdas.
El baluarte de la moral es una aportación decisiva a la fraternización ciudadana, rehúye la tentación del sectarismo y promueve actitudes de consideración hacia nuestros semejantes. Por consiguiente, toda conciencia ha de lograr dar razón de la existencia del otro y de su compromiso en favor del bien colectivo. Está visto que cuanto más se pone uno al servicio de los demás, más uno se reencuentra consigo, más libre y mejor se siente. El espíritu humano no puede vivir en la superficialidad de las cosas, precisa ahondarse en el sentido profundo, en las experiencias de la vida y, de este modo, recuperar la esperanza.
Lo que en el fondo nos une es el camino y su morada, que lo hacemos en conjunto, y que lo hemos de llevar a buen término, sin traicionar nuestra propia identidad pensante, o si quieren nuestra conciencia, que ha de ser regla de nuestras costumbres para poder llegar a estar en paz con nosotros mismos. Con razón, allá donde la moral camina ausente, es un imposible la convivencia, porque se carece de fuerza hasta para formar una comunidad y mantenerla unida. Por eso, nadie puede usar la palabra avance humano, o progreso, si no tiene un credo definido y un férreo código ético; porque sin dirección todo se derrumba, nada se sostiene.
Si en verdad indagásemos en las causas de las actuales ruinas humanas, llegaríamos al verdadero foco de podredumbre. Olvidamos, con frecuencia, que el factor moral es fundamental para humanizarnos. Hoy, para desgracia de todo el linaje, apenas se le presta atención al ser humano como tal, cuando es el motor imprescindible en la factoría empresarial de bien común. Si este valor colectivo lo cultivásemos de manera universal, no estaríamos permanentemente amenazados por intereses egoístas, por la voracidad, la falta de rectitud, o el mismo deseo de utilizar a los demás. Al final todo se nutre de lo mismo, de la falta de sentido humano y de honradez. También el terrorismo, como ha dicho el Papa desde Kenia, se alimenta de la pobreza, de la marginalidad. Ante esta bochornosa realidad hemos de ser valientes, y en este sentido, el reto de la reconstrucción moral en el mundo, es algo tan vital como el aire que respiramos.
Que nadie menosprecie a nadie, es lo mínimo que nos podemos pedir como familia. Ya está bien de manipulaciones, de renunciar al innato pensamiento de cada cual, de perder la ilusión por vivir, o de desvivirse por aquello que nos rechaza sin sentimiento alguno, al no aceptar la verdad y la justicia como lenguaje que nos universaliza. Esta es la cuestión, la burla de tantas vidas humanas a las que se les ha sepultado a la muerte en pleno camino, sin opción ninguna a ser ellos mismos, cuando lo ético es que todos nos sintamos bien. Ciertamente, lo inmoral, es lo que hace a uno sentirse mal. Y por ello, el mejor libro que podemos consultar, es escucharnos a nosotros mismos, pero desde el interior, desde nuestras habitaciones internas. Hagámoslo.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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25 de noviembre de 2015