Pablo Gutiérrez es un narrador español relativamente joven (Huelva, 1978) que comenzó a ganar nombradía cuando su novela Nada crucial (2010) recibió el premio “Ojo crítico de narrativa”, ese mismo año. La obtención del premio, más los comentarios favorables que recibió Nada crucial motivaron a la prestigiosa editora Seix Barral a publicar su novela Democracia (2012) y, más recientemente Los libros repentinos, a principios del 2015.
Pablo Gutiérrez es un narrador meticuloso y de momentos luminosos. Sus propuestas narrativas llevan, por lo general, un fuerte sarcasmo enmarañado entre líneas. Su prosa es brillante, bien acabada y muy poética.
Su escritura es, sin dudas, un homenaje a la palabra bien dicha. Tan abundante es su léxico que a veces luce artificioso y fuerza al lector a recurrir a consulta externa al texto, especialmente cuando inventa-fusiona palabras (nononosigas, siempreencendia, nanocasa, nadaquehacer), creando así un nomenclátor literario orientado a ajustar a su apetencia parte del cuerpo de su discurso. No menos bien pensada y esbozada es también su estructura novelesca.
Tal vez podríamos reclamarle que, a veces, su oferta temática parece no caminar a la par con su propuesta estilística, pues en Democracia (2012), por ejemplo, Marco carece de la sobriedad que demanda el protagonista de una obra cuyo objetivo fundamental es alentar al lector a reflexionar sobre situaciones políticas o económicas específicas del mundo actual, como es en este caso el derrumbe del prestigioso imperio comercial Lehman Brothers.
Se percibirse en el desarrollo del texto un marcado interés por demostrar cómo las sociedades modernas sucumben por las embestidas de la globalización, la tecnología y las estructuras que las crean.
Ante esa situación, Marco debería ser más objetivo y no soñar con que la hipoteca de su vivienda y el rellenado de su estómago, deberes imposibles de postergar, los resolverán los versos anarquistas que escribe en las paredes de su barrio para vengarse de jefe verdugo. Es una pretensión inverosímil.
Los libros repentinos, por su parte, contiene una sexualidad cuya exageración y desproporcionalidad la acerca mucho a lo vulgar. La historia está empañeta de un “follar, follar y follar” pocas veces necesario. Probablemente un lector latinoamericano o caribeño no percibirá esa “garrafal sexualidad” porque “follar” no significa nada en la cultura sexual de esas áreas geográficas, pero el exceso es insoslayable.
Otro aspecto poco ventajoso para Los libros repentinos es el abuso de un recurso muy empleado actualmente por muchos autores: el libro-objeto, la trascendencia de la lectura, y la literatura misma como materia prima esencial del relato. Mientras leía la novela, mi pensamiento iba y venía entre Diario de lecturas (Alberto Manguel), La ladrona de libros (Markus Zusak, El mal de Montano (Enrique Vila-Matas) y El libro salvaje (Juan Villoro). No estoy muy convencido de si los libros elegidos por Gutiérrez: La sensualidad pervertida (Pío Baroja), La rebelión de las masas (Ortega y Gasset), Historia de una escalera (Buero Vallejo) y Aurora roja (Pío Baroja) encajan adecuadamente en su plan de armonizar la desequilibrada vida de Reme, una mujer a quien la muerte de su marido le trastorna su destino.
Mis señalamientos podrían ser triviales para muchos lectores pues, como ya expresé, Democracia y Los libros repentinos son dos novelas que satisfacen plenamente dos componentes esenciales de un buen texto narrativo: arquitectura estructural y riqueza expresiva. Pero es entendible que cada lector construye su propio escenario con lo leído.
New York, Dic, 2015
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